martes, 26 de agosto de 2014

Arcoiris Sensitivo Completo




—Pero, ¡¿por qué coño tienes que encasquetarme al novato precisamente ahora?! 

—Modera tu lenguaje, Park. 

La fría mirada del comisario martilleó al inspector jefe de la Unidad de Droga y Crimen Organizado de la Policía Nacional. Park Jung Min, una de las más respetadas personas dentro de la Comisaría General de la Policía Judicial, se mordió los labios a modo de frustración por la amonestación de su inmediato superior. 

Park, como todos sus compañeros lo conocían, intimidaba no sólo por ser el inspector jefe de la Unidad, sino por su imponente presencia: casi un metro noventa de delgados y definidos músculos ocultos bajo los diferentes trajes de chaqueta de los cuales siempre hacía uso. El color castaño de su corto cabello hacía juego con el marrón oscuro de sus ovalados ojos que transmitían serenidad, siempre que no te mirasen intensamente, ya que entonces se podía ver en ellos la astucia que había adquirido a lo largo de sus diez años de carrera en la Brigada de Estupefacientes de la UDYCO. 


—Jae, sabes que no es el mejor momento para poner personal nuevo en la operación Terminator. Aún quedan algunos flecos por pulir antes de meternos de lleno en la boca del lobo, y un niñato de veinte años no va a ser un apoyo, sino un estorbo, puede que incluso un suicidio para la operación —explicó Park, intentando convencer al comisario que no necesitaba un nuevo compañero después de que Bang se hubiera jubilado, y menos a un chulito con aires de grandeza recién ascendido a inspector de segunda cuando llevaba sólo cinco años en el Cuerpo de Policía. ¡Joder! ¡A él le costó esos mismos años llegar a ser sub-inspector! 

El comisario apagó su cigarro a medio fumar en el cenicero sobre su escritorio y volvió a mirar a Park, esta vez con ojos y sonrisa conocedora. —El niñato, como tú lo llamas, tiene veinticinco años, y consiguió desmantelar en tan sólo seis meses un cártel colombiano que estaba intentando hacerse con el mercado total de la cocaína de la ciudad. —Park soltó una risa estrangulada y rodó los ojos ante el elogio de su comisario al estúpido novato, al cual empezaba a aborrecer sin siquiera conocerlo en persona—. Nosotros llevamos un año y medio con esta operación, y lo único que sabemos es que hay una nueva droga llamada Arcoíris que pone a los chavales como toros sementales, y que ha habido que lavarles el estómago a una docena por riesgo de una muerte segura. Dos de ellos casi la palman. 

Park suspiró con enfado. No hacía falta que Jae le recordara que sólo habían dado palos de ciego durante todos aquellos meses. Y para colmo, los chicos seguían llegando a los hospitales cada fin de semana, empalmados como caballos, y con el sistema nervioso a punto de estallar. Se situó frente al escritorio del comisario, con una mano en su sien y la otra en sus caderas. Con voz exasperada dijo: 

—Jae… un niñito de papá, que se creerá El increíble Hulk después de ascender tan rápido por un mero golpe de suerte, y al que seguro se le pone dura sin necesidad de meterse Arcoíris, no es la solución a la falta de pistas en la operación. 

Necesitamos cabezas con experiencia, no pollas andantes cargadas de hormonas post-adolescentes casi recién salidas de la academia. 

—La verdad es que sí que se me pone dura sin necesidad de meterme nada. —

Aquella voz la escuchó Park justo detrás de él, y no le hacía falta girarse para imaginar a quién pertenecía. El novato debía haber entrado sin que él se percatarse, debido a la discusión con el comisario. Aun así, con una mirada altiva y de suficiencia, movió su cabeza hacia atrás sin despegar los pies del suelo—. Es lo que tiene ser una gran polla andante salida de la academia. —Park vio al chico acercarse, mostrando una sonrisa que se dibujaba en unos labios finos pero carnosos, y que llegaba hasta el color café de unos grandes ojos—. ¿Y usted, inspector jefe? —El muchacho enarcó una ceja, sonrió de lado, y agarrando con los puños su cinturón, ajustó sus pantalones vaqueros desgastados y un tanto ceñidos, mostrando un considerable bulto en la zona de su entrepierna—. ¿Necesita meterse algo para tenerla como una piedra?

Park arrugó su rostro sin estar muy seguro qué significaba aquella pregunta junto con ese gesto, mientras escudriñaba al chico con sus intensos ojos marrones. Pero antes que abriera su boca para contestar al mocoso, Jae lo interrumpió: 

—¡Señores! ¡Más les vale controlarse! ¡Por lo menos ante mi presencia! Desde arriba me piden que solucionemos el problema con Arcoíris antes que las intoxicaciones lleguen a matar a algún pobre muchacho. Así que las demostraciones de testosterona las dejan para encandilar a las damas. Van a trabajar juntos porque así lo ha decidido el comisario regional. Me importa poco si se muelen a palos una vez que toda esta operación haya quedado zanjada, pero por ahora, pondrán a funcionar sus cabezas juntas para ir encontrando soluciones. Así que, Park, informa al inspector Kim de todos los detalles con los que contamos hasta ahora con respecto a la operación Terminator. 

El comisario observó cómo el inspector jefe hacía una mueca en sus labios con intención de protestar, mientras el chico se mantenía firme a escasos dos metros de él, con las manos aún en su cinturón y sin borrar aquella burlesca sonrisa. 

—La mayoría de los dossiers con la información recabada están en mi casa, comisario —replicó Park, mirando de reojo al novato que lo estaba sacando de sus casillas con aquella pose de engreído. 

—Pues a qué esperas para ser un buen anfitrión e invitarlo a un café mientras lo pones al día —dijo Jae con retintín, y con un gesto de su mano invitó a ambos a salir de su despacho. 

—Me gusta solo… y con un una cucharadita de azúcar —se burló Kim a la vez que se giraba y comenzaba a andar hacia la puerta. 

Park estaba a cero coma dos segundos de estampar la cara del novato contra los cristales de las ventanas del despacho. Hacía varios años que ningún sujeto, y menos un compañero de trabajo, lo encabronaba con tan sólo haber intercambiado unas cuantas frases. Desde luego, no se había equivocado con respecto a la actitud del chico. Era todo menos humildad. 

Se dirigieron al parking de la Comisaría en silencio. Los nervios y la paciencia de Park llevaban alrededor de una semana algo alterados. De todos era conocida la actitud serena e imperturbable de su inspector jefe, pero varios acontecimientos ocurridos en los últimos días lo tenían en un estado que ponía en evidencia sus mejores virtudes. 

Elizabeth , una mujer a la que veía desde hacía algún tiempo, le había hecho la pregunta que todo macho con miedo al compromiso temía: “¿A dónde nos lleva esto?”. No se consideraba incapaz de llevar una relación puramente sexual a un plano más o menos estable, pero algo dentro de él le decía que Elizabeth no era la persona adecuada. 

Ella tenía todo lo que un hombre podría llegar a desear en una mujer: belleza, sencillez, trabajadora, y con pensamientos de una relación duradera entre ellos. Pero a Park no terminaba de llenarle enteramente. Esto no era algo que le quitara el sueño, pero a sus treinta y tres años, aún no había tenido algo diferente a lo que él catalogaba como una relación de “follamigos”.

Por otro lado, en las últimas semanas, las pocas indagaciones que habían dado sus frutos respecto a la operación Terminator llevaban al mismo lugar: Joong, un pub de striptease gay donde parecía que Arcoíris era distribuida. Odiaba tener que adentrarse en los suburbios de la vida de la noche para hacer las investigaciones de un caso, ya fuera un local heterosexual u homosexual. La última vez que tuvo que hacerlo, estuvo encamado durante un mes por recibir un balazo en el interior de su muslo izquierdo donde aún se veía perfectamente la cicatriz. 

Con todo esto quemando sus entrañas y torturando sus pensamientos, lo que menos necesitaba era a un estúpido novato creyéndose Dios por no haber llegado aún a la treintena y tener ya a su cargo alrededor de unas cincuenta personas, sin contar con esa actitud fanfarrona y arrogante que le hacía pensar al chico que podía manejar a toda persona a su antojo, incluso a su jefe directo. 

—Bonito coche —dijo Kim con aquel tono de “sabelotodo” que Park empezaba a odiar, mientras éste sacaba las llaves de su Volkswagen Passat y accionaba el cierre centralizado—. Aunque para ser un inspector jefe podrías haberte ido por la gama más alta. 

—No todos necesitamos tener más de lo que debemos o podemos abarcar, como otros —contestó Park con voz seca, metiéndose en el coche y dándole al contacto.

—¡Oh! ¡Créeme, Park! —exclamó el chico, sentándose en el asiento del copiloto e inclinándose ligeramente hacia el inspector jefe mientras se abrochaba el cinturón—. Todo lo que abarco... —Y fijando su mirada en él, terminó diciendo—: es porque puedo. 

Park apretó sus dientes y decidió morderse la lengua para no decir en voz alta la cantidad de injurias e insultos que pasaban por su mente. O eso, o le ahorcaba con el cinturón de seguridad. Saber que le esperaban alrededor de unas tres horas en su propia casa con un niñato tan sumamente gilipollas, le estaba haciendo perder el apetito, y eso que apenas había comido un mini dulce y una taza de café en el desayuno. 

El trayecto se hizo corto, ya que sólo vivía a diez minutos de la Comisaría, y por suerte al novato sólo le dio por decir que, durante sus tiempos de policía raso, había trabajado en aquellas calles sin que ningún incidente hubiese ocurrido bajo sus patrullas. ¡Dios! ¡Era estúpido hasta para eso! 

Llegaron a la pequeña casa mata donde residía Park. Comenzó a hacer café mientras Kim se acomodaba en el sofá y se disponía a leer el dossier que el inspector jefe le había dado antes de adentrarse en la cocina. En apenas unos cuantos folios, se resumía la poca información que tenía la Brigada de Estupefacientes acerca de la operación Terminator: composición de la droga llamada Arcoíris y sus efectos en el organismo, rincones de la ciudad dónde se había distribuido la droga, los nombres de los doce muchachos que habían resultado intoxicados junto con sus escuetas declaraciones, y alguna que otra reseña al club de striptease Joong. Nada de sospechosos, nada de posibles camellos o distribuidores. 

Park regresó al salón y colocó una taza de café en la mesa. 

—¿Y mi cucharadita de azúcar? —preguntó Kim sonriendo estúpidamente.
Dejando ver sólo una fina línea del oscuro marrón de sus ojos, Park le lanzó una bolsita de azúcar y le espetó con voz ronca y cortante: 

—Mira novato, no sé si te enseñaron en la academia, además de patrullar las calles y capturar a los más bajos rangos de un intento de cártel colombiano, que en el Cuerpo Nacional de Policía existe una jerarquía a la que hay que respetar, y hoy por hoy, yo soy tu superior, así que no me toques más lo cojones, ¿entendido?

—No tocar los cojones del jefe... entendido —dijo Kim sin apartar la vista de Park, y sin dejar esa sonrisa petulante a pesar de haber juntado sus labios. 

El inspector jefe le retuvo la intensa mirada durante un par de segundos y se sentó junto a él en el sofá. Cuanto antes empezara a explicarle de qué iba todo, antes lo tendría fuera de su vista. 

—Sólo hace tres semanas que le hemos puesto el nombre a la operación —comenzó Park mientras cogía el dossier y lo abría de par en par sobre la mesa—. Desde que un soplón nos dijo que los tres últimos chicos intoxicados habían conseguido la droga en el pub Joong, decidimos ponerle el nombre de Operación Ter... 

—No interrumpas —le amonestó Park—. La droga es un compuesto de poppers y cocaína. El nitrito de amilo de los poppers es un vasodilatador que relaja los músculos anales y vaginales. El uso prolongado puede hacer perder la erección, pero con la mezcla de cocaína, la mantiene en un estado erecto. Además, inhalada produce una euforia instantánea que se puede sincronizar con el momento del orgasmo. 

Algunos de los chicos que llegaron al hospital seguían eyaculando con cada espasmo de su corazón. Los poppers, si no se toman en exceso, no tienen muchos efectos secundarios, pero con la cocaína, éstos se incrementan, a parte de los que ya de por sí tiene la propia cocaína. Estuvimos a punto de perder a dos chicos por paro cardíaco. 

—Hay mejores maneras de conseguir correrte, ¿no crees? —preguntó Kim mirándolo de reojo. 

Sin llegar muy bien a entender por qué, los ojos de Park se deslizaron a la entrepierna del chico, pero enseguida los apartó y se centró de nuevo en el dossier, no sin antes haber creído ver una pequeña sonrisa curvándose en los labios del novato. Carraspeando y tomando un sorbo de café, prosiguió: 

—Las declaraciones de los intoxicados no aportaron nada. No se acordaban dónde consiguieron la droga, pues uno de los efectos secundarios son leves pérdidas de memoria.

Aunque probablemente muchos de ellos tampoco estaban dispuestos a soltar una palabra. Por lo tanto, aún no tenemos ningún nombre o apodo de un posible distribuidor o camello. 

—¿Por qué se le llama Arcoíris? —preguntó el chico mientras bebía de su café. 

—Según los consumidores de la droga, eso es lo que ves cada vez que eyaculas.

—Mmm… un arcoíris mientras te corres… —murmuró Kim, lamiéndose los restos de la espuma del café que habían quedado sobre sus labios, y mirando extrañamente al inspector jefe, o por lo menos eso le parecía a Park. 

Las últimas tres frases que el novato había dicho ya no iban cargadas con ese tono presuntuoso y soberbio del que había sido característico en las pocas horas que lo conocía. Era más… suave, con un ritmo hipnótico empleado en cada palabra. El color café de los ojos parecía más denso y la mirada penetraba en Park haciéndole sentirse un poco incómodo en la habitación. Volvió a enterrarse en los documentos del dossier, intentando con eso centrarse en la operación y así poder dejar en el olvido el pequeño brote de calor que sintió su cuerpo por el recorrido de aquella lengua. 

—Mañana echaremos un vistazo en el pub Joong. No iremos de encubierto, aunque tampoco mostraremos quienes somos en realidad. Probablemente no consigamos nada, pero sabemos con seguridad que allí se mueve la droga, así que mantendremos los ojos bien abiertos ante cualquier movimiento sospechoso. 

—¿Cómo es posible que ni siquiera tengáis el nombre de un camello? ¿No habéis puesto vigilancia a los chicos? La gran inmensa mayoría de los consumidores de drogas, una vez que se les pasa el susto de haber visto la luz al final del túnel, vuelven a las andadas. El que les pasa la droga debe seguir alrededor de ellos —expuso el novato volviendo a beber de su café. 

—No tenemos tantos efectivos disponibles como para ir haciendo de niñeras de unos pequeños drogadictos. ¿Es que piensas ser la sombra día y noche de cada uno de los doce chavales? —preguntó sarcástico Park.

Kim apartó la taza de su boca, y en ella apareció una sonrisa que al inspector jefe le pareció un poco fuera de lugar, debido a que podría llegar a interpretarse como una insinuación a algo, aunque no sabría decir exactamente a qué.

—Perseverancia,Park. Así es como conseguí desarticular a “Los Viejos”, ese intento de cártel colombiano que tú dices. Perseverancia… —Kim dejó la taza en la mesa y se inclinó hacia Park para quitarle suavemente el dossier de las manos, mientras sus ojos recorrían el rostro de su superior deteniéndose por un tiempo más prolongado en los labios— hasta que consigo lo que quiero. 

Park juntó el entrecejo y se echó ligeramente hacia atrás, pues consideraba que el novato estaba invadiendo lo que toda persona entiende por su propio espacio personal. Kim sonrió más ampliamente ante aquel gesto y se levantó del sofá con el dossier en la mano. 

»—Me lo llevaré a casa para echarle un vistazo e ir estudiando nombres, ubicaciones y demás. —El chico se dirigió a la puerta de la casa mientras Park lo acompañaba justo detrás. Una vez fuera, se volvió hacia su superior, y con aquel rostro chulesco le dijo—: ¿Estás preparado para una sesión de hombres desnudos, sudorosos y tocándose entre sí? 

Park parpadeó un par de veces intentando analizar por qué el novato le había hecho aquella insólita pregunta, hasta que cayó en la cuenta que se refería a la incursión que harían al día siguiente en el pub de striptease gay Joong. Sin embargo, Kim no le dio opción a una respuesta, ya que se volvió y comenzó a caminar hacia la calle. 

El inspector jefe se lo quedó mirando mientras observaba cómo desaparecía tras una esquina, pensando qué habría sido capaz de hacer el chico para desenmascarar a una banda de traficantes de droga en tan poco tiempo con sólo aquella “perseverancia”. 



Pero otra sensación también recorría su cuerpo. Una a la que no sabía darle nombre. Una que le hacía inquietarse cuando aquellos grandes ojos café lo envolvían con esa penetrante mirada y aquella sonrisa de sobrado. Una que no sabía cómo había llegado, pero que estaba bastante seguro que tenía que ver con esos extraños avances, fuera de lugar, del novato hacia él.





Al día siguiente, Park y Kim estaban sentados en los dos amplios sillones que el despacho del comisario tenía justo enfrente del escritorio. Jae estudiaba la información con la que contaban hasta ahora del pub Joong. 

—Según nuestro informante, el dueño del local se llama Kim Hyun Joong. Tiene cuarenta años y parece que no se deja ver mucho por el local. No sabemos si es el distribuidor directo de Arcoíris, pero seguro que no es ajeno a lo que se cuece en su pub. Todas las licencias y papeles del local están en orden. Lo único que queda es ir allí y ver qué podéis sacar en claro. Quiero que lo hagáis como meros clientes. 

Incluso si algo se pusiera feo, manteneros sólo vigilantes. Quedan… —Jae miró el reloj en su mano derecha— dos horas para que Joong abra sus puertas, así que id a prepararos. 

—¿Id a prepararnos? —preguntó Park sin entender a qué se refería exactamente su comisario. 

—¿No pensarás ir en traje de chaqueta a un pub gay? —contrarrestó Kim con su pose de engreído habitual, apoyando el codo en el respaldo del sillón y uno de sus tobillos sobre la rodilla. 



El inspector jefe lo miró de arriba abajo estudiando su atuendo. El novato vestía con unos pantalones vaqueros claros, de nuevo más ceñidos de lo que Park consideraba lo normal, una camiseta roja que se ajustaba al vientre plano del chico, y una chaqueta de cuero negra que marcaba las curvas que no deberían delinearse en un hombre, por lo menos en su opinión. El café de los ojos le atravesaba de la misma forma que el día anterior en su casa, y los mechones morenos del flequillo jugueteaban sobre la frente. 

—¿Es que acaso los gais no usan traje? —dijo Park, intentando utilizar el mismo tono superficial que su compañero.

—Sí, pero no en un lugar donde la gran inmersa mayoría estará desnuda de cintura para arriba, sin contar con los que estén sobre el escenario, claro. Ésos no llevarán nada. Si vas con traje, el noventa por ciento de los clientes querrá quitártelo a bocados. ¿Eso es lo que quieres, Park? —Kim se dio un pequeño mordisco en su labio inferior y prosiguió—: ¿Qué te coman? 

La sensación sin nombre que acompañó al inspector jefe durante las horas que pasó con el novato en su casa y que no lo abandonó hasta que se durmió, volvió a recorrerle todos los pelos de su piel. 

—¿Y cómo sabes tú qué llevan y qué no en un lugar así, Kim? —preguntó entrecerrando sus ojos. 

Alzando las cejas y sonriendo de lado mientras se levantaba para irse, el chico dijo: 

—Perseverancia…

Park dejó su sillón y lo siguió. El novato lo desconcertaba. No sabía muy bien por dónde pillarlo, pero “la sensación” parecía que se había instaurado en su cuerpo y no tenía intenciones de abandonarlo. 

Se dirigieron a la cafetería de la Comisaría y charlaron con varios compañeros mientras tomaban un café. Ante una nueva petición por parte de Kim de que se planteara su vestuario a la hora de visitar Joong, Park lo miró fríamente y le ordenó un: “¡Andando!”. 

Eran las doce de la noche y la calle donde se encontraba el pub estaba atestada de gente. Un variopinto grupo de personas transitaba la acera. Park distinguió entre hombres y mujeres, a Drag Queens y a transexuales. Pagaron veinte euros en la entrada del pub a un gorila al que, si el inspector jefe realmente hubiera estado de servicio, le habría hecho vaciar sus bolsillos por si ocultaba esteroides anabolizantes. 

Nada más traspasar la puerta, los ojos de Park se agrandaron por la visión del gran salón que se extendía ante él. Las paredes estaban cubiertas de azulejos negros brillantes. Al fondo, se situaba un gran escenario con una inmensa cortina roja. Una pasarela se alargaba a lo largo del salón, rodeada por ambos lados de mesas y sillas oscuras. Dos grandes barras cubrían cada extremo del local que aún no se encontraba totalmente lleno. Alrededor de unos cincuenta hombres, la gran inmensa mayoría sin camiseta, bailaban al son de la música pop entre las mesas del centro y cerca de las dos barras. Ramos chasqueó los dedos justo enfrente del rostro de Park y éste parpadeó varias veces hacia él. 

—Si esto te impresiona, espera a ver lo que muy pronto sucederá en el escenario —dijo Kim, sin dejar la siempre sonrisa burlesca. 

