domingo, 15 de febrero de 2015

El novio de reserva Capitulo 41



La noche de la ceremonia de premiación, Min estaba junto a la madre de Jun y trataba de decidir si estar divertido o alarmado.

Finalmente se decidió por ambos.


Había estado tan seguro de que su actuación como novio de reserva iba a ser más fácil la segunda vez. Pero, por alguna razón, la doctora, que muy seguramente sería el siguiente brillante cerebrito en el elenco de The Big Bang Theory, había decidido pegársele a Min durante la noche.

—Esencialmente estamos desarrollando herramientas para la detección temprana de los cánceres de ovario a través de diagnóstico in vitro y con imágenes moleculares in vivo —dijo.

Ella miró a Min con esos enormes ojos que eran idénticos a los de Jun, completamente inconsciente de que Min no tenía ni puta idea de lo que estaba hablando y seguía divagando con apenas una pausa para respirar.

De tal palo, tal astilla.

Afortunada, o desafortunadamente, dependiendo de la perspectiva, la conversación no requería de la participación de Min. Él escuchaba a medias mientras examinaba la multitud en el vestíbulo y buscaba a Jun.

Cerca de ciento cincuenta personas llenaban el amplio vestíbulo, el parloteo rebotaba entre los altos y ornamentados techos y los pulidos suelos de madera —de cerezo brasileño, Hongki le había murmurado, como si eso le importara a Min. Alineado con ventanales con vistas a la ciudad, el sitio representaba un lugar de primera en San Francisco.

—Estos incluyen inmunoterapia adoptiva basadas en células T y pequeñas moléculas de ARN interferente — siguió hablando, acomodando su cabello castaño, largo hasta la barbilla, detrás de las orejas.

Agarrando su cerveza, Min se acordó de sonreír. —Fascinante.

Ella parpadeó hacia Min en lo que él había empezado a reconocer como un signo de aprobación.

Según lo prometido, Jun les había servido a sus padres bebidas y aperitivos en su casa antes del evento. Hongki, por supuesto, se había autoinvitado. Y gracias a Dios por eso, porque, desde el momento en que la madre de Jun llegó, se había sentado junto a Min y procedió a preguntarle acerca de su trabajo. Con gran detalle. Entonces ella procedió a compartir, datos estadísticos aleatorios sobre las pequeñas empresas hasta que la cabeza de Min se inundó de números.

Hongki proporcionó una muy necesaria amortiguación, y Min se había sentido aliviado cuando llegó el momento de ir al evento.

Nadie argumentó cuando Min sugirió que tomaran dos carros.

Min no estaba seguro de si las divagaciones intelectuales de su madre eran un hábito nervioso o un procedimiento operativo estándar. Después de varias horas en su presencia, Min finalmente entendió la tendencia de Jun a balbucear cuando se estresaba. El padre de Jun, escuchaba a Hongki charlar sobre los planes para la clínica, era alto, con el cabello negro, y maravillosamente tranquilo. O quizás simplemente carecía de oportunidad.

Min había notado el orgullo y la ciega adoración en los ojos del hombre cuando su hijo aceptó la placa y un cheque por cien mil dólares para la Clínica Front Street. Jun había heredado claramente de su padre la tendencia a tener su corazón en la mano.

—La mayoría de las personas no saben que la homosexualidad se da en el reino animal —dijo su madre.

Wow, realmente se desintonizó por un momento. ¿Cuándo había cambiado el tema? Para cubrir su confusión, llevó su cerveza a la boca.

—Los animales también se masturban —continuó—. Y se ha sabido que algunos primates usan palos para la estimulación genital.

A medio sorbo, Min tosió en su bebida. Afortunadamente, Jun había heredado sólo una fracción de las cuestionables habilidades sociales de su madre. Pero el tema de la conversación había dado un giro interesante, y la mujer estaba empezando a gustarle a Min.

Reprimió una sonrisa, devanándose los sesos para encontrar una respuesta adecuada —si es que incluso existía una— cuando ella continuó.

—La homosexualidad es bastante común entre la especie Cygnus atratus —dijo—. Y el emparejamiento macho-macho puede durar toda la vida.