Caminaron hacia la barra y el chico se sentó en un taburete, haciéndole un gesto a su superior para que también tomara asiento. Enseguida, el camarero, un muchacho joven, rubio, y de ojos azules, se acercó a ellos. Park miró por encima de la barra para cerciorarse de que el chaval no iba desnudo, ya que no sólo su torso lo estaba, sino que llegaba a vérsele parte del vello púbico. Su entrepierna se ocultaba tras unos pantalones rojos que, si el inspector jefe no se hubiese percatado de que eran unos shorts, hubiera jurado que sólo llevaba puesto un cinturón ancho. Sonriendo tontamente, el chaval miró a Kim. 

—Hola cariño, ¿qué te pongo?
El novato le devolvió la sonrisa. —Una Coca-Cola. 

—¿Y a ti, hombretón? —preguntó mirando a Park de una forma bastante lasciva. 

—Otra —contestó secamente.

—Deberías quitarte la chaqueta, machote, pronto empezarás a tener mucho, mucho calor.

Kim sonrió mientras le ponía una expresión a su jefe de “ya te lo advertí”.Park, sencillamente, cogió su bebida y le dio un buche. Una vez que hubo pagado, el novato se dirigió a su superior: 

—El trapicheo de drogas suele empezar casi al principio de la noche. Cuando los consumidores empiecen a agotarla, volverán a buscar a su contacto. Yo diría que dentro de una hora más o menos, si realmente se mueve droga aquí dentro, podríamos llegar a ver algún que otro movimiento.

Park no le contestó. Seguía bebiendo su refresco y viendo a hombres de todos los tamaños y formas entrar al local. Al cabo de unos veinte minutos, el lugar ya estaba bastante abarrotado. 

De repente, la música se cortó y unos enormes focos iluminaron el escenario. Fuertes gritos y algunos silbidos se escucharon por parte de la multitud. Kim giró sobre su taburete, colocó sus nalgas casi al filo de éste dejando sus piernas ligeramente abiertas, y echó su torso hacia atrás apoyando sus codos en la barra. Mirando con descaro a Park, le dijo: 

—Empieza el espectáculo. 

Las grandes cortinas rojas se abrieron y, entre el ensordecedor griterío, apareció un hombre con unos pantalones de cuero negro que le sentaban como una segunda piel, unas botas llenas de cordones que le cubrían hasta la mitad de los gemelos, y un pequeño chaleco también de cuero negro demasiado pequeño para tapar el musculoso pecho. 

»—¡Vaya! —exclamó Kim mientras se acercaba la bebida a la boca—. Creo que hemos venido en la noche del cuero. 

—¡SEÑORES Y SEÑORES! —gritó el hombre haciéndose escuchar a través de los altavoces del local gracias a un micrófono que se enganchaba en su oreja—. Hoy... hoy estoy triste. —Un prolongado “¡Oh!” se dejó oír por todo el salón—. Sí... hoy mi más querido —Empezó a acariciarse el pecho—, estimado —Siguió bajando hasta su abdomen—, apreciado —Pasó sus manos por sus genitales— y amado compañero —Sus piernas se separaron medio metro una de la otra— ha dejado de existir. —Sus dedos hacían perfectamente la curva de sus testículos—. ¡HOY! —Apretó su entrepierna fuertemente—. ¡Mi consolador ha muerto! —terminó diciendo mientras agachaba la cabeza en un acto teatral de desolación y la muchedumbre se deshacía en risas, gritos y silbidos. 

Park casi se atragantó con su Coca-Cola, y Kim rió guturalmente mirándolo de reojo. 

»—¡Pero he sido un buen católico y amante de la naturaleza! —Siguió el hombre, levantando a la vez su cabeza y una de sus manos—. Y le he dado una digna sepultura. —

Las risas y vítores seguían haciéndose eco en el salón—. Lo he llevado a reciclar para que me hagan otro más grande y potente que me dure por lo menos el doble: ¡UN MES! 

Park miraba con asombro a todos aquellos hombres doblar sus cuerpos de la risa y dejarse las palmas enrojecidas de tanto aplaudir. Aunque no compartiera los gustos sexuales de todos ellos, no cabía la menor duda que aquel tipo era un gran maestro de ceremonias, y que tenía carisma para subir de tono el ambiente del lugar. 

»—Pero me han dicho que hasta mañana no lo tendrán listo, con lo que he pensado qué mejor manera de pasar mi tiempo de luto que admirando al mejor policía de toda la ciudad, y que no tiene problemas en hacerte cumplir la ley si eres un mal ciudadano: ¡AQUÍ TENEMOS A.....! 

Se retiró del escenario y todas las luces se apagaron mientras los gritos seguían sonando. Una sensual música retumbó en los altavoces sacudiendo los oídos de Park, y otro hombre apareció en escena. Vestía un uniforme de policía junto con la gorra, aunque todo en él parecía dos tallas más pequeñas. Empezó a moverse sensualmente, empujando sus caderas al ritmo de los bajos de la canción. Se acariciaba su cuerpo en cada movimiento y, tras un exótico baile que sacó comentarios bastantes subidos de tono de algunos de los hombres sentados en las sillas de alrededor del escenario y de los que estaban de pie rodeándolo, empezó a deshacerse muy lentamente de su uniforme. 

Los ojos de Park permanecían fijos en aquellos incitantes movimientos que acompañaban el sonido de la música como dos líneas ondulantes juntas: una el cuerpo del hombre y la otra los acordes de la canción. Tan ensimismado estaba en aquellos atractivos contoneos, que no se percató del acercamiento de su compañero hasta que sintió el aliento calentar su oreja:

—Yo podría quitarme el uniforme con una mano mientras con la otra daría placer al espectador de mi espectáculo. 

La voz sonó erótica, tranquila, acariciando cada palabra que moría no sólo en el oído de Park, sino también en cada terminación nerviosa de éste. Una imagen de Kim con un uniforme de policía que se amoldaba a cada curva de su cuerpo, y con la camisa medio abierta mostrando un lampiño pecho, apareció en su mente. El inspector jefe no le respondió. Sentía que no era capaz de mirar a esos ojos café un segundo después de haber tenido aquella desconcertante imagen mental. “La sensación” lo invadió de nuevo, algo más intensa que las otras veces. 

Unos atronadores gritos lo sacaron del chocante estado en el que había caído, y vio que un segundo individuo había invadido el escenario. El primer hombre se acercó a él y comenzó a desnudarlo. Aquellas manos no dejaban ni un centímetro de piel sin ser tocada. Una vez que se había deshecho de las ropas, excepto de un pequeño tanga negro, se puso de rodillas y empezó a lamer los muslos del hombre. Park observaba atentamente –sin entender muy bien aquella fijación– cómo la lengua recorría tramo a tramo la carne hasta llegar a la entrepierna cubierta. El hombre la bordeó entre lametones, besos y mordiscos, y siguió su avance hasta el abdomen y pecho. 

Un misterioso calor se apoderó de la parte baja del vientre del inspector jefe, y seguido por las órdenes de su cerebro –ya que estaba seguro que ni en un millón de años habría sido capaz de hacer aquel movimiento conscientemente–, dirigió su mirada a la entrepierna de Kim. El novato no había cambiado la posición que adoptó desde el comienzo del show. Entre sus piernas medio abiertas, un voluminoso bulto se dejaba ver como un regalo para todos los presentes en el local. Movido de nuevo por su cerebro, comenzó a subir la vista, llenándose del fibroso pecho que se intuía tras la estrecha camiseta roja. Al llegar al cuello, una palpitante vena lo cruzaba de abajo a arriba. Cuando sus ojos se posaron sobre el rostro de Kim, éste lo observaba. 

Durante los tres segundos que se sostuvieron la mirada, el local, los gritos y el espectáculo desapareció de la percepción de Park. Durante tres segundos, unos ojos café lo contemplaron serios, sin ningún estado de ánimo en ellos. Durante tres segundos, “la sensación” estalló en pequeños choques de calor que erizaron los pelos de todo su cuerpo. Ahora sí, su consciencia ganó a su cerebro, y apartó la vista para llevarla de nuevo al escenario, donde el espectáculo había llegado a su fin y los aplausos se mezclaban con vítores y silbidos. 

Mientras el sonido de una multitud hablando dejaba al local sumido en el típico ambiente de un bar de copas, y la música pop volvía a oírse en los altavoces, Park terminó su bebida con un largo buche. Le hubiera gustado que llevara algo de alcohol para ver si podía echar a un lado aquellos tres segundos perdidos en la inquietante mirada del novato y mandar al olvido el fuego que lo quemó por dentro. 

—¿Te apetece otra? —preguntó Kim, que no había apartado la vista de su superior tras aquellos intensos instantes. 

Park carraspeó un poco. —Claro. 

Todo aquel cúmulo de extrañas emociones y la abstracción en el espectáculo, lo habían desviado de su misión principal. Tenía que agudizar sus sentidos si quería salir aquella noche con algo más que un desconcertante sentimiento perturbador. Debía empezar a vigilar a la multitud que allí se concentraba. 

—¡¡HyunSu!! 

Un ronco grito se escuchó de un hombre que se acercaba a ellos con paso rápido y los brazos abiertos. Park arrugó su rostro ante aquel tipo, que parecía un jugador de rugby. Juraría que los habría confundido con algún conocido suyo. Pero para sorpresa del inspector jefe, llegó junto a ellos y fundió a Kim en un abrazo un tanto pasional. El hombre se separó, pero sus manos aún seguían moviéndose en pequeñas caricias sobre los hombros de su compañero a la vez que sus piernas se incrustaban entre las de éste. 

»—¿Cómo está mi picha brava? —le preguntó a modo de saludo. Las acariciantes manos pasaron del cuello al rostro de Ramos y le hizo girar la cabeza juguetonamente. 

—Brava, como siempre —contestó el novato, poniendo sus manos sobre las caderas del hombre y regalándole una sincera sonrisa que Park jamás habría dicho que formara parte del gran repertorio del chico. 

—Mmm... Sigues igual de delicioso que siempre —dijo el hombre, pasando uno de sus pulgares por el labio inferior de Kim. 

Ahora sí, el novato mostró una de sus estúpidas sonrisas pero cargada de una lujuria que Park no había visto nunca en él, y podría jurar que en ninguna otra persona. La punta de la lengua de Kim rozó el dedo que le acariciaba el labio y “la sensación” explotó en el inspector jefe como una bomba atómica. Incluso él mismo se asustó de aquel estallido. Pero la ebullición de su cuerpo se congeló cuando los labios del hombre se posaron sobre los de su compañero. Los ojos del tipo permanecían cerrados, concentrado en el beso, pero los del novato miraban directamente a su superior, con una intensidad que inconscientemente hizo que Park se mordiese el labio con demasiada fuerza. 

—¿Qué es de tu vida, Kyu? —preguntó el chico una vez que se hubieron separado. 

—Trabajo por aquí, fiestas por allá... —le contestó el hombre gesticulando con sus manos—. ¿Sigues vendiendo seguros? —Park levantó sus cejas sorprendido. 

—Claro, sabes que es mi pasión —dijo, girando su taburete y enfrentando a su superior—. Éste es mi jefe, Jung Min. —Y señalando a su amigo, lo presentó—: Y éste es Kyu. 

—Todo un hombretón, ¿eh? —Rió sensualmente Kyu mientras estrechaba la mano de Park—. Pero la chaqueta hace rato que te sobra, ¿no crees? 

Kim sonrió, mirando al inspector jefe antes de dirigirse de nuevo a su amigo. —Oye Kyu, ¿quién es aquel chaval rubio de allí? —preguntó, señalando con la cabeza a un chico situado en una de las esquinas del local. 

—Mmm... No pierdes el tiempo, picha brava —dijo riendo, mostrando una dentadura perfectamente blanca—. Lleva pocos meses viniendo por aquí, pero se ha hecho bastante popular... Culito duro, ya sabes. —Las cejas de Kyu subieron y bajaron varias veces. 

—Y manos largas —murmuró tan bajo el novato que Park juraría que sólo él lo había escuchado—. Bueno Kyu, ha sido una delicia volver a verte pero tenemos que irnos ya. ¡Los seguros no se venden solos! Y hay que estar en pie temprano. 

Se levantaron y se despidieron del jugador de rugby, caminando en silencio hasta el coche. A pesar de las innumerables preguntas que rondaban la mente de Park por todo lo acontecido en el pub, sólo una salió cuando separó los labios: 

—¿Allí dentro… estabas metido en el papel de cliente o es que… eres gay? —Nada más terminar de hablar, analizó lo sumamente estúpida que había sido la pregunta. 

—¿Cuál de las dos opciones te gustaría más… jefe? —dijo Kim mientras lo miraba con una de sus muchas sonrisas petulantes y se metía en el coche.

Tras arrancar el motor y ponerse el cinturón, Park decidió no responder. No sólo porque no tenía ni idea de qué decirle, sino porque no estaba muy seguro de querer saber cuál era la respuesta. Aunque realmente estaba bastante clara. Aquel tipo había tocado, acariciado y besado a su compañero de una manera que no dejaba lugar a dudas. Parecía que se conocían desde hacía algún tiempo y que habían tenido algo juntos. “La sensación” pinchó de nuevo, pero hizo exactamente eso, pinchar, y el sentimiento de ese pinchazo no llegó a gustarle a Park, sobre todo porque no estaba muy seguro de lo que significaba. 

—Así que vendedor de seguros, ¿eh? 
Kim rió. —Nunca sabes qué tipo de personas te puedes encontrar en la vida. Los que un día eran tus amigos, al otro te quieren enterrado bajo tierra. Y en lugares como estos clubs, la línea de la amistad es muy quebradiza. De todos modos, es una buena estrategia para lograr indagar en asuntos que muchos se suicidarían antes de soplárselos a un policía. 

—Ese chico rubio por el que preguntaste...

—Mientras tú te extasiabas con el espectáculo frente a ti... y junto a ti... —Park abrió sus ojos ampliamente y apretó los nudillos en el volante debido al sudor frío que le recorrió al escuchar las últimas cuatro palabras del novato. Sabía perfectamente que se refería a esos tres segundos de miradas fijas y al hecho de que se lo había comido con los ojos. Pero el inspector jefe siguió con la vista en la carretera, intentando no mostrar el estremecimiento de su cuerpo—, yo me dediqué a observar al personal del pub. Aquel chico estuvo en una actitud sospechosa con al menos otros cinco muchachos. Intentaremos acercarnos a él la próxima vez. 

—¿Por qué has querido irte tan pronto?

—Todo a su tiempo, jefe. Hoy sólo ha sido una toma de contacto. Y con sólo tener a un posible sospechoso en el punto de mira es suficiente por ahora. Empezaremos por ahí. 

La siguiente pregunta que rondaba su mente no sabía muy bien cómo formularla, pues ahora sí estaba seguro de no querer oír la respuesta, en el caso que fuera afirmativa. No sólo porque sería comprometedora para la operación, sino también porque aclararía definitivamente la orientación sexual de su compañero, y aquello le revolvía algún que otro sentimiento (algo que no llegaba realmente a comprender, pues siempre le habían sido indiferentes los gustos sexuales de sus compañeros, familiares o amigos). 

—¿Has... has estado antes en este pub? 

Kim giró su rostro para encararlo, y dibujando una cierta comprensión en sus ojos le contestó: —No... No en éste. 



Aquella respuesta era una negación a su pregunta, pero dejaba un abanico de posibilidades hacia una afirmación de que sí conocía todo aquel ambiente. Mientras el novato se alejaba del coche una vez que Park lo dejó en su casa, “la sensación” parecía haberse dividido en dos: una cálida, que empezaba a apreciar la cercanía del chico, y una turbadora, ya que aquello realmente lo asustaba. 



La semana transcurrió relativamente en calma, relativamente, porque Park ya tenía nombre para aquellos singulares y aturdidores avances por parte del inspector de segunda: el novato lo estaba ligando. Singulares porque él parecía ser el único receptor en toda la Comisaría de aquellas preguntas cargadas de doble sentido y de las insinuaciones y sensuales miradas con las que el niñato engreído lo brindaba cada vez que estaban juntos; aturdidores porque eso era exactamente lo que hacían aquellos avances en él: aturdirlo. 

Tenía dos opciones: o pararle los pies al novato, dejándole claro en qué “lado de la acera” se encontraba, o pasar olímpicamente del chico y hacer como si los continuos intentos no surtieran efecto en él. Pero curiosamente no optó ni por lo uno ni por lo otro. No terminaba de darle a entender a su compañero que el equipamiento que tenía no era el adecuado para sus gustos sexuales, y ni mucho menos era capaz de dejar pasar por alto “la sensación” cuando los ojos café lo miraban acompañados de alguna de las desesperantes sonrisas. 


Y lo que más le desconcertaba era esa falta de decisión en sus opciones. ¿Por qué le dejaba avanzar? ¿Por qué no simplemente le decía alto y claro que pertenecían a equipos distintos? Básicamente se lo había hecho saber cuando, en una ocasión en la que el novato había preguntado de forma tan sutil como: “¿Te gusta dar o recibir?”, Santana se envalentonó en su respuesta y contestó, igualando el tono sarcástico del chico y su mirada profunda: “Me gusta recibir cuando Laura se pone de rodillas, y dar cuando estoy encima de ella”. Aquello le valió la sonrisa más lasciva que su compañero le había echado en los escasos siete días que llevaban juntos, y la no tan sutil respuesta de: “Hay maneras de recibir cuando se está encima, y de dar cuando se está de rodillas”. 

El comienzo de la semana siguiente no pudo empezar peor. Una llamada del hospital los alertó de un nuevo caso de sobredosis de Arcoíris. Al llegar al centro hospitalario, la enfermera de turno los guió a la habitación donde el chico, de apenas diecinueve años y con una cara blanca como la cal, estaba postrado en la cama lleno de tubos y sueros tras haberle hecho un lavado de estómago completo. Preguntaron al médico si estaba disponible para poder hacerle un par de preguntas a pesar de su aspecto, y el hombre los dejó pasar. 

—Buenas tardes, Young Min. Yo soy el inspector jefe Park y él es mi compañero, el inspector Kim. ¿Podríamos hacerte unas cuantas preguntas? ¿Te encuentras bien? —El muchacho, al escuchar el cargo de inspector, se puso aún más blanco y se acurrucó en su cama de hospital—. No te preocupes, chico. Sólo queremos saber algunas cosas de cómo llegaste a parar aquí. No vamos a detenerte —terminó Park con una voz opaca de detective de película. Ramos lo miró fijamente y rodó los ojos. 

Young Min pasó su mirada de un policía a otro, aún intimidado. —No... No recuerdo mucho... 

—¡Hey! ¡Yo no te veo tan mal! Seguro que esos ojitos azules vuelven loco a más de uno, ¿eh? —exclamó Kim en un claro intento de quitar la tensión que envolvía el cuerpo del muchacho. La respuesta de éste fue una tímida y agradecida sonrisa—. Déjame adivinar... —prosiguió el novato, poniendo una mano en su barbilla teatralmente y cara de circunstancia—. Estabas en el pub Joong... ¡Hay verdaderos hombres allí! Y seguro que tenías ganas de pasarlo bien. —Acercándose a él, Kim cubrió su boca como queriendo que sólo el chico lo escuchase, sin embargo, miró socarronamente a Park diciendo alto y claro—: Este muermo de aquí no tiene ni idea de lo que significa echar una buena noche. 

Aquello hizo que Park lo mirara con ojos entrecerrados y que Young Min sonriera abiertamente. 

—Bueno... mi hermano Kwang Min empezó a trabajar allí como camarero hace poco… Ese pub es el local de moda... Últimamente todos van allí —dijo Young Min sin dejar de sonreír. 

Park supuso que con “todos” se refería a la comunidad gay. 

—Y dime chaval —empezó de nuevo Kim, sonriéndole sensualmente—, ¿pillaste algo interesante? —El chico se mordió los labios pícaramente y asintió—. Mmm... Buena noche supongo, ¿eh? —Aquello consiguió que Young Min riera.

El inspector jefe sólo tenía ojos para su compañero. Este juego de poli bueno–poli malo no entraba dentro de su forma de trabajar, pero parecía que estaba consiguiendo soltar al joven. Los gestos y palabras utilizados por el novato no sólo hacían efecto en el chico, sino también en él, aunque Park intuía que de una forma distinta. El tono sensual en su voz y las atractivas expresiones de su rostro, estaban despertando a “la sensación”. 

»—¿Y qué es lo que pillaste para llegar aquí? —preguntó Kim mirando al chico con ojos profundos. 

No había intención de intimidar en ellos. Era una mirada cargada de comprensión, una mirada suave, una mirada que, si Park hubiera sido el destinatario, estaba seguro que le habría dado su propia alma al novato con tal de que ese color café no dejara de observarlo. Young Min bajó sus párpados en un claro gesto de arrepentimiento, pero no habló. 

Kim se sentó en la cama, y con su dedo índice levantó ligeramente el mentón del chico hasta hacer que lo mirase. 

»—¿Te gustaría ver a tu hermano Kwang Min postrado en una cama como ésta y que tenga que pasar lo mismo por lo que has pasado tú, Young Min? —preguntó con voz suave. 

«¡Vaya! ¡El novato sabe jugar!», pensó Park, admirando la maestría con la que había hecho uso de los lazos familiares del chaval para obtener una respuesta. 

—Un chico… un chico rubio nos pasó la… el… Arcoíris… Dijo que sería un viaje inolvidable —murmuró el muchacho. 

—¿Y quién es ese chico, Young Min? —Kim no apartaba la intensa mirada del enfermo a la misma vez que le acariciaba suavemente la barbilla. 