Toda la vida... Espera, ¿qué? Jesús, ¿era esta la manera de su madre de preguntar acerca de las intenciones de Min hacia su hijo?

Un perno presionó su pecho. Infiernos, a duras penas había podido asimilar el Te amo de Jun. De hecho, Min había estado ignorando premeditadamente ese recuerdo.

Amor.

En serio, ¿cómo se suponía que debía responder a eso? En ese momento había estado preocupado de que Jun le pidiera que avanzaran, y entonces el hombre va y lanza la bomba A en su lugar. Min imaginó, o tenía la esperanza, que las palabras simplemente hubieran salido disparadas debido a su fabulosa técnica al mamar a Jun.

Quizás su madre estaba investigando porque Jun le había dicho lo que sentía por Min.

¿Y si Jun comenzaba a presionar?

¿Y si él comenzaba a esperar más?

Cuando Min le dijera que no, Jun podría terminar las cosas. No es que Min pudiera culparlo. Jun se movía en un entorno doméstico, y sin duda merecía más de lo que Min pudiera darle. Jugar con las motocicletas con Jun era fácil. También era fácil estar con Jun, llenaba un vacío de muchos años que Min no sabía que existía.

La idea de volver a su solitario taller le dejaba una sensación de vacío y le deprimía. Podía sentir la madre de todos los estados de ánimo melancólicos avecinarse en su futuro.

Pero todos los días después del trabajo se dirigía a la casa de Jun porque él lo elegía, no porque tenía que hacerlo.

Jun se abrió paso entre la multitud y se detuvo al lado de Min. —Ustedes dos ¿están bien?

—Estábamos conversando acerca de las prácticas sexuales del Cygnus atratus —dijo.

Jun le lanzó una mirada a Min de "lo siento", y Min le dio un pequeño encogimiento de hombros en respuesta.

Ajeno a ellos, su madre continuó: —Junnie, ¿has visto a Hyun? Tengo un par de cosas que quería hablar con él.

A Min le pareció oír a Jun suspirar.

—Mamá —dijo Jun—, tienes que dejarlo ir.

—¿Dejarlo ir?

—Vive el duelo —dijo Jun—. Sigue adelante con tu vida.

—¿Quién dice que necesito un duelo?

—Yo lo hago —dijo Jun—. Hyun está aquí para recibir el premio y disfrutarlo, no para ser acorralado por la madre del hombre con el que solía vivir.

—Es que... —su madre abrió los ojos como un búho a su hijo—. Esperaba verte felizmente casado para ahora, Jun.

El aire alrededor de ellos se volvió pesado, como si no hubiera suficiente oxígeno en la atmósfera para respirar. Los hombros de Jun se hundieron mientras movía su mirada hacia otro lugar, un poco de miseria y una gran cantidad de culpa en su expresión, y ver eso causó un dolor en el pecho de Min que le hizo mucho más difícil respirar.

Todo lo que Min quería era ofrecerle un poco de consuelo. De pie al lado de Jun, Min no tuvo problemas para discretamente alcanzar su mano y entrelazar sus dedos. Jun le lanzó una sonrisa melancólica, apretando su mano en la de Min en un claro mensaje de aprecio y entreteniendo a Min con la suave piel y el calor de su palma. Aún más distracción era la forma en que sus dedos se cerraron alrededor de los de Min con tanta facilidad.

Medio escuchando a la madre de Jun divagar, Min se dio cuenta de que sostenerle la mano representaba el acto más íntimo en el que alguna vez había participado, lo cual era una idea malditamente ridícula, en verdad.

Habían pasado incontables horas envueltos uno alrededor del otro, Min apretado contra la espalda de Jun, o viceversa, mientras se conducían el uno al otro más alto.

Alentado por los calientes recuerdos, Min apretó los dedos de Jun. Jun se relajó visiblemente. Y cuando sonrió y sus ojos se arrugaron en respuesta, la oleada de alivio casi rodó sobre Min.

Jesús, quizás esto era más que una amistad.