—Lo llaman el Leprechaun, por el duende con la olla de dinero que está al final de un arcoíris… Es bastante irónico, ¿eh? —contestó el muchacho con una media sonrisa. 

—Sí, lo es. Pero aún lo es más que seas tú el que esté aquí y no él —dijo el novato con una expresión dura en su rostro. Young Min sólo respiró profundo—. Yo no soy tu padre, Young Min, y ya eres mayor de edad, así que voy a suponer que a partir de ahora sabrás que es lo mejor para ti y tu hermano Kwang Min . —Volviendo a mostrar una sonrisa sensual, le dijo—: Sería una pena que esas perlitas azules que tienes por ojos se desvanecieran como lo hace un arcoíris cuando deja de brillar el sol.

Park quedó fascinado cuando observó la cara del chico tras aquellas palabras del novato. Si no pensara que podría ser imposible, diría que el muchacho acababa de caer duro por su compañero. Lo miraba con deleite y admiración. 

«Perseverancia…», pensó el inspector jefe. Ya iba entendiendo lo que significaba para Kim aquella palabra: perseverar, ser constante y firme en sus objetivos hasta hacerse con ellos, pero de una forma un tanto peculiar en opinión de Park, ya que jugaba con la sensualidad y los deseos de las otras personas.

«¿Está “perseverando” el novato conmigo cuando hace uso de todas esas frases, sonrisas y miradas? ¿“Persevera” con todo el mundo de la misma manera?». Aquella última pregunta hizo que “la sensación” pinchara del mismo modo que lo hizo cuando pensó en la relación que podría haber entre Kyu y Jun. Odiaba ese pinchazo. 

En el coche de camino a la casa del novato, Park seguía sumido en sus preguntas y sensaciones. De vez en cuando miraba de reojo la silueta de su compañero en el asiento del copiloto mientras él conducía. 

—¿Sabes? Los nombres de esta operación y sus significados están para ponerlos en un libro de anécdotas policiales: Terminator, Arcoíris, Leprechaun… En fin, vamos a tener que volver a Joong y hablar con ese chico rubio. Llamaré a Kyu a ver cómo puedo tantearle para que me cuente algo de él —dijo Kim mientras salía del coche para dirigirse a su casa. 

—Iré a la Comisaría para incluir lo del Leprechaun al dossier —murmuró Park secamente. No sabía por qué, pero necesitaba alejarse de la presencia del novato en esos instantes. 

Ya en la Comisaría, se propuso empaparse de los informes de la operación Terminator para intentar despejar su mente de todo lo que lo llevaba aturdiendo durante las dos últimas semanas: Laura, la operación, su nuevo compañero, “la sensación”… “la sensación”…

—¡Park! —El grito pronunciando su nombre lo sacó del sopor en el que se encontraba. El comisario se erguía en el umbral de la puerta de su despacho—. ¿Tienes un minuto?

—Eh… claro. Siéntate, Jae —dijo señalándole una de las sillas que había justo enfrente de su escritorio—. Tú dirás… 

—¿Cómo lo llevas con tu nuevo compañero? 

«¡Joder! ¡Vaya primera pregunta! ¿Y qué te contesto, Jae? ¿Qué no tengo ni puta idea de cómo lo llevo? ¿Qué cada vez que lo tengo cerca mi cuerpo empieza a arder y no sé por qué siento eso? ¿Qué cuando me mira o me sonríe empiezan a picarme partes de mi anatomía que sólo deberían estar reservadas a ciertas personas (a las féminas para ser más exactos)?». 

—El mocoso tiene talento, sabe llevar las cosas —acabó contestando con un tono sombrío. 

—Te lo dije —dijo Jae sonriendo—. El muchacho es un diamante en bruto. ¿Y cómo fue todo con el chaval del hospital? ¿Conseguisteis algo? 

«Sí, que el chico babeara por el novato como Homero Simpson por una rosquilla», 
pensó Park antes de contestar: —Parece que el que distribuye la droga en el pub se hace llamar Leprechaun. Volveremos al club para vigilarlo. 

—Bueno —comenzó el comisario mientras se levantaba y le mostraba unos papeles—, parece que la cosa por fin va avanzando. Necesitaría que le dieses estos informes a Kim hoy mismo. Son algunos de los requisitos del cambio de distrito y los necesito rellenos mañana a primera hora para los de administración. ¿Su casa no queda muy lejos de la tuya no? 

—No, yo se los acerco. 

De nuevo en el coche hacia la casa de Kim, Park intentó desviar de su mente los pensamientos de los últimos días y decidió que le haría una visita a Laura. 

Necesitaba purgar su cuerpo de aquellas inquietantes percepciones. 

Al llegar a la puerta de entrada, tocó el timbre y esperó. Nada. Volvió a pulsarlo y siguió sin respuesta alguna. Al ser una casa mata, la rodeó hasta llegar a la puerta trasera, pero antes de poner su puño sobre ella para llamar, algo en una ventana cercana captó su atención. Dos siluetas se movían a través de las transparentes cortinas. Intrigado, Park se acercó al cristal y, entre una rendija de apenas cinco centímetros, observó el interior.

Sus ojos se agrandaron al máximo al contemplar lo que sucedía dentro. El cuerpo de un hombre desnudo estaba de rodillas en el suelo, y su cabeza se movía hacia atrás y delante en un movimiento rítmico suave. Al fijar mejor la vista, Jung Min vio con estupor que lo que guiaba aquel movimiento era el deslizamiento de la boca del hombre sobre el pene de otro, un enorme miembro por el que el inspector jefe se sintió un poco abrumado e intimidado. 

Una mano agarró los cabellos del que estaba en la posición de abajo, y Park escuchó un gemido ronco a pesar de tener la sensible insonoridad del cristal de la ventana. Levantó su vista hacia el hombre que permanecía de pie con los pantalones sobre los muslos, y su respiración se estancó en su garganta. 

El novato tenía los labios ligeramente entreabiertos mientras suaves jadeos escapaban de su boca, filtrándose de forma opaca a través de la ventana. Su cabeza caía hacia atrás entre sus hombros, y con la mano que no agarraba los pelos del otro hombre, se sujetaba del mármol de la encimera de la cocina. 

Jung Min estaba estático. Aquel espectáculo podría herir la sensibilidad de cualquier hombre heterosexual, pero él permanecía tras la ventana sin mover sus pies del sitio. Por el rabillo del ojo, seguía los movimientos –cada vez más rápidos– de la cabeza situada en la entrepierna de su compañero. Pero su visión completa se centraba en los gestos de su cara, y en su fibroso pecho desnudo. 

“La sensación” explotó en miles de choques de calor que recorrieron su cuerpo hasta anidar en su bajo vientre, para pasar con la rapidez de un rayo a sus testículos, los cuales sintió tensarse. Antes que pudiera analizar lo que le sucedía a su entrepierna, vio a través de las cortinas cómo Jun levantaba casi sin esfuerzo al hombre de rodillas, lo giraba, lo doblaba, y lo hacía estrellarse con un golpe seco sobre una mesa cercana. Aún con los pantalones a medio camino de sus piernas, el novato destapó un pequeño bote que había sobre la encimera y vertió un líquido transparente en sus dedos. Los empapó, haciendo círculos con el pulgar, y los enterró entre las nalgas del bien expuesto culo del hombre tumbado sobre su estómago.

Un sonoro gemido prolongado en el tiempo se escuchó cuando Jung Min vio los nudillos de su compañero desaparecer de su visión, para aparecer de nuevo aún brillantes por el líquido. Los dedos entraban y salían del cuerpo del hombre, y el inspector jefe –no sabiendo bien si por acto reflejo o por ayuda de “la sensación”– apretó los músculos de su ano en respuesta. Aquello hizo que el calor que mantenía sus bolas en tensión se filtrase a lo largo de su eje y que éste diera un pequeño tirón. 

Debería irse, moverse, mirar hacia otro lado, y cuando estaba a punto de intentar hacer caso omiso a lo que su cuerpo estaba sintiendo y abandonar el lugar, escuchó la ronca voz de Jun medio ahogada a través de la ventana, pero pudo escucharla claramente cargada de un lascivo deseo: 

—¿Me echabas de menos? ¿Te morías de ganas por tener mi polla dentro de ti otra vez, Kyunnie? 

«¡¡¿KYU?!!» Park giró rápidamente sus ojos hacia la cara del hombre sometido. 

Fijándose bien, pudo reconocer el rostro , el cual mostraba un deseo necesitado y un color rosado cubría sus mejillas. La respuesta de éste fue un gemido gutural. 

«¿Esto es lo que entiende el novato por tantear a alguien? ¿Follárselo? ¿Follárselo a cambio de información? ¿O sólo están recordando viejos tiempos?». Fuera por el motivo que fuese, Min dejó de analizarlo cuando Jun posicionó sus caderas justo al nivel de las nalgas de Kyu y empuñando su grueso eje cubierto con un condón, lo hizo desaparecer en el interior hasta la mitad. 

—¡¡JODERRRR,JUNNN!! —gritó Kyu casi sin aliento—. ¡Mierda!... Aaahhh… sabes que eres grande, cabrón. 

El inspector jefe no entendió muy bien el por qué, pero su polla se estremeció ante el fuerte grito de dolor de Kyu y por la alusión a la gruesa y larga longitud de su compañero. 

—Siempre te gustó duro —dijo Jun sensualmente. Cubriendo la espalda del hombre con su pecho, le susurró al oído—: Siempre suplicabas por más. —El novato se enterró unos centímetros y Jung Min tuvo que acercarse un poco a la ventana para intentar escuchar lo que decía—: ¿Recuerdas lo que me pedías, Kyu? —Embestida—. “Fóllame”. —Embestida—. “Fóllame el culo, Jun”. 

El novato separó sus cuerpos, agarró los cabellos de Kyu con fuerza con una mano y con la otra sujetó uno de los hombros. Comenzó a juntar sus carnes, haciendo que el eco de éstas se proyectara a través de la ventana con ondas que explotaban directamente en los tímpanos de Park. Los gemidos gritados de Kyu envolvían como un suave manto sus testículos, y le fue imposible detener el crecimiento de su polla que ya empezaba a rozar la cremallera de sus pantalones. 

¿Qué estaba ocurriendo con él? ¿Por qué cojones no se iba? ¿Por qué estaba allí de pie, mirando como un puto voyeur a dos tipos follando? ¡Ni si quiera era bisexual! ¡¿Y POR QUÉ SU POLLA NO PARABA DE CRECER?! Mientras estas preguntas invadían la mente de Park, sus ojos vagaron por los apretados músculos de ambos hombres. 

Observó cómo se ondulaban con cada choque y cómo rebotaban debido a la fuerza de los movimientos. 

Alejando de su mente los típicos perjuicios homofóbicos, estudió la visión que se presentaba ante él. El sexo con una mujer era exquisito, enriquecedor, y en algún que otro momento podía llegar a ser obsceno. Pero lo que veían sus ojos en ese momento era primitivo, visceral y rudo, muy, muy rudo. Guardó aquella imagen en su retina y en lo más profundo de sus neuronas cerebrales. La voz salida directamente de la garganta de Kyu lo devolvió al presente: 

—Me corro, Jun… me corroooo… 

Tras el orgasmo jadeado del hombre, vio a Jun tirar de los cabellos de Kyu hacia él, echando la cabeza hacia atrás en el mismo momento que gritaba su propio clímax. 

El sonido de la voz del novato al correrse abrió todos los poros de la piel de Min y estremeció su cuerpo. Supo que aquel gemido taladraría su mente cada vez que mirase el color café de los ojos de su compañero. 

Mientras los dos hombres tranquilizaban sus respiraciones, Park parpadeó un par de veces dándose cuenta de dónde se encontraba. Casi sin pensarlo, se alejó de la ventana y se dirigió a su coche. Una vez sentado en el asiento del conductor, puso sus manos en el volante y fijó su mirada en la oscura calle. Respiraba fuerte y profundamente, sin saber qué hacer. Debía darle los papeles del cambio de distrito al novato, pero no sabía cómo actuar cuando lo tuviera enfrente habiendo presenciado todo aquel acto, y menos con Kyu allí. 

Al traer de nuevo la imagen de los dos cuerpos juntos a su mente, su entrepierna se movió recordándole que aún estaba duro, muy duro. «¡Mierda! ¿Qué es todo esto? ¿Por qué estoy empalmado? ¡Son dos tíos, Joder!... Necesito… necesito a Laura». 

Una vez tomada su decisión, Park salió del coche dispuesto a enfrentar al niñato, dejando a un lado las imágenes y sonidos de los que había sido partícipe hacía escasos veinte minutos. Le daría sus malditos papeles e iría en busca de Laura para sumergirse entre sus piernas. Nada más cerrar la puerta de su Volkswagen Passat, escuchó abrirse la de la casa de Kim y vio salir a Kyu. Lo observó mientras se perdía calle abajo. Con un profundo suspiro, se obligó a caminar hacia la casa. Tocó el timbre y esperó. 

Al abrirse la puerta, lo que menos esperaba Park es que el novato se presentara ante él con unos pantalones de algodón muy fino que moldeaban los músculos de sus piernas y el enorme bulto entre ellas, y con el pecho completamente desnudo. 

Se acababa de duchar, ya que sus oscuros mechones aún estaban húmedos y brillantes. 

Al verlo, Kim apoyó el antebrazo en el umbral y sonrió de lado a Park. Como muy bien predijo el inspector jefe, nada más mirar al color café, los gemidos del orgasmo de su compañero retumbaron en su mente, al igual que lo hizo su voz cuando habló: 

—¿Visita sorpresa? 

La sonrisita satisfecha y aquella luz en sus ojos, que le indicaba a Park que estaba coqueteando con él como lo había hecho durante todos aquellos días, lo quemó por dentro. La posterior pregunta que se hizo lo abrasó aún más, sólo por el hecho de no entender por qué cojones se la hacía y por qué “la sensación” pinchaba de nuevo: «¿Cómo coño te atreves a mirarme a la cara e intentar ligarme después de haber tenido tu polla metida en el culo de otro?». Park hizo acopio de toda la cordura que tenía para no estamparle el puño en la cara y borrar así su estúpida sonrisa. 

—El comisario quiere que rellenes estos papeles y se los entregues mañana a primera hora.

El tono seco y el rostro de rabia que tenía, no debió pasar desapercibido a Kim, ya que éste ladeó ligeramente su cabeza y le preguntó sonriente: 

—¿Mala noche… jefe? 

No supo la razón. No entendió de dónde le vino la furia. Ni siquiera se paró a analizar el por qué del arrebato infantil que le entró, pero forzando sus dientes y entrecerrando sus ojos, le gruñó: 

—No tan mala cuando tenga mi polla enterrada entre los muslos de Laura. 



Sólo por la sorpresa que se dibujó en la cara del novato, valió la pena rebajarse tan mezquinamente. Y sin darle la oportunidad de una réplica a su compañero, caminó hacia su coche para dirigirse directo a intentar borrar las imágenes, pensamientos, gemidos, sensaciones, sentimientos, pinchazos, jadeos, sonrisas, miradas y visiones que habían tambaleado su mundo desde que el mocoso engreído llegó a su vida. 



A la mañana siguiente, Park se presentó en la Comisaría una hora tarde. Tras pasar la mitad de la noche anterior enredado en sábanas de seda y perfume caro de mujer, regresó a su casa sin apenas haberse deshecho de lo que se removía en su interior. “La sensación” seguía latente, expectante ante el próximo movimiento que el novato decidiera hacer en cuanto se lo cruzase, y para colmo, “la muy inoportuna” decidió hacerle una visita justo cuando, tras esforzarse como un toro semental por llegar al orgasmo con Laura, la imagen del cuerpo desnudo del novato y el ronco gemido al correrse llegaron a su mente en el momento de su eyaculación. 

Tenía, literalmente, un humor de perros y los nervios a flor de piel por la falta de sueño, acompañados de un terrible dolor de cabeza que le producían los incesantes pensamientos de todos aquellos días. 

Fue directo al despacho del comisario con la intención de inventar una burda excusa por su retraso, pero nada más abrir la puerta se encontró sentado en uno de los sillones al mocoso engreído. Lo curioso fue que “su querida amiga” no le recorrió de punta a punta, ni sintió la ebullición en su cuerpo, como otras tantas veces que estuvo en presencia del novato, y quizás la razón fuese porque el rostro de su compañero estaba libre de expresión alguna. No había rastro del enorme elenco de sonrisas con las que contaba el niñato, y sus ojos estaban carentes del pícaro brillo que siempre los envolvía. Le retiró la mirada y se sentó justo en el sillón de al lado.


—Supongo que Jae nos ha llamado a su despacho, ¿no?, por eso estás aquí —dijo Park sin mirarlo, cruzando sus piernas y recostándose sobre el respaldo del asiento. 

Kim no contestó enseguida. Inspiró sonoramente y giró su cabeza hacia su superior —. Aún hueles a hembra. 

Tras los dos segundos que el inspector jefe necesitó para procesar la frase y el significado de la misma, le devolvió la mirada al novato. El café de sus ojos estaba más oscuro de lo normal, y la expresión en ellos era sombría, calculadora, desprendiendo un aura algo inquietante. Arrugando su rostro, sin llegar a entender muy bien qué pretendía señalar el niñato con aquel comentario, Park lo enfrentó: 

—Y tú hueles a todo lo contrario. 

Tras terminar la última palabra, deseó volver atrás en el tiempo y retirar lo dicho. 

¿Pero por qué había dicho algo así? Y además, ¿qué mierda le importaba a él que su compañero oliera a macho?... A Kyu... “La sensación” pinchó. ¡Dios! ¡Cómo odiaba aquello! 

En el rostro de Kim comenzó a aparecer una leve sonrisa, y el brillo de sus ojos volvió a destellar. “Su inseparable amiga” quemó por dentro al ver de nuevo la actitud de siempre del novato, y tuvo que apartar la mirada para no abrasarse. Escuchó el crujir del sillón de su compañero y, por el rabillo del ojo, notó cómo su torso se acercaba a él. Antes de hacer el amago de separarse, la voz del niñato llegó justo a su oído: 

—No está bien espiar detrás de las ventanas… jefe. —El color de la cara de Park pasó de un carne natural a un blanco pajizo en medio segundo, y todos los músculos de su cuerpo se agarrotaron. Aún en su estado de shock, sintió que los labios del novato rozaban su oreja cuando siguió hablando en un susurro—: Y no me pensaría dos veces en cambiar a todos los machos de la faz de la tierra para degustar sólo a uno. 

Jung Min no supo si su cuerpo explotó en cientos de miles de espasmos porque su compañero le estaba diciendo que deseaba probarlo, o por el insólito hecho de que realmente lo estaba haciendo. El suave y mojado toque que sintió bordeando su oreja no le dejó lugar a dudas de que una lengua se estaba paseando a lo largo de su cartílago. En sólo un segundo, numerosos pensamientos y sentimientos se agolparon en su cuerpo y su mente: la lengua del novato, choque de cuerpos, la lengua de su compañero, gemidos, la lengua del mocoso, “la sensación”, la lengua… la lengua… 

Al mismo tiempo que Jung Min se abandonó por un pequeño instante al húmedo recorrido, haciendo que un traicionero suspiro se escapara de su boca, la puerta del despacho se abrió. Tanto Ramos como el inspector jefe dieron un pequeño respingo y se colocaron con sus espaldas erguidas en sus asientos. El comisario entró casi sin mirarlos y se sentó en su silla. 

—Bueno —comenzó Jae, juntando las palmas de sus manos con un sonoro golpe—, parece que la cosa va marchando. Estamos empezando a ver resultados y eso gusta a los de arriba. Creo que hemos acertado con emparejaros ¿no os parece? 

El inspector jefe pensó que su comisario debía ser telepático o algo por el estilo, ya que siempre se las arreglaba para soltar preguntas como aquella en los momentos más inoportunos. Por supuesto, ninguno de los implicados contestó: Jung Min porque aún sentía su oreja húmeda, como si la sinuosa lengua no hubiese acabado su itinerario, y Ramos porque… bueno, Jung Min no sabía el por qué, pero en aquellos momentos le importaba una reverenda mierda. 

»—Bien… —dijo el comisario girando su cabeza de uno a otro, algo sorprendido por el mutismo de ambos—. ¿Qué tenías que comentarme, Kim? 

El novato carraspeó para aclarar su garganta. —Un contacto me ha dicho que el muchacho rubio se llama Bae. Tiene unos veinte años y creo que vive sólo. No he podido sacarle mucho más porque mi contacto no sabe a qué me dedico, y es mejor que siga siendo así.

«¡¿Sacarle?! Más bien meterle, cabrón», pensó Jung Min, pues el supuesto contacto no era otro que Kyu, por supuesto. Al parecer, sí que hizo los deberes el niñato, aparte de regalarse un festín sexual por las molestias, claro. 

—¡Perfecto, perfecto! —dijo Jae frotándose las manos—. En fin, a otra cosa. Esta noche es la fiesta de jubilación de Bang. Tú no lo conociste, Kim, pero el viejo quiere que asistas. —Sonrió amigablemente—. Dice que va a ponerte al día con los secretos más oscuros de Park y decirte qué debes hacer para llevártelo al huerto y que lo tengas comiendo en tu mano. 

Telépata, definitivamente este hombre era telépata. «¡¡Llevarme al huerto!! ¡Joder, Jae! ¡¿Es que no podrías haber utilizado otra expresión?!». Y encima, para colmo, la sonrisita de sobrado en la cara del novato lo estaba poniendo nervioso, ya que no sabía qué tipo de pensamientos rondaban por la cabeza del mocoso con respecto a la última frase de su comisario. 

»—El sábado quiero que vayáis de nuevo al pub Joong para tantear al chico. En fin de semana habrá más movimiento y pasaréis mejor desapercibidos. Además, no os costará apreciar los trapicheos. Estos drogatas se confían cuando hay más gente —dijo Jae ordenando algunos papeles que estaban sobre su mesa. Aquello fue la señal de que la reunión había acabado, y Jung Min se levantó lo más rápido que pudo para poder desaparecer de la habitación y de la presencia del novato—. ¡Nos vemos en el Chamos a las nueve! —gritó el comisario una vez que el inspector jefe hubo abandonado su despacho. 

El resto del día intentó pasarlo lo más alejado posible de su compañero, encerrado en su despacho y sumergiéndose en una pila de informes y documentación de casos de pequeños contrabandos de drogas. De vez en cuando, de forma autómata, cerraba sus ojos para descansar la vista de los papeles y su incontrolable mente aprovechaba para cegarlo con las imágenes de dos siluetas a través de una ventana. «El hijo de puta me vio. Sabía que yo estaba allí y no paró. Siguió follándose al tipo como si nada… ¿Y a qué coño ha venido lo de esta mañana?». El cuerpo de Jung Min se estremeció al recordar la lengua bañando su oreja y los suaves labios acariciándola. 

Volvió a cerrar los ojos y una extraña esperanza de que aún podía sentirla se albergó en su interior. «¡¡¿¿PERO QUÉ...??!!». Instintivamente, levantó las manos hacia sus orejas. «¡¿Por qué mierda estoy pensando en esto?!». 

Aquel deseo lo asustó de verdad. No le había dado mucha importancia al tiempo que el novato le había estado tirando los tejos, ya que consideraba que aquellos tira y afloja eran meros coqueteos. “La sensación” lo había inquietado alguna que otra vez, sobre todo cuando se dedicaba a pinchar, pero nunca había sentido deseo. 

Quizás extraños sentimientos e impresiones que no sabía muy bien dónde ubicar, pero jamás sintió un anhelo o un interés. Un sudor frío resbaló por su columna vertebral y, por primera vez en sus treinta y tres años, se aterró de sus sentimientos. 

Cuando dieron las seis de la tarde, salió de la Comisaría y se dirigió a su casa a asearse y prepararse para la fiesta de su antiguo compañero Bang. A las nueve en punto se encontraba frente a la puerta del restaurante Chamos. Varios colegas de profesión lo saludaron al entrar. Tras un rato entablando conversación con alguno de ellos, decidió ir a buscar al anfitrión de la fiesta. Para su desgracia, o por lo menos eso sintió al ver el color café de los ojos de su nuevo compañero, Hyung Jun hablaba con Bang animadamente. Sin pensarlo dos veces, cogió una copa de vino de la barra mientras el hombre mayor le hacía señas para que se acercara. 

—¡Hey, campeón! ¿Cómo lo llevas sin tu viejo? —le dijo Bang sonriente, mientras lo abrazaba y palmeaba su espalda. 

—Echándote de menos, grandullón —contestó Jung Min sinceramente, intentando no derramar su bebida. Había sido su compañero de cacería, como a Bang le gustaba llamarlo, por los últimos cuatro años, y lo aprendido bajo su ala había hecho que llegara a ser el policía que era, además de ayudarlo bastante en su promoción interna como inspector jefe. Era el único en toda la Comisaría que lo llamaba por su nombre de pila, Min. 

—¿Es que no te trata bien tu nuevo compañero? —preguntó Bang sin parar de sonreír, cogiendo a Hyung Jun por el hombro y zarandeándolo un poco—. Te llevas una buena pieza. En mis treinta años de servicio, nunca había visto unas credenciales como las suyas a pesar de lo joven que es. Min, si quieres mantener tu culo sin agujerear e intacto, ¡Este es tu chico! 

Jung Min se atragantó con el sorbo de vino que dio a su copa. «¡¡Por dios!! ¡¡Es que están dando cursos de telepatía en la Comisaría y no me he enterado!!». El único gesto del novato fue un alzamiento de cejas acompañado de una de sus descaradas sonrisas. 

»—¡Oye! Bebe tranquilo que aún queda mucha noche. Ya tendrás tiempo de cogerte el puntito —exclamó Bang medio carcajeándose—. Le estaba contando al chaval que la mejor manera de tenerte contento es arrodillarse y tragar con todo. 

«¡¡¡AAAHHH!!! ¡Un agujero! ¡¡¡NECESITO UN PUTO AGUJERO EN LA TIERRA Y HUNDIRME EN ÉL!!!». 

—No creo que me cueste hacerlo… soy bastante… “versátil”, y estoy deseoso de tragarme todo lo que mi compañero esté dispuesto a enseñarme —dijo Hyung Jun, escondiendo tras un sorbo de su copa la sonrisa lasciva y lujuriosa por excelencia.

Lo único que fue capaz de hacer Lau Hdez después de aquella esclarecedora confesión, fue beberse el resto de su vino de un tirón. Ya había decidido que saldría de allí con la mayor borrachera de su vida. 

—¡Ese es el espíritu, chico! Hay que dejarse enseñar por los mayores. ¿Cómo crees que Min llegó a ser inspector jefe? 

Jung Min rogó por que el novato no se lo imaginase “tragando” todo lo que Bang pudiera haberle enseñado. 

—Soy buen alumno, tanto para estar “arriba” y en marcha cuando me lo pida mi jefe, como para estar “abajo” y calladito cuando la ocasión lo requiera —dijo Hyung Jun sin apartar la intensa mirada de los ojos de Jung Min. 

—Este muchacho llegará lejos. Más te vale cuidarlo, Min. Puede que algún día sea él quien esté por encima de ti. 

El inspector jefe decidió que ya había tenido suficiente de “posiciones” y se excusó diciendo que había visto a un antiguo compañero. 

La velada siguió su curso entre risas, abrazos y algún que otro insulto dirigido a los jefes y a colegas de profesión. Jung Min no volvió a cruzar palabra con el novato, pero eso no impidió que, unas veces sin quererlo y otras no tanto, su mirada lo buscara entre la multitud. Cuando ya iba por su cuarta copa de vino, sentía los murmullos de la sala retumbar en su cabeza como abejas zumbantes, y sus párpados permanecían medio cerrados debido al alcohol que bebía no sólo su garganta, sino también sus venas. 

En una de esas veces de “sin quererlo”, su compañero apareció en su campo de visión mientras hablaba con otra persona. No sabía si era porque lo tenía justo enfrente o porque la gran cantidad de ingesta de licor que llevaba le obligaba a mirarlo, pero hizo eso justamente: observarlo, examinarlo, diría que incluso acecharlo. Lo contempló de arriba abajo, deteniéndose en los ajustados pantalones que siempre llevaba el niñato, marcando los duros y fibrosos músculos que Jung Min ya sabía que poseía. Una imagen de dos fuertes piernas chocando contra unas nalgas llegó a su mente y su entrepierna se agitó. 

El alcohol le estaba jugando una mala pasada, porque la visión en su cabeza y calor en sus testículos hicieron que su mirada se posara en el enorme bulto de los pantalones de su compañero. «“Grande... eres grande, Jun”». Jung Min repitió en su cabeza las mismas palabras que Kyu dijo cuándo el niñato se metió en su interior, y su polla creció unos centímetros. «Maldito mocoso... ¿Qué me estás haciendo?». 

Al levantar su embriagada mirada hacia el rostro de Hyung Jun, los ojos café lo observaban intensamente, tanto que “su querida amiga” estalló centrándose exclusivamente en su miembro, haciendo que se extendiera a su máxima longitud. 

Ambos se observaron por varios segundos. Quizás debería apartar la mirada, pero el alcohol era dueño de su cuerpo y acciones y, sinceramente, tampoco le apetecía dejar de mirarlo. “La sensación” pinchó, pero este era un nuevo tipo de pinchazo. No vino cargado de sentimientos de rabia y posesividad como los anteriores, sino de un sentimiento de deseo. «Deseo... otra vez...». 

El cuerpo de Jung Min se sacudió con temor. Necesitaba despejar su mente de los remolinos de licor e impresiones encontradas. Se dirigió al baño, y con un profundo suspiro apoyó su espalda y cabeza sobre la puerta de uno de los cubículos. No había empezado a analizar los inquietantes nuevos temores que lo sacudían, cuando la puerta de entrada a los baños se abrió y tras ella apareció Jun. 

Jung Min juraría que fue por el efecto del alcohol, pero todo lo que ocurrió después lo vislumbró a cámara lenta. Taladrándolo con la mirada, el novato se acercó a él paso a paso, hasta quedar justo enfrente. Ante la cercanía de sus rostros y cuerpos, el inspector jefe intentó echar su cabeza hacia atrás, pero la dura madera de la puerta del cubículo se lo impedía. De repente, sintió las manos de su compañero en sus caderas, y aquello le hizo soltar un pequeño quejido. El toque lo quemaba, pero lo hacían aún más los profundos ojos de los cuales era incapaz de desviar su mirada. 

Con un suave empujón, Hyung Jun los metió dentro del cubículo y puso la espalda de Jung Min contra la pared. Los brillos en ambos pares de ojos se mezclaron, los de Jung Min acuosos a consecuencia de su embriaguez, y los del novato inquietos y deseosos ante lo que podría estar por venir. Tranquilamente, deleitándose en las duras formas de las nalgas, Jun bajó sus manos hasta agarrar los muslos de su superior por la parte trasera y los separó unos centímetros. Sin esperar algún tipo de reacción por parte de Jung Min, chocó sus entrepiernas haciendo que el inspector jefe ahogara un gemido. 

Nariz con nariz, Jun apretó su agarre en las piernas de su jefe e hizo un resbaladizo movimiento a lo largo de los dos miembros ya erectos. Jung Min sintió la dura y gruesa carne del novato recorrer la suya, y su primer instinto fue agarrarse con ambas manos a la camisa de su compañero a la altura de la cintura. Sus frentes se juntaron cuando unas tímidas embestidas por parte de Jun empezaron, consiguiendo que el inspector jefe golpeara la pared con sus nalgas. 

Las cuerdas vocales de Jung Min sólo le dejaban emitir gemidos; gemidos que iban de tímidos y ahogados, a profundos y guturales, pero ni rastro de palabras, ya fueran de asombro o insultos. Se limitó a sentir. “La sensación” colmaba todo su ser y el calor de sus frentes juntas empezó a invadirlo. No sabía si el alcohol lo guiaba en aquel terremoto de emociones, pero su cuerpo se rindió a ellas. 

Cuando las embestidas se hicieron más certeras y rudas, un ronco jadeo proveniente de su compañero le hizo levantar su mirada del tango que llevaban sus entrepiernas para posarla en el denso café que lo observaba a escasos milímetros. 

Con un movimiento inesperado, Jun comenzó a desabrochar el cinturón y los botones del pantalón de Min, y cuando éste se quiso dar cuenta, una mano fuerte ya envolvía su llorosa polla mientras unos callosos y calientes dedos la acariciaban con determinación. 

El sorprendido y fuerte gemido del inspector jefe ante el inesperado pero más que placentero contacto, hizo que el primer sonido, que no fueran jadeos, gruñidos y profundas respiraciones, sonara en el cubículo: 

—Shhh... 

Mientras Jun lo hacía callar, cubrió la boca de Jung Min con la mano que no estaba vagando por la erecta longitud. El inspector jefe no supo cómo sentirse ante aquella invasión, pero parecía que su cuerpo sí que lo sabía. Al verse impedido de emitir sonido alguno, bombeado como nunca nadie lo había hecho –ni siquiera el mismo–, mientras permanecía acorralado contra la pared por las incesantes embestidas del novato contra su muslo, empezó a sentir los inequívocos síntomas de un descomunal y próximo orgasmo.

Cuando las corrientes eléctricas invadieron su bajo vientre, miró suplicante a su compañero. Éste se mordía el labio inferior con fuerza y los cabellos ondulaban al ritmo de las enloquecidas estocadas. Una sonrisa lobuna pintó su rostro y, con un gruñido ronco y cargado de anhelo, le dijo: 

»—Dámelo... 

En cuanto su orgasmo empezó a atravesarlo, subiendo desde la punta de los dedos de sus pies hasta el último pelo de su cabeza, para volver a bajar y explotar en sus testículos, cerró los ojos con fuerza y aulló su clímax aún con la intrusa mano impidiéndoselo. Sintió los calientes chorros de semen manchar su camisa, y muy probablemente la de su compañero. 

Con los párpados cerrados y su respiración agitada saliendo a duras penas por los orificios de su nariz, notó resbalar la mano que obstruía su boca bajando por su cuello y clavícula suavemente. Cuando algo parecido a la calma llegó a sus sentidos, abrió los ojos y el líquido café de los del novato lo esperaban. 

Aún permanecían pegados; Jung Min empuñando la camisa de su compañero, y éste con una mano en los botones del pantalón del inspector jefe y la otra empapada en semen alrededor del flácido miembro. Calentaba uno el aliento del otro y viceversa, mientras sus respiraciones se ralentizaban. Hyung Jun sacó una de sus oscuras sonrisas al mismo tiempo que levantaba la mano embadurnada de esperma y la acercaba a sus labios. 

Fundiendo sus ojos con los de su jefe, sacó la lengua y lamió el viscoso líquido que se derramaba por uno de sus dedos. La respuesta de Jung Min fueron unos enormes ojos abiertos. Recogiendo el semen en su boca y saboreándolo en su interior, se acercó peligrosamente a los labios de su superior diciendo casi en un susurro: 

»—Puedo tragar con esto... y con mucho más. 

Un jadeo interno cruzó la garganta del inspector jefe en el momento que se escuchó la puerta de los servicios abrirse seguido de unas sonoras carcajadas. Los dos permanecieron rectos en sus posiciones, mirándose inquietos. La respiración de Jung Min empezó a profundizarse, y Hyung Jun redondeó sus labios en un silencioso gesto de hacer callar a su compañero. Durante el minuto que pasaron pegados y ocultos en el cubículo esperando a que los dueños de las risas desaparecieran, la mente de Jung Min empezó a aclararse un poco a pesar del alcohol que aún recorría su cuerpo. 

«¡¡¿Qué coño estoy haciendo?!! ¡Es un hombre! ¡Un tío! ¡Y para colmo es mi compañero! ¡Y estamos en medio de una operación! Si Jae se entera de esto me manda de patitas a la calle. Todo esto ha sido culpa del vino. Si... el puto vino... y de las putas insinuaciones del mocoso de mierda, que me han... me han...». 

Las risas se apagaron y, en un momento de lucidez, Jung Min aprovechó para separase del novato de una manera algo brusca, subirse sus pantalones de la mejor forma que pudo, y salir del cubículo y de los servicios en busca de su chaqueta para largarse lo más pronto posible de aquel lugar. 



El camino en coche hacia su hogar le pareció que duró lo mismo que un relámpago, ya que su mente estaba completamente en blanco mientras sentía cómo el alcohol dejaba su cuerpo y sus neuronas. Al llegar a su casa, se tumbó en la cama sin siquiera desvestirse. Quería dormir, olvidar, alejarse del mundo que lo rodeaba en esos instantes. Y asombrosamente no le costó mucho abandonarse a los brazos de Morfeo, no sin antes tener una visión de los labios de su compañero rozando los suyos, susurrándole que era capaz de tragar con todo. Una réplica de su despampanante orgasmo explosionó en su estómago antes de caer rendido. 



La primera sensación que dominó la mente de Min nada más abrir sus ojos a la mañana siguiente, fueron un par de fuertes manos acariciando su entrepierna la cual estaba anormalmente dura a tan tempranas horas, seguida de un intenso estallido que abrasó su aparato reproductor masculino al completo. Se incorporó en la cama con su rostro perlado de pequeñas gotas de sudor, y se quedó con la mirada perdida en la oscuridad que invadía la habitación. 

«¡Joder!... ¿Y ahora qué?... ¡¿Y AHORA QUÉ?!». Aquella era la pregunta del millón. 

«Un tío me ha hecho una paja en los servicios de un restaurante durante la fiesta de jubilación de mi antiguo compañero, rodeado de todos los colegas del trabajo. Para colmo, el tipo es mi actual compañero. Y para rizar el rizo, el niñato es un mocoso engreído que “perseverando” ha conseguido lo que quería. Y YO, como un borracho adolescente en plena fase hormonal, le he dejado que se sirva a su antojo... 

¡¡MIERDA!!». 


Aún sentado sobre el colchón y con la sábana cubriendo su endurecido pene, apretó con fuerza sus cabellos. «¿Y ahora qué?... ¿Entro por la Comisaría sonriéndole y dándole las gracias por uno de los orgasmos más alucinantes de mi vida?». En ese momento, otra nueva réplica convulsionó su estómago. «¡¿QUÉ COJONES ME ESTÁ PASANDO?!». 

Mientras se vestía para ir a la Comisaría, pensó en pasarse de nuevo por la casa de Laura más tarde, pero algo muy dentro de él le decía que esta vez, sus ganas de sentirse purgado no darían resultado. Ya en el coche, sus machacantes pensamientos seguían: 

«Jae... si se entera de esto me corta los huevos... ¿Y qué pensarían todos los demás?: “¡Mira! ¡Allá va el maricón del inspector jefe, que a sus treinta y tres años decide cambiar el pescado por la carne!”... ¡Joder! ¡NO!... No pienso echar a perder diez años de carrera y sufrimientos para llegar a donde he llegado sólo por esta sensación que tengo cada vez que el niñato de mierda me mira con esos ojos... los ojos... y su boca... y su poll... (Otra réplica)». 

Al cruzar la puerta de la Comisaría, sus nervios se filtraron por cada milímetro de su piel. Por un momento, pensó que era observado por todos los compañeros que abarrotaban el lugar. Sabía que eran alucinaciones suyas, pero no podía evitar sentirse analizado, como si todas las personas presentes supieran lo que ocurrió la noche anterior y qué es lo se sentía al respecto. Con paso firme y rápido llegó a su despacho, decidiendo enclaustrarse en él hasta la hora de volver a su casa, donde se acurrucaría bajo las mantas de su cama hasta un nuevo día. «Patético...» 

Su autoimpuesto aislamiento terminó cuando Jae abrió la puerta de su despacho sin llamar diciéndole con voz gruesa: 

—Park, a mi despacho. Un chico ha muerto por sobredosis de Arcoíris. 

Se quedó mudo. Despejando la mente de todo lo que le carcomía, adoptó la posición de inspector jefe de policía de la Brigada de Estupefacientes y se dirigió al despacho del comisario. Al llegar, el novato lo recibió sentado en uno de los sillones con una cara seria y de circunstancia, acorde con la situación. 

»—Hemos llegado al punto que no queríamos —comenzó Jae, mientras se sentaba tras su escritorio y arrugaba su rostro—. Esta muerte va a acelerar los tiempos impuestos en la operación Terminator, pero aun así, no quiero que empecemos a dar bandazos a lo tonto sólo por intentar conseguir algo. Sigo pensando que la mejor opción ahora mismo es esperar a mañana sábado para desenmascarar a ese Leprechaun. Así que necesito que pongan sus mentes a trabajar juntas y obtengan todas las opciones posibles para llegar a resultados fiables. Quiero que vayan al velatorio del muchacho y hablen con su círculo más cercano, sobre todo los amigos. 

Los padres están avisados de que la policía se presentará allí, y han accedido a contestar todas las preguntas necesarias. Cuando terminen, los quiero quebrándose las cabezas para preparar lo de mañana. Me da igual que sea en la casa de uno o del otro, pero no los quiero aquí en la Comisaría. Necesito que se centren al máximo... No pienso perder ni a un chico más, por muy drogata que sea.

Como dos marionetas guiadas por hilos, Kim y Park se pusieron en pie tras coger el dossier con la escasa documentación que tenía su comisario respecto al chico fallecido, y salieron dispuestos a cumplir las órdenes de su superior. El camino hacia el tanatorio fue silencioso, algo que agradeció Jung Min, ya que no tenía ni idea de qué primera palabra cruzar con el novato. No es que se alegrara de la muerte de un chaval, pero aquello había conseguido no tener que ver el café de los ojos fundiéndose con alguna de las sonrisitas que empezaban a hacer que sus entrañas revolotearan. 

Al llegar a la gran explanada del tanatorio, buscaron la habitación con el nombre del chico en el panel de la entrada y se dirigieron a ella. Jung Min odiaba hacer interrogatorios en los velatorios. La pérdida de sus familiares hacía que las personas tuvieran los sentimientos a flor de piel, y era bastante difícil sacarles algo de información que valiera la pena. Por suerte, no muchos se prestaban a ser martilleados con preguntas cuando sus seres queridos aún estaban postrados en un ataúd, pero aquellos padres parecían ser de esos que no les importaba si con ello conseguían una mínima esperanza de vislumbrar el motivo de haberse quedado sin su hijo. 

Con el dossier aún en sus manos, Jung Min llegó a la altura de la puerta del velatorio. El incómodo silencio que los acompañó desde que abandonaron la Comisaría fue roto por el novato cuando puso la mano sobre el pomo preparándose para entrar: 

—Dámelo. 

Un cortocircuito rompió el cuerpo del inspector jefe, y un déjà-vu atravesó su mente colmándose con la imagen de él con una mano sobre su boca y corriéndose sin control sobre los dedos de su compañero, mientras éste le pedía exactamente eso: que se lo diera. 