Una sensación asfixiante comenzó en su pecho y en espiral hacia afuera. El pánico crecía, Min bajó la mirada a las uñas de Jun—limpias y bien cortadas y carentes de las manchas que Min constantemente encontraba en las suyas— y el recuerdo de la única otra vez que había sostenido la mano de un hombre se filtró lentamente en su conciencia.

Mientras la bomba regulada de morfina zumbaba suavemente al fondo, Min se quedó mirando las sabanas de la cama de hospital y los dedos enroscados a través de los suyos. Los dedos eran demasiado pálidos y muy delgados, y Kyu ahora era demasiado joven para estar tan débil.

—Vas a estar bien, mocoso —dijo Min, apretándole la mano.

Había utilizado el apodo intencionadamente, con la esperanza de obtener una respuesta, y esperó la risueña protesta de Kyu. La brecha de un año entre sus edades siempre se había sentido más como un centenar. Kyu había nacido optimista y amable, mientras que Min estaba convencido de que había salido del vientre amargado y enojado. El apodo de su amigo era más un reflejo de su personalidad que de sus edades.

Pero Kyu no hizo el habitual comentario a Min sobre el uso del nombre.

—¿Está bien? —dijo Kyu.

No abrió los ojos, y Min se preguntó si ahora estaba demasiado débil para levantar los párpados. Pánico atestó la parte posterior de la garganta de Min, cortándole el aire.

—Eres el rey de los hablamierda —Kyu murmuró, sus labios curvándose en las esquinas.

Min sonrió, tan jodidamente agradecido de que su amigo aún pudiera hablar de eso que, por un momento, la simple alegría brotó y se extendió, infundiéndole una enorme calidez que había sido difícil de encontrar últimamente. Aprender a apreciar las pequeñas cosas era nuevo para él, algo que Kyu siempre había molestado a Min para que hiciera. Pero, cuando la condición de Kyu se puso peor, y el final estaba más cerca, esos pequeños momentos eran lo único que conseguía que Min pudiera atravesar el día.

Y se estaban volviendo cada vez más difíciles de encontrar.

—¿El rey de los hablamierda? Eso soy totalmente. Hasta mi último aliento —dijo Min, apretando la mano de Kyu de nuevo y lamentando esas palabras que eran un recordatorio de la condición actual de Kyu.

Kyu murmuró algo que Min no pudo entender, y se inclinó más cerca para escuchar las palabras en su segundo intento.

—Esperemos que tu último aliento sea dentro de mucho tiempo.

Min apretó sus dedos alrededor de los de Kyu porque, Jesús, apretándolos apenas se sentían en estos momentos. Habían pasado años dándose ánimo el uno al otro, negándose a dejar que el jodido clima, la lluvia, o una noche fría en un callejón los deprimiera. Pero ahora necesitaba de toda su energía para no gritar, despotricar y golpear sus puños contra la pared.

Porque la vida era tan jodidamente injusta...

—¿Min?

Jung Min parpadeó, enfocándose de nuevo en la madre de Jun que seguía hablando. Min era muy consciente de que Jun lo miraba con preocupación.

—Lo siento —murmuró Min, con un rubor de caliente vergüenza arrastrándose hasta su cuello.

—Del cuatro al cinco por ciento de los gansos y patos emparejados son homosexuales —dijo —. He escuchado que hembras ponen huevos en el nido de una pareja homosexual. Algunos dicen que son mejores para criar a los jóvenes que las parejas heterosexuales. —Se dio la vuelta para enfrentar a Min—. ¿Tienen planes de casarse y tener hijos?

Las palabras cayeron como una patada giratoria en el pecho.

«¿Casarse? ¿Niños?»

—Cristo, mamá —dijo Jun al mismo tiempo que Min gruñó—: Diablos, no.

La sensación de asfixia alcanzó su cenit. Cinco latidos golpearon dolorosamente en su pecho mientras dos pares de idénticos ojos miraban —las de su mandre era una mirada vacía y la de Jun era más una mirada horrorizada— fijamente a Min. Finalmente él sucumbió a la desesperada necesidad de salir corriendo.

—Disculpen —dijo Min con voz ronca y giró sobre sus talones, saliendo en busca de aire.



Continuara...............

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