—¿Qué? —La aguda voz que salió de la garganta de Jung Min era digna de un Castrati. 

—Que me des el dossier. Vas a parecer un periodista ávido de información por sacarla en primera plana —dijo el novato serio, pero al inspector jefe no se le escapó la ondulación de la boca y el pequeño brillo que apareció en el rostro del mocoso mientras giraba el pomo de la puerta y se adentraba en la habitación.

Tras una hora de interminables sollozos, narices sonadas, lágrimas derramadas y un sinfín de preguntas sin contestar, salieron del tanatorio con poco más que una pequeña información. 

—Según uno de los amigos del chico, un hombre alto y moreno estuvo con el Leprechaun durante unos diez minutos justo antes de que le pillaran la droga. 

Probablemente será el intermediario entre el pez gordo y el camello —dijo Jun mientras se acomodaba en el asiento del copiloto. 

—Sí, pero sin una descripción más detallada es como si no tuviéramos nada. Ninguno logró ver su cara —expuso Jung Min a la vez que arrancaba el motor del coche. 

—Entonces... —El novato siseó la palabra. El inspector jefe no quiso mirarlo, pues intuía que lo que dijera después iría cargado de algún sentido sexual por el tono pícaro que utilizó, además de que seguro tendría una de esas exasperantes sonrisas plantada en la cara—, ¿en tu casa o en la mía? 

¡Bingo! No se equivocó. Jung Min sabía perfectamente a lo que se refería. Jae les obligó a preparar la incursión del día siguiente en alguna de sus dos casas, pero el doble sentido de la pregunta era bastante notorio. Con la vista fija en la carretera, las manos en el volante, y “la sensación” abriéndose paso entre sus bolas, respiró hondo y dijo: 

—La tuya. Será más cómodo cuando terminemos que yo vuelva a la mía en vez de tener que llevarte a la tuya. 

—No te preocupes jefe, estaremos “cómodos” antes, durante y cuando “terminemos”... soy un anfitrión muy dado a mis invitados —señaló Kim casi en un murmullo. 

Nervioso. Jung Min estaba realmente nervioso. Le sudaban las manos al volante al igual que un adolescente inquieto por su primera cita. «¡Espera! ¡¿CITA?! ¡¿Pero qué mierda estoy pensado?! ¡Joder! Necesito calmarme. Tengo treinta y tres años, ¡por el amor de Dios! Y el mocoso es... eso... un mocoso». Además, esa misma mañana se había dejado claro a él mismo que no tiraría por la borda su carrera de policía por aquel bache pasajero de dudas existenciales sobre su orientación sexual. 

Llegarían a la casa del novato, prepararían todo lo necesario para salir del Joong's con alguna información que mereciera la pena, y volvería a su casa con sus pantalones puestos y con su mente y cuerpo libres de toda “amiga no deseada”. Sí, eso haría. 

Nada más entrar a la casa de Kim, éste se dirigió a la cocina y preparó café. La estancia era bastante amplia, al igual que el sofá, donde Jung Min juraría que se podría dormir en él a pierna suelta debido a su gran anchura. 

—Si el Leprechaun se presenta mañana en el pub, creo que debería ser yo quien se acerque a él —dijo Jun mientras salía de la cocina con una taza en cada mano y las ponía en la mesa de cristal del centro del salón. 

—¿Y eso por qué? —preguntó Jung Min mirándolo con el ceño fruncido. 

—Bueno... —empezó el novato con cara de pícaro—, digamos que yo sabré mejor cómo abordarlo. —Jung Min no dijo nada al respecto. Cogió su café y le dio un sorbo—. Además, tú ya estás algo mayor para ir entrándole a niñitos rubios locos por pillar droga y lo que se tercie —terminó diciendo Jun, bebiendo de su taza y levantando una ceja de forma arrogante. 

Jung Min mostró una cara entre antipatía y presuntuosidad. —¿Y tú no? 

—Creo que ya sabes que me decanto más por hombres que pasen la treintena, lleven trajes de chaqueta cuando la ocasión no lo requiere, y les guste emborracharse en fiestas de antiguos compañeros para recibir un trabajo de mano en los servicios. 

¡Boom! La bomba estaba soltada. “La sensación” se comió completamente el cuerpo del inspector jefe y fue estallando por cada músculo y célula de su piel hasta llegar a sus dedos, los cuales hicieron temblar su taza a medio camino entre la mesa y su boca. Necesitó un momento para recuperarse de la sangre que fluía y quemaba dentro de él. 

Decidiendo enfrentar y acabar con todo lo que el novato le hacía sentir, giró su rostro y lo miró con el mismo fuego que recorría sus venas. 

—Ya te dije una vez que soy tu superior, así que… Deja. De. Tocarme. Los. Cojones.
Los ojos de Jung Min escupían llamaradas, aunque no sabía muy bien si era por la rabia que sentía ante la bravuconería del niñato, o por los choques de calor que aún explosionaban dentro de él. El novato le sostenía la mirada sin perder la sonrisa de suficiencia y “sabelotodo”. Aquello estaba desquiciando realmente al inspector jefe. 

Los sentimientos encontrados que se albergaban en su interior comenzaban a afectarle realmente. En aquel mismo instante, en el que su cuerpo era un volcán y el café de los ojos del mocoso avivaba el magma que lo incendiaba, no sabía si borrarle la sonrisa de un puñetazo, largarse de la casa, o agarrarlo y acercarlo a él para que enfriara su combustión de cualquier forma, aunque ni siquiera estaba seguro de qué manera. 

Pero fue el novato, el niñato, el mocoso, quien se encargó de decidir por él y elegir la supuesta mejor opción. Estando los dos sentados en el sofá, se acercó a él acentuando la sonrisa sexual en su rostro y, poniendo la palma de su mano suavemente sobre la entrepierna de su superior, le susurró a escasos milímetros de los labios: 

—Aún no he empezado ni a rozártelos... jefe. 

El flujo sanguíneo de Jung Min se congeló cuando la punta de la lengua del novato acarició su labio inferior. Húmeda, suave y dulcemente pegajosa, lo recorrió de un extremo a otro. «¡¿Pero qué mierda tiene la lengua del niñato que me produce un paro cardíaco cada vez que la posa sobre alguna parte de mi cuerpo?!». Quería parar aquello, llevar a cabo la firme decisión que había tomado acerca de detener los avances del novato y dejarle clara su posición al respecto. Pero cuando la mano de su compañero se deslizó sobre su ya despierta polla hasta acunar sus bolas, el poco raciocinio que le quedaba se fundió con el ardor de su cuerpo. 

Jun colocó la otra mano en el respaldo del sofá muy cerca de donde descansaba la cabeza de su superior, y envolvió sus dedos alrededor de los testículos dándoles un ligero apretón. Con tono obsceno y erótico, rozó los labios de Jung Min con los suyos mientras volvía a hablar: 

»—Y no sólo los quiero rozar… quiero lamerlos —Pasó de nuevo su lengua por el labio del inspector jefe—, chuparlos —Su mano comenzó a subir hasta el miembro completamente erecto—, saborearlos —Desabrochó los primeros botones del pantalón—, hasta que estén bien llenos con todo lo que te dije que soy capaz de llegar a tragar. —Metió la mano por debajo de los calzoncillos, acarició con mimo el eje, y pasó la otra mano que tenía apoyada en el sofá por la nuca de Jung Min, apretando suavemente los dedos en ella y haciendo que de éste escapara un imperceptible jadeo. Dejando caer las palabras sobre la boca de su superior, terminó diciendo—: Voy a hacer que veas un arcoíris sin necesidad de drogarte. 

Y sin más dilación, se colocó de rodillas entre las piernas. Empuñó la dura carne y la lamió desde donde los pantalones medio abiertos la dejaban al descubierto hasta la punta rojiza y con una llamativa gota de semen escurriéndose por la suave piel. 

La recogió con su lengua, sin apartar sus ojos de la cara de Jung Min, que tenía los párpados abiertos de par en par y los labios resecos por las continuas y rápidas respiraciones. La degustó por un momento en su boca, se relamió los labios con ella y, cerrando los ojos, se tragó el eje pulsante hasta que chocó contra su garganta. 

El incontrolable gemido del inspector jefe no se hizo esperar y retumbó en el salón como una pequeña bomba. Jung Min no sabía por qué le ocurría, pero cada vez que el novato estaba sobre él haciéndole sentir de aquella manera, era incapaz de articular palabra alguna, sólo graves gemidos y profundos jadeos, y eso que en aquel momento su mente estaba libre de alcohol. 

Kim se deslizó por el eje hasta pararse sobre la punta rodeándola con su lengua, mientras sus manos se deshacían de los últimos botones que encarcelaban la polla de su jefe. Tiró de los pantalones y los calzoncillos. Jung Min, al sentir el forcejeo, y con su miembro aún envuelto entre los labios del novato, levantó inconscientemente sus caderas para hacerle más fácil el trabajo. Una vez que las prendas llegaron a los pies, Jun se deshizo de ellas y las apartó a un lado. Con las piernas de su jefe libres y completamente a su disposición, se acurrucó entre ellas, pasó sus brazos por debajo de los muslos y los abrazó contra su pecho. Aquello hizo que Jung Min se deslizara un poco hacia el filo del sofá, dejando expuesto su miembro al hambre voraz que se dibujaba en el rostro del novato. 

Sin darle un momento de respiro, Jun volvió a enterrar el eje en su boca y comenzó a serpentear sobre él, moviendo su cabeza de arriba abajo, perforando a su superior con los ojos. El instinto animal de Jung Min se hizo eco por todas las fibras de su ser, y con un gruñido visceral agarró los cabellos del chico con ambas manos. 

No importaba que fuera su compañero, no importaba que fueran dos hombres, no importaba lo que sería de su carrera si esto se supiese. No importaba Laura, “la sensación”, los sentimientos encontrados, la operación… Sólo importaba lo que el niñato le estaba haciendo sentir en aquel momento. Y lo que sentía, realmente lo quería. 

Empezó a levantar sus caderas, regodeándose en el deslizamiento de su polla a través de esos labios, viendo como entraba y salía, y como brillaba por la fina capa de saliva que el novato dejaba en cada succión. Apretó fuerte los puños en los cabellos y comenzó a follarle la boca, haciendo que cada estocada llegara al final de la garganta. El mocoso lo miraba sin siquiera pestañear cada vez que martilleaba su campanilla: dentro, y choque contra la garganta; fuera, y labios jugosos por el incesante roce. 

Aquello lo llevó al límite. “La sensación” se metió de lleno en sus huevos y explotó en forma de orgasmo. Llegó tan de repente que no tuvo tiempo de apartarse o avisar a su compañero. La intensidad fue tal, que mientras se corría no fue capaz de desviar la mirada de los ojos de Jun a cada chorro de semen que éste tragaba, como muy bien le había dicho que haría. Gritó su clímax hasta que sintió vaciarse por completo. 

Mientras el sonido de los últimos jadeos que secaban su garganta se iba tranquilizando, Jun dejó libre su boca y se secó con uno de sus pulgares los restos de saliva y algún que otro de esperma que cubrían sus labios. 

Estirando el cuerpo, y apoyando sus manos a ambos lados de las caderas de Jung Min, lo miró de forma fija. Tras varios segundos cerró sus ojos, suspiró suavemente, haciendo que su jefe bebiera el aliento al mismo tiempo que acariciaba con la punta de su nariz la de su superior. Aquel íntimo roce hizo que el inspector jefe llegara a bajar los párpados hasta la mitad, dejándose engatusar por el toque. 

Volvió a abrirlos completamente cuando notó el calor de los labios del novato sobre los suyos:

—Tómalo. 

La lengua de Jun se metió en su boca y se encajó detrás de sus dientes incisivos. 

Antes de que analizara lo que el chico acababa de decir, cató en sus propias papilas gustativas un sabor salado y algo fuerte. Abriendo sus ojos de par en par, cayó en la cuenta que estaba probando su propio semen y que estaba besando a un hombre. 

Puso una mano en el pecho de Jun apartándolo rápidamente.

—¡NO! —Aquella exclamación escapó de sus labios a la velocidad de un estornudo. 

El novato levantó sus cejas con asombro—. ¿No qué, jefe? —Volvió a acercarse, aún con la mano de Jung Min reteniendo su torso—. ¿Me dejas tener tu polla en mi boca pero no tu boca en la mía? 

El inspector jefe volvió a apartarlo y se levantó del sofá. Recogió su ropa y se la puso con manos temblorosas. Ambos permanecieron en silencio mientras terminaba de vestirse. Sin mirarlo, Jung Min se mordió el labio y llevó una de sus manos a su sien, recorriendo sus cabellos de principio a fin. 

—Kim... yo... —Cerró sus ojos fuertemente antes de levantar el rostro y fijar la mirada en su compañero—. Esto no debería haber pasado. Ni lo de hoy ni lo de ayer. — Gesticulando con sus manos prosiguió—: Somos compañeros, estamos en medio de una operación. No podemos hacer esto... Jae nos fusilará si... Además, yo no soy... no… 

—No eres gay —le cortó el novato terminando su propia frase. Su jefe sólo lo miró y suspiró profundamente. Ladeando su cabeza y dejando ver un atisbo de sonrisa, dijo en un tono de voz suave—: Pero quieres más... y lo sabes. 

Lo que le faltaba a Jung Min –con sus nervios a flor de piel y su interior convulsionando por todo lo que estaba sintiendo– es que al mocoso le diera por ser telepático también. Con un sentimiento de rabia recorriendo su cuerpo por el hecho de no poder controlar todo lo que tenía que ver con el niñato, pagó su frustración con él. Dando un paso hacia delante, e imponiéndose en sus ciento noventa centímetros, le gruñó a la cara directamente: 

—Se acabó Kim. Se acabó el insinuarme cosas. Se acabó el tirarme dardos cada vez que la ocasión te lo pone a huevo. Se acabó el sobrepasarte de listo conmigo. Y por supuesto, se acabó el tocarme ni siquiera un milímetro. ¿Lo has entendido? —En la cara del novato se dibujó una sonrisa de desgana. Aquello encabronó a Jung Min aún más—. Y como vuelvas a tocarme los cojones, literalmente hablando, te mando de vuelta a tu distrito con una amonestación por desacato a un superior... ¿Ahora sí lo entiendes? 

Jun lo miró con ojos oscuros. No había rastro de ninguna de sus numerosas sonrisas, pero la profunda mirada quemaba al inspector jefe. Aun así no se amedrentó.

Cogiendo su chaqueta se encaminó hacia la puerta, y cuando la tuvo abierta se giró para recordarle: 

»—Mañana nos reuniremos en la Comisaría una hora antes de ir a Joong's y aclararemos la táctica a seguir. Pero como muy bien has sugerido, será mejor que TÚ le entres al chaval. —Y diciendo aquello último con algo de retintín, despareció tras la puerta. 

Cuando Jung Min se metió en la ducha, aún le temblaban las piernas y las manos. No sabía si la actitud que había tomado con el novato fue la adecuada, pero lo que no dudaba en absoluto es que se le había ido de las manos el control de sus sensaciones y sentimientos. ¿Dónde estaba el hombre audaz y seguro de sí mismo que todos los años en el cuerpo de policía habían logrado hacer de él? ¿Dónde estaba el inspector jefe sereno al que todos sus compañeros respetaban, y que movería cielo y tierra antes de poner en peligro su profesión? «Atrapado... Atrapado en el café de los ojos del novato... Ahí estoy...». Se estaba dejando llevar por “la sensación”, a la cual ya empezaba a imaginar que podría darle un nombre, sólo que era incapaz de decirlo en voz alta, incluso llegar a pensarlo. Morfeo... necesitaba a Morfeo... y olvidar... aunque sólo fuera por unas cuantas horas. 

Al día siguiente, decidió que su vida privada, y todo lo que le atemorizaba y exaltaba con respecto a ella, la haría a un lado y se centraría sólo en lo que importaba en esos momentos: el pub Joong's. Un chico había muerto, y necesitaban más que sólo el apodo de un posible camello. Estaba decidido a salir del club con el nombre del proveedor, aunque tuviese que ser él mismo el que le entrase al Leprechaun. 

Al llegar a la Comisaría fue directo al despacho del comisario. Jae lo esperaba como siempre sentado tras su escritorio. 

—¿Cómo vais a enfocar la operación? 

—Hemos decidido que el inspector Kim intente hacer contacto con el sospechoso. 

Supongo que lo mejor será engatusarlo primero, y luego intentar que nos dirija a su proveedor. Si no diera resultado, siempre podríamos averiguar sus datos personales y dónde vive para hacerle un seguimiento. Sabemos sólo su nombre de pila, Bae, y que probablemente vive sólo.

—Park, necesito que mañana traigáis algo más suculento que sólo unos apellidos y una dirección. El comisario regional quiere ir viendo verdaderos resultados. 

—Me encargaré personalmente de ello,Jae—dijo el inspector jefe con convicción. 

Los minutos pasaban y Jun no se presentaba. Miles de razones pasaban por la mente de Jung Min del porqué del retraso, pero rápidamente desechaba aquellas que tendrían algo que ver con él mismo. Necesitaba centrarse en la operación y dejar de pensar en cosas absurdas, como que el motivo del atraso podría ser que la noche anterior abusó de su autoridad y amenazó a un compañero por causas distintas a las estrictamente laborales. 

Cuando estaba a punto de llamarlo a su teléfono móvil, el novato apareció. Lucía algo cansado, sin la típica y engreída luminosidad que siempre iluminaba su rostro. 

Jung Min, a pesar del enfado que tenía por la tardanza de su compañero, intentó calmar el cosquilleo que se removió en su estómago al verlo y avanzó hacia él. 

—¿Dónde estabas? —preguntó con voz ronca y apremiante—. Esto es una falta de respeto hacia la operación y hacia tu superior. —Entrecerró sus ojos hasta dejar visible sólo una fina línea—. ¿Estás haciendo puntos extras para conseguir la amonestación? 

Jun lo vulcanizó con la mirada, pero Jung Min decidió mantenérsela. 

—Llamé para decir que mi coche no arrancaba. Casi todas las patrullas están en el partido de alto riesgo que se celebra en el estadio de fútbol y no había nadie disponible para recogerme. He tenido que venir en autobús. 

—¿Y por qué no me has llamado a mí? 

—No tocar los cojones del jefe. ¿Recuerdas? —espetó Jun fríamente. 



«¡¿Pero qué...?! ¡¿Me piensas echar en cara eso?!». Había perdido completamente el control de su sensatez respecto a todo lo relacionado con el mocoso. Era incapaz de gobernar las nuevas emociones que poco a poco iban conquistando cada parte de su cuerpo y su mente, y aquello estaba derrumbando su vida llena de moderación, seriedad y formalidad. Esa imposibilidad de manejar las riendas de su tranquila vida tal y como él la conocía, le hizo volver a llenarse de frustración, y de nuevo la pagó con el niñato.




Encarándolo, le gruñó con voz filosa y baja, asegurándose de que nadie alrededor fuera capaz de escucharle: 

—Novato, manda al olvido todo lo que ha ocurrido entre nosotros. Lo que importa es averiguar quiénes son los camellos y terminar con esta maldita operación de una vez por todas. Y cuando acabe, yo volveré a mi vida normal y estable, y tú podrás volver a la vida que sea que lleves “perseverando” con todo tío que se te antoje. —Min intentó no hacer caso del fuego que irradiaban los ojos de Jun ante su último comentario—. Estamos en una operación, un chico ha muerto y muchos más pueden hacerlo. Si tienes que llamarme para recogerte porque así lo necesita la operación, lo harás ¡Así que andando! 

El inspector jefe no se paró a ver la cara de su compañero. Se dirigió a la salida y se encaminó hacia su coche. Jun lo seguía justo detrás y ambos se metieron en el vehículo. Durante los quince minutos que duró el viaje hacia el Joong's, Min se encargó de que un silencio incómodo no se instaurara entre ellos. Habló sin dejar aquella voz gruesa, demandante y autoritaria, completamente metido en su papel de inspector jefe de la Brigada de Estupefacientes de la Policía Nacional: 


—En cuanto demos con el chaval quiero que lo tantees, pero de una forma profesional, no de la manera que te gusta tantear a los contactos. —La mandíbula de Jun era un auténtico molde rígido y miraba fijamente hacia la carretera—. Te acercarás a él cuando hayamos visto que haya interactuado con varios chicos, así sabremos que se estará quedando sin mercancía. Dile que quieres unos cuatro o cinco gramos, que seguro será una cantidad que no tendrá en ese momento y deberá ir en busca de su proveedor. Yo lo seguiré para ver si logro aunque sea un vistazo del que le pasa la droga. ¿Todo claro? — preguntó Min girando su cabeza hacia el asiento del copiloto. 

—Sí, jefe —contestó Jun cortante, sin desviar su mirada de la carretera. 

Min volvió a fijar la vista al frente y se hundió en sus pensamientos. «¡Dios! ¡Este no soy yo! En mi vida habría sido capaz de soltarle cosas a alguien como criticar una posible vida de promiscuidad con ese golpe bajo de: “perseverando con todo tío que se te antoje”, o con “la manera que te gusta tantear a los contactos.” Además, ¿qué mierda importa ya todo eso?... ¡Y cómo si hubiera importado antes!... Tienes que centrarte Jung Min . Sólo importa la operación, sólo la operación». 

Llegaron a Joong's, aparcaron justo en frente y entraron. La oscuridad del interior los envolvió. El lugar los recibió con una multitud silbando y gritando a dos hombres ya desnudos en el escenario en una pose que hizo que Min volviera unas treinta horas atrás en el tiempo cuando se encontraba sentado en el sofá con el novato enterrado en su entrepierna. Respiró hondo y fue directo a la barra para pedir dos bebidas. 

Una vez sentados, escudriñaron el gentío sin dirigirse la palabra entre ellos, pero no les fue difícil dar con el Leprechaun. El brillante pelo rubio del chico destacaba entre varias personas que lo rodeaban justo en la esquina donde se encontraban los servicios. Min le dio un pequeño codazo a Jun e hizo un breve movimiento de cabeza hacia su objetivo. El novato asintió escuetamente y siguió bebiendo con parsimonia. 

Los minutos pasaban y parecía que aquella noche el Leprechaun iba a salir con la olla bien repleta de oro. En apenas una hora, Min había contado a unos veinte chicos que lo habían rondado. A favor del muchacho debía decir que era bastante discreto. A no ser que supieras lo que se traía entre manos, no dirías que el chaval fuese el camello de un pub gay, sino más bien su musa. Todas las personas que lo abordaban, ya fueran jóvenes o mayores, le regalaban sonrisas y algún que otro tocamiento fuera de lugar. Probablemente entre esos sobeteos tenía lugar el intercambio de la droga por el dinero. 

—Llegó la hora —dijo Jun, soltando su bebida vacía sobre la barra y levantándose del taburete. 

Min lo observó acomodarse las ropas y, sin devolverle la mirada a su superior, el novato comenzó a caminar entre una muchedumbre de hombres sin camiseta y sudorosos. El inspector jefe siguió su recorrido mientras cruzaba el lugar de punta a punta, viendo cómo los músculos de su espalda se contraían a cada paso, y cómo los pantalones se ajustaban al contorno de sus muslos. Varios hombres se le quedaron mirando al pasar, y alguno que otro le tocó con descaro los fuertes bíceps que se mostraban claramente alrededor de las mangas de la camiseta.

Al llegar al corro que mantenían tres hombres alrededor del Leprechaun, no se acercó a ellos, sino que apoyó la espalda en la pared justo enfrente. Dobló una de sus rodillas descansando la suela del zapato sobre la misma pared y metió los pulgares en los bolsillos del pantalón. Min podía sentir los ojos café indagando en la figura del Leprechaun. La pose del novato y la mirada lobuna, de la que el inspector jefe estaba seguro que mantenía el niñato, no dejaban lugar a dudas de sus intenciones. 

Min sabía que todo formaba parte de la operación, pero la actitud del mocoso de “Sí, ya sé que estoy bueno, pero sólo te dejaré mirar hasta que sea yo el que decida cuando divertirme contigo”, estaba activando los sentimientos que había dado ya por zanjados la noche anterior. 

Cuando Jun no llevaba ni dos minutos apoyado sobre la pared, el Leprechaun se apartó del corrillo que lo cercaba y se colocó justo a su lado. Lo primero que pensó Min es que eso de “perseverar” tampoco es que le costase mucho trabajo al novato. 

«¿Fue así de fácil cuando “perseveró” conmigo?». El inspector jefe sacudió su cabeza como intentando borrar el pensamiento que empezaba no sólo a martillear su mente, sino también su corazón. 

Pero otro martilleo llegó también a él, y éste procedía del exterior, no de su cuerpo. Sentado de espaldas a la barra, sintió que unos ojos lo observaban. Lentamente, apartó la mirada de su compañero y su presa, y la posó en el hombre justo a su lado. Unos potentes ojos lo observaban con los párpados a mitad de camino, dándole la sensación que realmente gozaban con lo que tenía enfrente. Al estudiarlo mejor, Min diría que eran las dos únicas personas en todo el local que llevaban traje de chaqueta. Su pelo rubio caía hasta los hombros, y sostenía una copa de balón con una sicodélica pajita. El hombre deslizó su mirada pausadamente por el cuerpo del inspector jefe, recreándose en las zonas que le parecían más interesantes. Algo en él le decía a Min que no era como el resto de los que se encontraban allí. 

—Tienés un gusto exquisito al vestir —dijo el tipo.
¿El dueño del local?», se preguntó interiormente Min, mientras giraba su cuerpo para situarse frente a frente. —Algo bastante fácil de conseguir si tenemos en cuenta el escaso vestuario que es habitual en este lugar. —Bebió de su vaso sin apartar los ojos del dueño.

—¿Eres nuevo? No te vi antes acá y créeme... —Se acercó unos centímetros arrastrando su codo por la barra—, me habría fijado enseguida. 

La cálida mirada se volvió más intensa, poniendo a Min algo nervioso. No tenía mucha idea de cómo eran las tácticas de ligue entre dos hombres, sin contar por supuesto con los sobrecogedores avances del niñato, pero si era el dueño del pub, merecía la pena por lo menos intentar hacer que el hombre se sintiera cómodo con él. Además, tampoco debería de ser tan diferente a la forma de tirarle los tejos a una mujer. 

—Completamente nuevo y contento de que no todo en el bar esté en la edad de exaltación hormonal —dijo Min esbozando una pequeña sonrisa. 

—¿Vienes solo? 

—Acompañado por una hormona andante. —Y giró su cabeza hacia su compañero.
“La sensación” se quebró dentro de él al fijar sus ojos en los del novato. Una mirada que nunca había visto en la cara del niñato se abalanzaba sobre él como un león al ver que las hienas intentan quitarle su presa ya cazada. Jun había invertido las posiciones, y ahora el Leprechaun estaba empotrado en la pared. Su compañero mantenía la cabeza del chico entre sus manos apoyadas en el muro, pero su rostro iluminado con una especie de rabia contenida estaba girado hacia él. Por el rabillo del ojo, podía ver una expresión de puro deseo en el muchacho hacia quien lo mantenía acorralado. 

Se miraron por varios segundos, y Min percibió que dentro del mocoso crecía una inexplicable ira que dejaba salir a través de sus ojos. Un estremecimiento parecido al miedo se implantó en su cuerpo, pero en ese momento sintió un cálido dedo posarse sobre su mentón, obligándolo a girarse suavemente. Antes de quitar la mirada de su compañero, éste escupió fuego por los ojos. 

Ya de nuevo con la cara frente a él, Min dejó su copa en la barra mientras la mano del hombre aún sostenía su barbilla. 

—Dejá que los niños se diviertan... y pasemos a cosas de hombres. —Retirando la mano, se la expuso a modo de saludo—. Hyun Joong, gerente del local. ¿Y tu eres?

Devolviéndole el saludo, Min dijo aclarándose la voz: —Jung Min, vendedor jefe de seguros. ¿Estás contento con el tuyo? ¿Quieres cambiar? 

Aquello hizo reír guturalmente a Hyun. —Sí, lo estoy, aunque no con mi actual amante. ¿Tenés algo interesante que ofrecerme para poder cambiar eso? 

Antes que Min inventara algún tipo de respuesta, Jun se presentó junto a ellos con el Leprechaun justo a su lado. 

—Jefe, veo que no pierde el tiempo —dijo Jun mirando primero a Min con una sonrisa forzada, y luego a Hyun con la misma expresión pero con ojos gélidos—. Encantado de conocerle, señor... 

—Hyun, ¿y tu? —preguntó mirando al novato de una manera un tanto superficial. 

—Jun —Una sonrisa seductora se plantó en su cara—, pero me apodan El Cachafaz. 

Hyun levantó una ceja estudiándolo. —¿Por insolente y holgazán? 

Jun se acercó decidido, y con rostro erótico le ronroneó: —Porque soy capaz de hacerte una “corrida” y unas “tijeras” al mismo tiempo. Cuando decidas incluir el tango entre tus espectáculos quizás te lo muestre. 

La sonrisa de Hyun se agrandó, y la actitud arrogante que había mostrado nada más hacer aparición el novato cambió a una de asombro y admiración. Por el brillo que pudo observar en sus ojos, Min no tuvo dudas que el había caído bajo la “perseverancia” del niñato y no sabía el porqué, ya que no tenía ni idea de quién era ese Cachafaz, pero había conseguido atraer toda la atención del gerente del local. 

—¿Quién es tu acompañante, Jun? —preguntó Hyuno con la misma calidez que mostró a Min cuando lo observó por primera vez. 

—Saeng—contestó Jun mientras pasaba la mano por la espalda del chico y lo acercaba a los otros dos hombres. 

—¿Qué edad tienes, Saeng? —volvió a preguntar el argentino sin abandonar su sonrisa.

—Veintitrés, pero puedo tener la que tú quieras si me invitas a una copa —respondió el muchacho con la cara más lasciva de todas las que se habían repartido hasta ahora. 

¡Joder! Aquello parecía un concurso de “a ver quién mea más lejos”. Y eso que Min pensaba que las hormonas cargadas de testosterona quedaban relegadas a chicos de dieciocho años. No importaba la edad, gustos o apariencia física. Los tres hombres se miraban cómo si se fueran a arrancar la ropa allí mismo, o ya que estaban, encima del escenario. 

Sonriendo al Leprechaun, Hyun se volvió hacia el inspector jefe y le preguntó: 

—¿Que tomás? 

—Coca-Cola estaría bien. 

—¿Y tu, Jun? 

—Lo mismo que mi jefe —dijo Jun, pasando la vista del gerente a Min y mirándolo con intensidad. 

Hyun pidió las bebidas para los cuatro y comenzaron a charlar de cosas banales. 

Min estudió la situación. Habían llegado allí con la intención de desenmascarar al Leprechaun, y habían acabado bebiendo no sólo con el primer sospechoso, sino también con el dueño del local, el segundo de su lista. Aquella oportunidad caída del cielo, a la que muy a su pesar tenía que agradecer en parte al novato, no iba a desaprovecharla, y tenía toda la intención de obtener algo de información. 

No sabía qué habría conseguido averiguar su compañero acerca del chico, pero éste parecía haber terminado su “jornada laboral” por aquella noche. Min notaba cómo varias personas le dirigían miradas, sin embargo el Leprechaun les negaba con un pequeño gesto de cabeza y proseguía charlando animadamente con Jun y Hyun. 

Cuando Min terminó su Coca-Cola, el dueño se giró hacia él. —Eres callado... 

—Todo depende de la compañía. Me gusta saber más cosas de las personas con las que hablo en un bar antes de terminar abriéndome completamente. —El inspector jefe esperaba que aquello hubiera servido como gancho para atraer el interés de Hyun y ver si podía indagar un poco en los posibles negocios extra laborales del dueño. 

—¿Qué quieres saber? —preguntó con tono caliente mientras le hacía un gesto al camarero para que repusiera la bebida de su acompañante. 

—¿Cuánto tiempo llevas en Seul? 

—Diez años. Me vine acá con treinta. Trabajé como camarero durante cinco, ahorré y monté mi propio negocio. —Hyun cogió la botella de refresco que su empleado le sirvió y derramó el líquido dentro de un vaso con hielo mientras seguía hablando—. Me gusta salir a navegar, el asado con chimichurri, el mate, y dormir hasta bien entrado el día. ¿Es suficiente información como para “abrirte completamente”? —le dijo con descaro cuando le pasaba la bebida. 

Min la cogió y bebió antes de contestar. Al dar el primer sorbo le supo algo amarga, y no estuvo seguro si fue por las puyas que le tiraba el dueño, o porque el mocoso lo miraba sin pestañear, a pesar de que el Leprechaun no paraba de intentar llamar su atención rozándole coquetamente los brazos. 

—¿Sueles pasar las noches bebiendo en tu pub? 

—Entre otras cosas... —Hyun sorbió de su pajita con ojos cargados de sexo. 

—¿Eres buen gerente y sabes todo lo que ocurre en tus dominios? —preguntó Min volviendo a beber de su Coca-Cola, que cada vez le sabía más agria. Al ver la cara de desconcierto en Hyun, pensó rápido y le dijo sonriendo—: Estudio las posibilidades de hacerte un plan de seguros. 

—Tu compañero tiene razón, no pierdes el tiempo —comentó con cara agradable. 

—Gajes del oficio. Parece un lugar tranquilo. ¿Sueles tener algún problema? Peleas, drogas, incendios... —Min esperaba que la tapadera del vendedor de seguros fuera suficiente para no levantar sospechas. 

—Quizás de todo un poco. Incendio sólo tuve uno al principio, pero nada importante. Las peleas están bien controladas por Hongki, mi portero. Y las drogas... —Hyun ladeó su cabeza y miró con aquella calidez al inspector jefe— no puedo controlarlas aunque quisiera.

Min pensó que algo de razón sí que tenía, pero parecía que tampoco ponía mucho empeño en erradicarlas, contando con que supiera que su local era caldo de cultivo para los potenciales consumidores y sus camellos. 

En aquel mismo momento, el móvil de Saeng sonó y se apartó de ellos para contestar la llamada. El novato seguía quemándolo con la mirada, pero tampoco detuvo su atención sobre el chico mientras éste hablaba por teléfono. Tras escasos segundos, en los que el inspector jefe volvió a beber de su refresco y sintió bajar por su garganta ese sabor tan áspero que empezaba a marearlo un poco, el Leprechaun se acercó de nuevo, y fingiendo tristeza dijo: 

—Es una verdadera pena pero tengo que irme. Encantado de conoceros. —Mirando a Jun con ojos sensuales le susurró—: Y a ti no me importaría conocerte más a fondo. 

—Quizás en la próxima ocasión. —El novato le acarició la mandíbula con un dedo y le sonrió de lado. 

En cuanto el chico los dejó, Jun y Min se observaron cómplices. En sus ojos no había recelo ni frustración por lo ocurrido entre ellos. Parecía que en aquellos momentos, la telepatía era bienvenida, ya que sus miradas se decían recíprocamente que el sospechoso número uno abandonaba el lugar muy probablemente para encontrarse con su proveedor. Dejando su bebida a medio terminar, Min se levantó de su taburete mirando a Hyun. 

—Nosotros también debemos marcharnos. Aunque mañana sea domingo, tenemos que reunirnos con un cliente. Gracias por las copas, Hyun. 

—¿Ya se van? Me apena oír eso. En diez minutos dará comienzo el espectáculo de Bondage. Quizás podrías abrirte mucho más si te quedaras —dijo Hyun envolviendo sus ojos en los marrones de Min. 

—Le cuesta un poco abrirse, sin embargo puede ser bastante dócil una vez que lo hace, pero sólo con personas de su entorno más cercano —expuso Jun interponiéndose entre los dos y mirando a Hyun de forma desafiante mientras estrechaba su mano. Acercándose a su oído, añadió con voz gruesa y baja—: Y YO soy lo más cercano.

El gerente le devolvió el desafío al novato con una sonrisa amplia. Min no estaba muy seguro de lo que el niñato acababa de decir, pues su mente se estaba cargando de algo pesado y un cosquilleo empezaba a centrarse en su vientre. Con paso rápido, salieron del pub y miraron a ambos lados de la calle. Estaba algo abarrotada de gente, pero no tuvieron problemas en distinguir al Leprechaun sentado en la parada de autobús. Por casualidades de la vida, habían aparcado el coche justo en la acera de enfrente. Se dirigieron al vehículo y se metieron en el interior con cuidado de no ser vistos por el muchacho. Intentando aclarar la pesadez que se estaba implantando en su mente, Min agitó su cabeza de lado a lado. 

—¿Qué conseguiste del chico? —preguntó, haciendo caso omiso a un calor que se arremolinaba en su cavidad pélvica. 

—Tenemos a nuestro camello: Heo Young Saeng. Vive cerca del estadio de fútbol, no sé exactamente dónde pero con su nombre completo no nos será difícil averiguarlo. 

—Es increíble lo que se puede llegar a conseguir “perseverando” ¿verdad? —dijo Min con tono irónico. 

Jun lo miró con el ceño fruncido, pero enseguida respondió con suspicacia. —¿Y tú, jefe? ¿Qué conseguiste del dueño? Aparte de una copa gratis y que te regalara los oídos. 

—Parece que le es indiferente que se mueva o no droga en su local, aunque estoy seguro que lo sabe —le contestó Min ignorando el tono de “sabelotodo” del mocoso, y sin apartar la mirada del Leprechaun a través de la ventana del coche—. El autobús ha llegado. Si se sube lo seguimos. 

El chico hizo exactamente eso y Min puso el motor en marcha para colocarse tras el transporte público. En cada parada que hacía, se cercioraban si el muchacho se apeaba, pero pronto pudieron reconocer que se dirigía hacia su casa, ya que las calles por las que circulaba el autobús iban directas al estadio de fútbol. 

Mientras conducía, el inspector jefe empezó a sentir cómo si su cuerpo quisiera expandirse. No sabía si las personas tenían aura, pero en aquel momento podría decir que la suya agrandaba poco a poco y empezaba a salir por cada poro de su piel. El calor de su pelvis estaba más concentrado y sentía sus ojos brillosos. 

Cuando Jun habló, la voz sonaba rebotando en su cabeza una y otra vez: 

—Le pregunté al chico con quién tenía que hablar para conseguir algo de Arcoíris, y me dijo que él podría encargarse de ello pero que por esta noche ya no sería posible. Me ha dicho que vuelva la semana que viene. —El novato miró a su superior cuando éste cerró sus ojos fuertemente y sacudió su cabeza de nuevo—. ¿Te encuentras bien, Park? 

—Sí... sólo es algo de mareo... no he cenado mucho. —Detuvo su coche al parar el autobús y vio a alguien bajarse—. El chico ha salido. 

El Leprechaun se adentró en un callejón solitario, se dirigió al único portal que había y desapareció tras él. Min condujo hacia el pasadizo y aparcó a unos metros de la entrada de dicho portal. 

—¿Habrá quedado con el proveedor en su propia casa? —preguntó Jun mientras se acomodaba en el asiento, adquiriendo la típica postura que el inspector jefe conocía. Les esperaban unas cuantas horas de vigilancia sin absolutamente nada que hacer hasta que se viera algún movimiento sospechoso. 

Cuando sólo llevaban dos minutos observando el portal y el oscuro callejón a la espera de alguna acción, el cuerpo de Min dio un estallido. Su aura se extendía y se esparcía en ondas hacia el exterior y el calor interior se concentraba exclusivamente en sus testículos y algo más abajo. No quería pensar en ello, pero un agradable picor recorría los músculos de su perineo, y algo parecido a un exquisito y necesitado deseo empezaba a invadirlo. Sin darse cuenta, sus profundas respiraciones se hicieron eco en el interior del vehículo.

Como si se encontrara a kilómetros, escuchó la voz de su compañero. Sabía que le estaba preguntando algo, pero no conseguía definir las palabras. Necesitaba aplacar el fuego que lo bañaba. En el momento que sintió las calientes manos de Jun agarrar sus mejillas y girarlo hacía él, lo vio todo más claro, o por lo menos su cuerpo supo lo que necesitaba, pues su polla engordó en medio segundo con sólo el tacto del niñato sobre él.

—¡Mírame, Min! ¡Mírame! —exclamó el novato. Sujetó la cabeza del inspector jefe y, con los dedos índice y pulgar, le abrió los ojos—. ¡¡MIERDA!! —Min tenía el rostro de Jun a escasos centímetros del suyo, y sin poder evitarlo fijó sus ojos en los labios de su compañero, que extrañamente se le apetecían jugosos—. ¡Joder, Min, te han drogado! ¡¡Ese puto te ha drogado!! 

Guiado por el incontrolable apetito que abarcaba todo su ser, y por el placentero calor que emanaba del cuerpo tan pegado a él, agarró el cuello del novato con las dos manos y lo acercó hasta rozar sus bocas. 

—Dámelo —dijo con tono ronco y apremiante. 

—¡¿Qué?! —El asombro en la voz y rostro del niñato era digno de observar. 

—Yo te lo di una vez —le instó Min. Mordisqueó el labio inferior de Jun un par de veces, embriagándose con el calor que desprendía—. Dámelo tú ahora. 

Su compañero intentó separarse, pero el inspector jefe lo atrajo con tal fuerza que hizo que medio cuerpo del novato chocara contra él. 

—Min, estás drogado. No creo que haya que llevarte al hospital, tus pupilas aún no están dilatadas del todo, per... 

No dejando terminar al mocoso, y esbozando la sonrisa más obscena que jamás hubiera creído tener, producto sin duda de la lujuria que su cuerpo experimentaba en aquellos momentos, su boca expresó lo que su mente pensaba: 

—Hay otras partes de mi cuerpo que sí están dilatadas del todo. —Y diciendo aquello, accionó la palanca de su asiento consiguiendo que éste cayera hacia atrás seguido por los dos hombres, que quedaron en posición horizontal uno sobre el otro. El choque juntó sus entrepiernas, y por acto reflejo, a la vez que soltaba un vibrante jadeo, separó sus piernas y las envolvió en las caderas de su compañero. 

De nuevo con sus bocas juntas, le susurró mientras levantaba su pelvis para conectar sus pollas—: Rózame. 

Intentando equilibrarse sobre el cuerpo de su superior y sobre sus propias manos, Jun le dijo casi suplicante: —Min, yo... 

—¡¡Rózame!! —gritó el inspector jefe, y apretó el abrazo de sus piernas en las caderas del novato al igual que en el cuello.

—Min, estás drogad... 

—Estoy cachondo. —Empezó a frotarse—. Estoy caliente. —Una de sus manos bajó hasta sus entrepiernas y agarró con fuerza el duro eje de su compañero a través de los ajustados pantalones—. Y quiero esto. —Apretó sus dedos para no dejar lugar a dudas de a lo que realmente se refería. 

En el mismo momento que Jun entreabrió los labios para gemir ahogadamente, Min aprovechó y juntó sus bocas. “La sensación” lo había quemado, abrasado, pinchado, desesperado, asustado, pero lo que le hizo sentir en aquel momento no se igualaba a ninguno de esos sentimientos. El calor de los labios, la textura, la sedosidad que experimentó en los suyos propios lo elevó al séptimo cielo, y comenzó a morderlos, lamerlos, creyendo que de este modo el sabor no lo abandonaría y se quedaría impregnado en él. Entre roces y pequeños gruñidos, Jun logró alejarse lo suficiente para poder hablar. 

—¿Qué pasó con lo de no tocar los cojones del jefe?

—Como no me los toques, estarás mañana mismo dirigiendo el tráfico del pueblo más apartado de toda la región.

Min embistió sin mesura contra el novato y volvió a sumergirse entre sus labios. Su lengua irrumpió en la boca de su compañero, deseosa de saborear el gusto de la saliva junto con el caliente aliento. Esta vez, Jun correspondió al movimiento de aquella lengua con la suya, enlazándola, rodeándola, mojándola, mientras sus caderas se buscaban desesperadamente. Con el músculo resbaladizo aún en su boca, y surcando sus labios en una de sus seductoras sonrisas, el novato logró decir: 

—¿Abuso de autoridad? Esto es acoso sexual... jefe. 

Sus bocas chocaron de nuevo y las embestidas aumentaron en potencia y profundidad. Min sentía la gruesa y larga polla de su compañero estrellarse contra la suya; un duro mástil que se hincaba entre sus cargados huevos, mientras los antebrazos del niñato encerraban su cabeza y las manos se enredaban entre sus cabellos. Esa sensación de acorralado, dominado... sometido, hizo que los músculos de su ano palpitaran una y otra vez de forma ansiosa e impaciente. Bajó sus manos del cuello del novato, recorriendo a su paso el pecho y vientre en tensión por los acelerados movimientos, hasta llegar al cinturón del pantalón. 

Guiado por la exaltación de todos sus sentidos, empezó a desabrocharlos. 

—Quiero más... —dijo el inspector jefe entre jadeos, metiendo una de sus manos por debajo de los calzoncillos de su compañero. 

—Min... —Park gimió con gusto a través de su garganta, no sólo porque su propio nombre pronunciado por Jun le hervía la sangre, sino también porque el aterciopelado toque que sintieron sus dedos al acariciar la caliente carne del niñato hicieron exactamente eso: calentarlo aún más. Jun le advirtió con un susurro—: Soy grande. Demasiado grande para... para... 

El inspector jefe, a pesar de estar envuelto en un huracán de sensaciones, sentidos y palpitaciones, sabía de sobra cómo quería acabar aquella frase el novato. 

—¿Para un virgen como yo? —preguntó Min de manera lasciva a la vez que le lamía los labios de un extremo a otro y comenzaba a bombear la polla de Jun. Para darle crédito al mocoso, era verdad que no llegaba a juntar la punta de sus dedos una vez que la tuvo en su mano. Poniendo nariz con nariz, le habló entre seductor y suplicante—: Dámelo... Jun, dámelo. 

Jun se mordió el labio sin apartar sus ojos de su superior. Permaneció así por varios segundos. Min le devolvía la mirada, intuyendo el posible conflicto interior del novato: él era su superior, su jefe directo, el que le había dicho que no lo volviese a tocar, el que lo había amenazado con trasladarlo y degradarlo de posición. Al fondo, muy al fondo de la mente del inspector jefe, la idea de ser desvirgado por un hombre a través de su recto encendía señales luminosas de STOP, PROHIBIDA LA ENTRADA y PRIORIDAD AL SENTIDO CONTRARIO. Pero el flujo de energía sexual que lo dominaba y las incesantes contracciones de su dilatado culo ganaban por goleada. 

Un sentimiento de cierto apego pinchó en los sentidos de Min, y dejó resbalar su nariz sobre la de Jun mientras cerraba los ojos y disfrutaba de la caricia. Suavemente, repitió: 

»—Dámelo...

El novato suspiró profundo y juntó sus frentes. Bajó sus manos hacia el pantalón de su superior apartando las de éste a su paso, y desabrochó el cinturón. El sonido de la anilla desprendiéndose resonó en los tímpanos de Min, consiguiendo que otra palpitación se propagara por sus bajos músculos. 

—Levanta las caderas —le susurró Jun. 

El inspector jefe lo hizo mirándolo con deseo. El novato se desprendió de los pantalones junto con los zapatos, no sin algo de dificultad por la incómoda posición que tenían sobre el asiento del coche. Una vez que tuvo a su jefe desnudo de cintura para abajo, pasó un brazo por detrás de las caderas, y con un ágil movimiento le dio la vuelta. El pecho de Min rebotó sobre el asiento con sus piernas enredándose entre sí. Jun las agarró por la parte de los muslos y las separó, dejando ante él la visión de las redondeadas nalgas de su superior. Ayudado de sus brazos y empujando con su propio torso, subió a Min por el asiento hasta que la barbilla de éste tocó el reposa cabezas y los brazos quedaron apoyados en el asiento trasero del vehículo. 

Todos aquellos movimientos fueron acompañados por ansiosos gemidos del inspector jefe. Cuando escuchó el rasgar de un plástico, giró la cabeza hacia su compañero. Jun se erguía de rodillas sobre el asiento, algo encorvado para no chocar contra el techo del coche, y con los pantalones a mitad de sus muslos, mostrando una de las pollas más anchas y extensas que Min nunca creyó ver. 

Aquello sólo existía en las revistas. Un atisbo de miedo surcó sus cinco sentidos, pero la repuesta de su cuerpo ante la gran generosidad que había tenido la naturaleza con el novato, fue un nuevo repiquetear de los músculos de su culo. 

Jun vertió un líquido transparente sobre sus dedos y dejó el envoltorio de plástico en el asiento del copiloto. 

—¿Siempre vas tan preparado? —preguntó Min mirándolo excitado sobre su hombro. 

—Hay que estarlo para cuando a tu jefe le dé por experimentar su lado gay en el asiento de un coche y drogado hasta las cejas —le contestó burlándose mientras apoyaba su mano libre de lubricante en el asiento trasero y su pecho sobre la espalda de Min. Muy cerca del oído le dijo—: ¿Y tú, Minnie? ¿Estás preparado? 

Antes de poder contestar, el novato metió un dedo lubricado entre sus nalgas y lo posó sobre su agujero. La primera reacción del inspector jefe no vino de su consciencia, sino de su cuerpo. Su entrada se expandió, dándole la bienvenida al intruso. El niñato bordeó el anillo con la yema de su dedo, y “su querida amiga” hizo acto de presencia. Pero no vino en forma de sensación, sino de espasmos, pequeños e intermitentes espasmos que peregrinaban por su cuerpo y volvían a concentrarse donde estaba siendo acariciado. Los jadeos de Min salían uno detrás de otro sin pausa, pero quedaron atrapados en su garganta al sentir la punta del dedo introducirse. 

Probablemente sería consecuencia de la droga, pero en lugar de dolor o miedo, lo que el inspector jefe experimentó fue el más exquisito y sublime placer cuando el dedo separó poco a poco sus paredes interiores. Más pronto que tarde, sintió el tope de la mano del novato en sus nalgas. Éste, se acercó a su oído: 

»—Creo que la droga ha hecho más que bien su trabajo aquí. —Y deslizó su dedo hacia fuera.

Cuando Min notó que volvía a enterrarse, ya no era uno, sino dos los dedos que se abrían paso en su interior. Ahora sí, los gemidos escapaban de su boca, sonoros, jadeantes, y su aura se expandía de nuevo. Sin apenas percatarse, el tercer dedo lo invadió. Se sentía abierto, expuesto, lleno, mientras Jun entraba, salía, y rotaba sobre el eje de su mano. 

De repente, Min se quedó vacío. El novato se había retirado de su interior y su agujero pulsó en contra. Giró su cabeza para ver cómo se deslizaba un condón sobre la gorda polla y volvía a cubrir su cuerpo. Con una mano, Jun ahuecó la mejilla del inspector jefe reteniéndola para que no dejara de mirarlo. 

»—Quiero que me mires cuando te folle. 

El novato levantó sus caderas un poco, y con la punta de su polla separó las nalgas hasta dar con la entrada. Agarró la nuca de Min, sin apartar el café de sus ojos del extasiado rostro de su superior, y arremetió contra el anillo de músculos.

Min cerró sus párpados y abrió la boca como acto reflejo. «¡¡¡JODER!!! ¡¡¿GRANDE?!! ¡Grande es quedarse corto! ¡Grande es un eufemismo! ¡¡Hijo de la gran puta, eres ENORME!!». Había pensado que aquello iba a ser pan comido cuando lo único que había sentido con los tres dedos en su interior fue placer. A pesar de todo, su agujero respondía a la intrusión. Cuando la ardiente punta rebasó los músculos, sintió que el novato no se movía. 

»—Abre los ojos —le dijo en un susurro. 

A cámara lenta, Min abrió sus párpados y se encontró frente a frente con su invasor. Su propia boca aún permanecía abierta mientras profundas respiraciones salían de ella sin control. Jun pasó el pulgar por su reseco labio inferior y sonrió ampliamente. Volvió a asirle de la nuca y juntó sus bocas. Al mismo tiempo que la lengua del novato se introdujo en su interior, lo hizo también el resto de su polla, y el grito como consecuencia del estiramiento de su culo murió entre sus labios. 

La posición no podía ser más incómoda. Para ser su primera vez, estando en el asiento de un coche con el pecho aprisionado por el peso de su compañero, con su cabeza girada noventa grados para poder ser avasallado por una lengua ansiosa, y con la polla de un caballo semental partiéndolo en dos, diría que no volvería a hacerlo. Pero entonces algo en su zona pélvica vibró, “la sensación” estalló, y gimió tan alto que tuvo que separarse de la boca del mocoso. 

»—Voy a llegar siempre ahí, Min... siempre… 

Dejando la barbilla de su jefe apoyada en el reposa cabezas y con su antebrazo rodeando el cuello, empezó a follarlo con estocadas profundas. Se retiraba y volvía a entrar, tocando en cada embiste ese punto que cimbreaba por completo el cuerpo de Min. 

El inspector jefe se sentía avasallado. Un brazo lo agarraba del cuello y otro lo sostenía por el vientre. Sus gemidos no eran gemidos, sino gritos. Sus jadeos no eran jadeos, sino rugidos. Los cristales empañados del coche les aseguraban una cierta privacidad ante el oscuro y solitario callejón en el que se encontraban. 

Durante medio segundo, Min pensó en el Leprechaun, en la operación, en su comisario. Pero cuando la fuerza de las estocadas hicieron que su mentón rozase insistentemente contra el reposa cabezas y que su pecho se hincase con energía sobre el respaldo del asiento del conductor, los acontecimientos de lo que significaba su vida fuera de aquel vehículo dejaron paso a “la sensación”, al novato, y a lo que estaba sintiendo en ese mismo momento. 

La mano que sujetaba su vientre se deslizó hasta llegar a su enrojecido y efervescente eje, y Jun lo sacudió al ritmo de sus arremetidas. Todo se concentró en sus pelotas: su expansiva aura, “su inseparable amiga”, los roncos jadeos de su compañero en su oído, el eco del sonido de carne contra carne; y todo explotó a través de su polla. Sentía las cuerdas de su semen salir, salir, y salir. Cuando aún no había terminado de gritar su último espasmo, un fuerte choque contra su culo le hizo abrir los ojos de par en par y notar la pulsación de la carne que incendiaba su agujero, mientras el novato adormecía su oído con el gruñido de su propio orgasmo. 



Cerró los ojos, y del color azul pasó al añil, del añil al verde, del verde al amarillo, para seguir con el naranja, el rojo, y por último el violeta. Definitivamente, tuvo su arcoíris. 




El cuerpo de Park entró en shock. «¿Qué cojones significa esto? ¿El dueño es uno de los clientes del padre de Laura?». Pero entonces, un oportuno pinchazo en su ano le hizo recordar los acontecimientos de la noche anterior y la razón por la que su culo quemaba. «Me drogaste, cabrón...». 

Park intentó controlar la rabia que subía por su cuerpo y decidió que sería una buena oportunidad para observar las relaciones sociales del dueño fuera de su lugar de trabajo. Resguardándose tras los amigos de Laura, estudió los movimientos de Hyun. El hombre hablaba y hablaba sin parar, mostrando siempre una agradable sonrisa. Aunque no podía llegar a escuchar las conversaciones, no parecía que éstas tuvieran algún punto de interés para la operación, aunque tampoco es que pensara que el buscara clientes para sus posibles trapicheos de droga en una fiesta de hombres podridos en billetes... o quizás sí. 


Una de las veces que Hyun se quedó sólo, giró su cabeza como queriendo buscar a alguien, y Park no tuvo tiempo de apartarse de su visión. Los ojos del argentino se abrieron con sorpresa, y la calidez que lo caracterizaba se implantó en su cara mientras iba acercándose a Park. El inspector jefe lo miraba un tanto furibundo, pero parecía que a Hyun no le importaba aquella expresión, pues cuando llegó a su lado su sonrisa aumentó descaradamente.

—Jung Min… nos volvemos a ver, y en tan poco tiempo. —Se acercó más al inspector jefe y, hablando apenas en un susurro, le dijo—: ¿Conseguiste “abrirte completamente” ayer? 

«¡¿Pero cómo coño tienes la cara de insinuarme eso, cabrón?!». —¿Esa es tu idea de fidelizar al cliente? ¿Drogándolo? —gruñó bajo Park mientras lo encaraba.

Hyun sonrió pícaro. —Mi intención era fidelizarte a mí, Jung Min, no al club. 

—¿Sueles hacer eso con los clientes a los que quieres beneficiarte?

—No todos necesitan de una “ayudita”.

Park pensó que ya que lo había drogado, podría hacer algunas preguntas sin necesidad de levantar sospechas. —¿Te gusta jugar con las drogas en tu pub? ¿Acaso eres tú quien las distribuye? 

—¿Por qué? ¿Te gustó? ¿Quieres más? —dijo sin perder la sensual sonrisa. 

—Podría denunciarte por ello. —Los ojos de Park se cerraron en dos finas líneas. 

—¿Y cómo lo demostrarás? —preguntó jactándose del inspector jefe—. No creo que un simple vendedor de seguros gay, que sale una noche para disfrutar de un espectáculo de striptease gay, y es drogado por alguien con la intención de llevárselo a la cama, vaya a ser algo creíble para la policía. 

Park estuvo a punto de reír a carcajadas por lo irónico de la situación. Pero aquella conversación estaba siendo bastante esclarecedora para la operación. Si bien el dueño no había dicho claramente que distribuía Arcoíris, tampoco había negado que supiera de ella en su pub, ni incluso que hacía uso de la misma de una forma muy denunciable. Pero también estaba en lo cierto: no había manera de demostrarlo… aún. 

En ese momento, Laura se acercó a ellos seguido de un hombre de cabellos canos y con aspecto de bonachón. 

—Hola cariño, quiero presentarte a mi padre. Papá, este es mi amigo Jung Min, y él es mi padre, Juan.

Park levantó la mano para estrecharla con la del hombre de una forma autómata. Lo que menos necesitaba en ese momento era que Laura quisiera que conociera a su familia. Por lo menos lo presentó como un amigo y no como su pareja. 

—Es un placer conocerlo, Jung Min —dijo el padre de Laura devolviéndole el saludo y mirando después a Hyun—. ¿Ustedes dos se conocen? 

—Por casualidades de la vida, nos conocimos ayer —dijo sonriendo estúpidamente. 

—Pues es bastante curioso, teniendo en cuenta las profesiones tan distintas que tienen —dijo Juan alegremente. ¡Boom! Los pensamientos de Park pasaron por su mente en un solo segundo. «¡¡No, no, no, no, no, no!! ¡JODER! ¡No lo digas! ¡¡NO LO DIGAS!!»—. Un gerente de un bar y un inspector de policía. ¡Vaya mezcla explosiva! 

Ahora sí, Park necesitaba un agujero en la tierra. ¡NECESITABA UN PUTO CRÁTER! 

La mirada de Hyun era puro fuego mezclada con la mayor de las incertidumbres y quizás algo de terror. Lo único que pensaba el inspector jefe era que su pequeña coartada se había ido completamente a la mierda, y se preguntaba por qué cojones Laura le había dicho a su padre que él era policía. ¿Cómo coño no había pensado que si Hyun estaba allí podría llegar a enterarse de su verdadera profesión? La tensión entre los dos hombres se palpó en el ambiente, y Juan intentó disolverla, pero la pregunta que escogió no fue la más adecuada para el estado de ánimo de Park. 

»—¿Cuánto tiempo llevas en el Cuerpo, Jung Min? 

Inspiró profundo antes de contestar. ¡Mierda! Tenía que salir lo más pronto de allí y contarle al mocoso lo ocurrido. —Diez años —dijo secamente—. Una excelente fiesta, Juan, pero debo irme. Me esperan en casa —mintió. 

—Encantado de conocerte, Jung Min. Es agradable saber que mi hija tiene amigos en la policía —dijo Juan estrechándole la mano de nuevo. 

—Sí, encantado de haberte conocido… Jung Min. Siempre es importante tener conocidos en la parte buena de la ley —escupió Hyun sin rastro de su típica calidez, y con una mirada que lo vulcanizó.

Park cogió el brazo de Laura con la mayor templanza que pudo y caminó con ella hacia la salida del barco. 

—¿Tienes que irte ya? 

—Sí, preciosa, tengo cosas que hacer y un compañero debe venir a casa para ver algunos documentos… Laura, ¿cuánto tiempo hace que Hyun y tu padre se conocen? 

—Bueno… Pues no estoy muy segura, pero creo que lleva las cuentas del club ese que tiene desde hace unos dos años. ¿Cómo es que lo conoces?

—A través de un conocido. Cariño, debo irme. —Le dio un suave beso en la mejilla y se dirigió a su coche a paso rápido con un único pensamiento: llamar al novato.
Mientras ponía el motor en marcha, marcó el número de su compañero en el móvil y accionó el altavoz. Intentando no rebasar el límite de velocidad, condujo por la carretera esperando a que Jun contestara. Al tercer tono, lo hizo: 

—¿El agua caliente no funcionó?
«Maldito mocoso...».

—Kim, tenemos un problema. Nos han descubierto —dijo Park con premura. 

—¿Nos?

—Sí, nos. Hyun Joong.

—¿Y cómo demonios nos ha descubierto?




El inspector jefe podía intuir la sonrisa bobalicona del novato por su tono de voz. —Me he encontrado con él en una fiesta que ha dado el padre de Laura. —Silencio. Absoluto silencio. Sólo una respiración gruñida se escuchó a través del auricular, e hizo que algunos vellos de Jung Min se erizaran—. En media hora estaré en mi casa. No tardes. —Y colgó. 

Necesitaba pensar rápido. Si el dueño estaba metido en el ajo, acaba de cargarse los pocos avances que habían conseguido en la operación. Aunque también tenía una buena razón para poder pedir una orden y hacer una redada en el club: un alto mando de la policía había sido drogado en contra de su voluntad mientras estaba de servicio. Hiciera lo que hiciese, debía actuar rápido, ya que Hyun había desvelado su tapadera, y probablemente alertaría a todos sus compinches.


Al llegar a su calle, el novato lo esperaba apoyado en la puerta de su casa, con los brazos cruzados sobre el pecho y con cara de muy pocos amigos. Park se bajó del coche y se acercó a él con las llaves preparadas para abrir. Cuando estaba encajándolas en la cerradura, escuchó la oscura y baja voz de su compañero a milímetros de su cara: 

—Espero que tengas una buena razón para haber echado por alto nuestra coartada sólo por irte de fiesta con tu querida Laura. 

El tono frío y de ultratumba empleado en las dos últimas palabras caló completamente en Jung Min, y “la sensación” se retrajo asustada. Intentando reponerse de los desconcertantes escalofríos que lo recorrían, abrió la puerta y le espetó: 

—Entra.
Cuando le hubo relatado los acontecimientos vividos en el barco y sus propias impresiones al respecto, le tocó el turno a Kim: 

—No sirve de nada volver a Joong's. El sabe que lo tenemos en el punto de mira y habrá avisado a sus camellos y distribuidores. —¡Joder! ¡Vaya mierda! —exclamó Jung Min agarrándose de los cabellos—. Ya no tiene sentido hacer una redada porque no serviría de mucho. Seguramente no encontraríamos nada sustancial, y a los pocos que detendríamos saldrían en menos de cuarenta y ocho horas por falta de pruebas. 

Hyung Jun se quedó por unos segundos pensativo. El inspector jefe lo observó y no pudo evitar que “su amiga” lo recorriera de principio a fin, como tampoco pudo impedir que sus ojos parasen a mitad de camino entre las piernas y el estómago. 

Un cosquilleo se arremolinó en su agujero mientras una incontrolable atracción se oponía a que apartase su vista del vasto bulto. «Tengo que centrarme en la operación, tengo que centrarme en la operación...». La voz del novato lo llevó de vuelta a la realidad: 

—Creo que voy a contactar con Kyu. Puede que sepa con quién se mueve el Leprechaun o los movimientos extraños que pueda haber en el club. Quizás podamos buscar otra vía.

La visión de unas transparentes cortinas a través de una ventana y el cuerpo de su compañero chocando contra el de Kyu, pinchó en “su enfurecida amiga”. Aunque los pinchazos no eran pinchazos, sino puñaladas. Su boca decidió hablar, no su cordura: 

—¿Kyu? ¿Por qué Kyu? —sintió sus labios estirarse al máximo casi cuarteándolos. 

—¿Laura? ¿Por qué Laura? 

La gélida mirada del novato no lo acobardó. —¿Qué tipo de relación tienes con Kyu ? 

—¿Qué tipo de relación tienes con Laura?
«¡Pero por el amor de dios! ¡¿A qué estamos jugando?! ¡¿A “yo más que tú”?!». 

—No me toques los cojones, novato —dijo advirtiéndole. 

—Esa fase ya la tenemos más que superada, ¿no crees? —La sonrisa por excelencia de todo su repertorio se implantó en su rostro. Sin embargo, su tono fue cortante, extremadamente cortante. Los rayos que lanzaban ambos ojos rasgaban el aire entre ellos, pero fue de nuevo el novato quién rompió el silencio, calmando su propia voz—: Kyu fue... alguien que me ayudó en un momento difícil de mi vida. Además, ayer mismo me dijiste que si algo era importante para la operación, debíamos hacerlo sin rechistar. —Jung Min era un hervidero de ira, furia y rabia contenida—. Voy a ver a Kyu. 

Aquello último no lo dijo de forma imperativa, más bien parecía que incluso le pedía la aprobación a su superior. Éste sólo lo miró con ojos penetrantes. Después de sostener su mirada por escasos segundos, Jun cogió su chaqueta y salió por la puerta. 

En cuanto estuvo solo, un grito desesperado rasgó su garganta. Todo iba cayendo como en un castillo de naipes: los pequeños progresos en la operación, la posibilidad de desenmascarar a los sospechosos, su endeble cubierta... su estable vida, sus inquebrantables gustos sexuales, su... su férreo sentimiento de ver al novato tan sólo como un mero compañero de trabajo. 

Dormir en aquellos momentos no era la solución. Tenía que intentar arreglar el catastrófico fallo de dejarlos a ambos con el culo al aire. Pensó y pensó durante dos horas. Se rebanó los sesos hasta casi quedarse sin ellos y tomó una decisión. 

Volvería a Joong's sólo para ver si se hubieran producido cambios, aunque fueran insignificantes. Era domingo y quizás no habría mucho movimiento. Probablemente Hyun no se presentaría, pero si el decidía hacerlo, Jung Min estaría preparado para lo que aconteciese. 

Enfundado en su inseparable traje de chaqueta, cogió su pistola y su placa, y se dirigió a Joong's con la intención de encontrar algo que mereciera la pena llevarle a Jae, y no sólo el tener que decirle que los avances conseguidos habían sufrido un indeseable revés. Cuando se presentó en la puerta, Siwon, el gorila hormonado, lo miró con una pequeña sonrisa. 

—Tenemos tarjetas de fidelización para los clientes asiduos. El señor Kim estaría encantado de proporcionársela. 

La ironía en su rostro y el haber utilizado la palabra “fidelización”, hizo que Jung Min se estremeciera ligeramente. Podría ser sólo una casualidad, pero por el estado en el que estaban las cosas, el inspector jefe creía poco o nada en los azares de la vida en aquel mismo momento. 

—Estaría perfecto poder tenerla. ¿Se encuentra Hyun hoy? 

—Los domingos no suele venir. Pero le diré que usted estuvo aquí.
No había perdido el tiempo. El llamativo timbre de voz que el portero había utilizado al pronunciar la palabra “usted”, dejaba bastante claro que Hyun había puesto en alerta a los suyos. 

Jung Min le respondió con un movimiento de cabeza y entró en el pub. La oscuridad de siempre se cernió sobre él, y a pesar de ser el último día de la semana, el aforo estaba casi a la mitad. Se dirigió como siempre a la barra y el camarero rubio medio desnudo lo atendió. 

—¿Su amigo no viene hoy? —preguntó el chico sonriente mientras le servía una Coca-Cola. 

El inspector jefe le devolvió la sonrisa al ver su bebida. El hecho de que se acordara de lo que bebía le hizo a Jung Min mirarlo con otros ojos, y no sólo verlo como a una hormona con patas.

—Hemos decidido darnos un tiempo —contestó riéndose de él mismo por su propia respuesta, y desechó rápidamente la imagen de Kyu en su cabeza. 

—Pues es una pena. Hacían muy buena pareja. —Jung Min sólo hizo un desagradable sonido con su garganta y bebió de su refresco—. Por lo menos mucho mejor que con aquel tipo que lo manoseó el primer día que estuvieron aquí.
El inspector jefe arrugó su rostro interrogante. —¿Qué tipo? 

—Ese que parece un gorila.
Lo que más desconcertó a Jung Min no fue el hecho de que se refiriera a Kyu, sino el desagrado y la ira que mostraba el rostro del chico. 

—¿Conoces a Kyu? —preguntó con más interés del que en realidad quería mostrar. 

—No mucho, sólo de verlo por aquí, y porque siempre está pegado al niñito ese rubio. 

«¿Niñito rubio? ¿El Leprechaun? ¿Kyu pegado a él? ¡Los amigos del chico fallecido vieron al rubio con un hombre alto y con cabello castaño obscuro!». 

Las preguntas se sucedían en la mente de Jung Min una detrás de otra mientras un calor inspirado por el miedo y el terror abrasaba su cuerpo. Con un ímpetu que no pudo dominar, miró al camarero con ojos desorbitados. 

—El chico rubio ese, ¿es el que estuvo con nosotros anoche? 

—Sí... sé que no debería decir esto... pero el hijo de puta casi mata a mi hermano.

Ayer mismo salió del hospital por la mierda esa que le vendió. 

El cerebro de Jung Min era una tormenta de imágenes y acontecimientos que se iban enlazando. Cuando su mente le dejó hablar, su voz era temblorosa: —Tú... ¿Te llamas Young Min? ¿Tu hermano es Kwang Min? 

Algo sorprendido, el chico contestó: —Sí... ¿Cómo sabes mi nombre y el de mi hermano? 

Tenía que salir de allí. Tenía que avisar a Jun. Tenía que proteger al novato. 

«¡¡¿Kyu podría ser el proveedor de Arcoíris?!! ¡¡¿Lo habrá avisado Hyun?!! Y si el mocoso está con él... ¡¡¡JODER!!!».

Dejando a Kwang Min con la palabra en la boca, y saliendo del club lo más sosegado posible al pasar junto al portero, se dirigió a su vehículo. A la misma velocidad que una bala, encendió el motor y marcó el número de teléfono de su compañero. Uno, dos, tres, cuatro, cinco... los tonos seguían escuchándose en el manos libres del coche sin respuesta alguna. Aquello llegó al punto de ponerlo histérico, y “la sensación” lo reventó. Dejó a un lado la operación, Hyun, al Leprechaun, a Kyu, y se concentró sólo en el novato. Como inspector jefe de la Brigada de Estupefacientes de la Policía Nacional, debía velar por el bienestar de todos sus compañeros. 

Como Min, el que se atreviese a ponerle una mano encima a su novato acabaría sus días en una cárcel de alta seguridad, y se aseguraría de que los demás internos le hicieran la vida imposible. 

En menos de diez minutos, y con un estado de pánico adherido a su cuerpo, aparcó el coche frente a la casa de Jun. Cuando apenas le faltaban tres metros para llegar a la puerta de entrada, un estruendo hizo vibrar todos sus músculos junto con los cristales de las ventanas. Su corazón técnicamente entró en muerte súbita, su sangre no fluía, y el shock lo paralizó. Conocía ese sonido como la palma de su mano. ¿Cuántas veces había estado en el campo de tiro de entrenamiento? ¿Cuántas veces recordó una y otra vez el silbido de la bala que le perforó el muslo izquierdo en aquella operación contra una banda de traficantes de poca monta? Inconscientemente, llevó una mano a su costado y se palpó la pistola. 

Con una fuerza venida directamente de su interior, su mente se aclaró y, actuando como el curtido policía que era, intentó divisar algo a través de la ventana justo al lado de la puerta. Con las cortinas corridas, lo único que podía intuir eran dos sombras. Una sentada sobre el suelo y otra de pie justo enfrente, con una mano levantada y sosteniendo algo en ella. 

Su cerebro no pensó, actuó. Con el sigilo de un gato, bordeó la casa y se dirigió a la puerta trasera. Los años en el Cuerpo no sólo servían para aprender a ser un buen ciudadano y velar por la salud y la vida de las personas. Había otra parte que te enseñaba a tratar con la escoria y la mugre que abundaba en las calles, y para ello debías instruirte en algunas acciones no demasiado lícitas. Sacó una pequeña navaja multiusos que solía llevar en su cartera e introdujo la hoja en la cerradura. 

Tras unos estudiados movimientos, el bombín cedió y la puerta se abrió. 

Se adentró con cautela en la cocina y oyó el sonido de voces apagadas. Cuando llegó a la puerta que daba al salón se quedó pegado a la pared, con la pistola preparada en su mano derecha cruzada sobre su pecho, y escuchó atentamente. 

—No vas a salir de esta, Kyu. 
La voz de Jun se oía quebrada, con profundas respiraciones entre palabra y palabra. 

—¡Oh! ¡Por favor, Jun! —dijo Kyu jactándose—. ¡Maldito cabrón! Me has engañado todos estos años. Vendedor de seguros... serás hijo de puta. 

—Lo fui... hasta que Bum murió.
«¿Bum? ¿Quién es Bum?». Jung Min no podía ver lo que sucedía en el interior del salón, pero por lo menos el miedo atroz que sintió al escuchar el disparo se diluyó un poco al saber que su compañero aún vivía. Y aunque sonaba herido, por el tono casi sin aliento que usaba al hablar, parecía lúcido al seguir el hilo de la conversación. 

—¿Te hiciste madero cuando se cargó a tu hermano? —Kyu hablaba con desprecio, arrojando las palabras cargadas con repulsión. 

«¿Su hermano? ¿Cuándo “se cargó”? ¿Alguien mató al hermano del novato?». 

—¿Y tú, Kyu? ¿Qué te hiciste? ¿Su camello? ¿Su nuevo amante?
Jung Min no lo veía, pero suponía el tipo de sonrisa que tendría el niñato pintada en la cara y el fuego que bañaría el café de sus ojos. 

—¡Espera! ¡¿Fuiste tú?! ¡¿Fuiste tú el que desmanteló la banda?! ¡¿Te hiciste policía para meterlo en el trullo?! —El asombro en la voz de Kyu retumbó en el salón y parte de la cocina. 

«¿Qué cojones está pasando aquí? ¿De quién coño están hablando?». 

—Kyu... —Jun sonó desesperado. Parecía que estuviera aguantado unas ganas locas de llorar—. ¿Cómo has llegado a esto?... Siempre lo odiaste. Siempre me dijiste que me apartara de él. Estuviste día y noche pegado a mi cama cuando Bum ya no estaba. —Su voz se hizo más ronca y afilada—: ¿Has estado estos cinco años bajo su mando? ¡¿Te has aliado con el cabrón que mató a mi hermano?! ¡¿Después de todo lo que hemos pasado?! 

—Te fuiste, Jun. —El tono gélido heló la habitación, incluso el inspector jefe podía sentirlo—. En cinco años sólo te he visto un par de veces, y BonHwa me acogió. Sabes que no tenía nada. ¿A dónde iba a ir un niñato de dieciocho años sin familia, sin estudios... sin amigos?... Me dejaste solo, estuve dando tumbos de aquí para allá, trabajando en lo que podía. Un día, desesperado por mi mierda de vida, el cajero de una gasolinera dejó la caja abierta y cogí el dinero. Me pillaron, hubo un juicio rápido y sólo tuve que pagar lo que robé. Pero al cabo de unas semanas volví a hacerlo. Esta vez robé más dinero, y como era reincidente me metieron en la cárcel. —El hielo de la habitación bajó unos grados cuando Kyu volvió a hablar—: Fueron los peores seis meses de mi vida, Jun... sólo fui la puta del lugar... estuve a punto de suicidarme... y BonHwa me encontró. Estaba visitando a uno de los suyos, y cuando me vio allí me propuso que me uniera a él. ¡Yo no tenía nada, Jun! Y en cuanto le dije que sí, las violaciones pararon... Cuando salí, me uní a su banda. 

—Pero yo nunca te vi con él. Estos últimos seis meses he sido la sombra de BonHwa y su gente, y nunca estuviste alrededor —dijo Jun con voz cansada. Parecía que la posible sangre que estuviera perdiendo por el balazo estaba haciendo efecto en él. 

Kyu rió con desgana. —Hace año y medio, BonHwa me mandó a Colombia para que buscáramos una manera de traer a Asia una nueva droga que se estaba fabricando. Apenas he cruzado el charco unas cuantas veces. Eran otros los que se encargaban de la distribución de la droga aquí. Pero hace un mes, parece que fuiste tú el que te encargaste de meterlo entre rejas, y volví a Jeonju para hacerme cargo personalmente de la distribución. 

La mente de Jung Min estaba saturada de información. Un año y medio. Ese era el tiempo que llevaban investigando Arcoíris. Un mes. La droga empezó a distribuirse en Joong's hacía más o menos ese tiempo. Seis meses. Eso fue lo que tardó el novato en desarticular a “Los Viejos”. Ese tal BonHwa, al que parecía que conocía bastante bien, mató a su hermano. ¿El niñato se metió en el cuerpo sólo para poder encarcelar al asesino de Bum? ¿Y por qué lo mató? ¿Qué tipo de relación podía tener Jun con un capo de la droga? 

—Nunca supe de Arcoíris en todo este tiempo. Conseguí pillarlo por la cocaína y el éxtasis —dijo Jun casi sin voz. 

Hubo un pequeño silencio antes que Kyu volviera a hablar. —Está fuera. Lo sabes, ¿verdad? Salió ayer. 

—Lo sé... —El novato sonó derrotado.
Jung Min recordó el aspecto alicaído y casi desastroso que tenía Jun el día anterior, cuando llegó tarde poniendo la excusa de que su coche no arrancaba. 

—No sabe que fuiste tú quien lo encarceló, pero te puedo asegurar que Hyun se encargará de decírselo. 

—¿Qué tiene que ver Hyun en todo esto?... ¡Ah! ¡Claro! Es su benefactor. Le deja el club para que Arcoíris llegue al consumidor. ¿Qué porcentaje de la tarta se lleva por eso? ¿Cuánto te llevas tú, Kyu, por haberte vendido a ese hijo de puta? —La voz de Jun volvió a ser oscura y ronca—: ¿Cuánto te llevas tú, CABRÓN, A COSTA DE LA SANGRE DE MI HERMANO? —El grito se filtró por cada célula de piel del inspector jefe. 

—¡Basta de charla, Jun! —Min escuchó el clic del seguro de una pistola y su cuerpo reaccionó tensándose—. ¡JODER! ¡MIERDA! ¡¿Por qué tuviste que hacerte policía?! ¡¿Por qué de todos ellos, has tenido que ser tú el que cabreara a BonHwa?! 

—Kyunnie... —El novato fue suave esta vez—, podemos esconderte. Tenemos el programa de protección de testigos. Podrías testificar contra él. Si lo haces, no tendrías que volver a la cárcel. No habría condena para ti, y podríamos empezar de nuevo... tú y yo, como antes. 

—¡Venga ya, Junnie! —Kyu se carcajeó—. Acabas de echarme en cara que me he aliado con el asesino de tu hermano, ¿y piensas que voy a creerte cuando me dices que no me pasará nada? ¿Qué vamos a volver a follar como locos, como lo hicimos durante dos años, y que todo quedará olvidado? Además —Jung Min sintió unos pasos; suponía que Kyu se estaba acercando a Jun apuntándolo con la pistola—, BonHwa me encontrará aunque me protejas. Si testifico contra él estaré muerto en menos de dos días. He podido ver en estos tres años cómo trabaja. Y si lo encubro iré a la cárcel... Y antes muerto que volver allí. 

El instinto policial inundó el cuerpo de Jung Min. Sabía que el momento había llegado. El tono calculador, desesperado y frío que Kyu utilizó en las últimas frases, le dijo al inspector jefe que no tardaría en apretar el gatillo. Inspiró y espiró un par de veces antes de llevar su cuerpo al salón. 

—¡Suelta el arma Kyu Jong!
Jung Min empuñaba su propia arma con una sola mano mientras analizaba la situación. Kyu extendía sus dos brazos, agarrando la pistola con ambas manos y a escasos dos metros de Jun. Éste estaba sentado en el suelo cerca de la mesa de cristal del salón, con una mano ensangrentada cubriendo su hombro y con la camisa empapada de sangre. Ambos hombres giraron sus cabezas hacia él con los ojos como pelotas de tenis. 

—¡¿Jung Min?! —exclamó Kyu sin bajar los brazos ni dejar de apuntar a Jun. Empezó a sonreír con asco—. ¡Vaya! ¡El que faltaba! Supongo que no serás el vendedor jefe, ¿verdad? 

—Suelta el arma, Kyu —repitió más calmado al cerciorarse que su novato aún podía salir de esta—. Jun, tiene razón. Podemos protegerte. Me encargaré personalmente de que BonHwa no dé contigo. 

—¡¿Tú?! ¡¿Te encargarás personalmente?! —Kyu volvió a reír—. ¿Es que no se dan cuenta? ¡¡YA ESTOY MUERTO!! Cuando BonHwa descubra que Jun fue quién lo metió en la cárcel pensará que yo tuve algo que ver... Jun —dijo mirando al novato—, fuimos uña y mugre durante el tiempo que estuvimos conociendo a BonHwa sin saber a qué se dedicaba. Pensará que todos estos años que no ha sabido nada de ti después de matar a Bum, he estado compinchado contigo a escondidas con la intención de atraparlo. —En los ojos de Kyu destelló un brillo colérico, enajenado. 

Su rostro cambió a uno con tintes de desequilibrio y demencia—. ¡Va a torturarme! ¡Hará que mis últimos días de vida desee matarme yo mismo! —De repente, se alejó de Juns y apuntó a Min—. ¡NO PIENSO MORIR! ¡¡NO PIENSO VOLVER A LA CÁRCEL Y SER LA PUTA DEL PERSONAL!!

Todo ocurrió en un segundo. Al verse apuntado por una pistola, Jung Min reaccionó instintivamente intentando apartarse, mientras por el rabillo del ojo notó que su compañero llevaba su brazo bueno a uno de los cajones de la mesa justo a su lado y sacaba un arma. El inspector jefe vio en el perturbado rostro de Kyu la intención de disparar, y cuando aún estaba asimilándolo, un atronador ruido retumbó en la habitación. 

Los ojos sin vida de Kyu fue lo que Min llegó a ver antes que el cuerpo se desplomara sobre el suelo del salón. Con el corazón bombeando a mil por hora, miró al novato. Éste estaba de rodillas, con su mano aun apuntando la pistola, su otro brazo ensangrentado caía inerte a lo largo de su costado, y sus ojos brillaban acuosos pero sin rastro de lágrimas en ellos. 

El inspector jefe miró de un hombre a otro y organizó su mente para dar los pasos correctos. Primero se arrodilló junto al cuerpo de Kyu y le buscó el pulso. Nada. Estaba muerto. Una mancha oscura empezaba a cubrir la camisa por la zona del pecho. Se levantó rápidamente y se puso de rodillas junto a su compañero. Le agarró la barbilla obligándolo a que lo mirara. Aunque sus ojos estaban fijos en él, el vacío en ellos era inquietante, profundo. Como si le hablara a un amante, Jung Min le susurró: 

—Ya está, Jun... está muerto. —Con su pulgar acarició el labio de Hyung Jun de un extremo a otro, sin dejar de mirarlo. Puso su otra mano alrededor de la cintura y lo acercó más a él—. Vamos a encontrar al cabrón que asesinó a Bum. Te lo prometo. 

El novato parpadeó unas cuantas veces antes de cerrar los ojos con fuerza y morderse el labio inferior. “La sensación” calentó a Min, pero de una forma cálida, casi amorosa. Con su novato entre sus brazos, y con todos los acontecimientos del día aún estallando en su mente, lo único que quería en esos momentos era abrazar a su compañero y hacerle saber que junto a él estaría a salvo. A salvo de BonHwa, a salvo de los sentimientos dolorosos por el recuerdo de su hermano fallecido... A salvo... junto a él... sólo con él. Y lo abrazó. Apretó su agarre en la cintura y rodeó fuerte la nuca de Jun, haciendo que éste encajara el rostro en la curvatura de su cuello. 

Mientras sentía el calor que emanaba del cuerpo y empezaba a consumirse dulcemente en él, su compañero emitió un leve quejido. Min se separó unos centímetros, observó el dolor en el rostro de Jun, y bajó su mirada al hombro ensangrentado. 

»—Vamos —dijo levantándose y alzando al novato junto con él—. Tenemos que limpiar esa herida mientras esperamos a que llegue la ambulancia. —Maniobrando con el cuerpo de Jun, sacó el móvil del bolsillo de su pantalón y marcó un número. 

—Es un poco tarde para llamar por teléfono, Min. Espero que sea importante. 

—Jae, manda una ambulancia a la casa de Kim. Hemos dado con el proveedor y está muerto. Jun está herido de bala en el hombro izquierdo y necesitamos cerrar la herida ya. 

—¡¿QUÉ?

—¡Jae! ¡YA! Las explicaciones para después. —Y colgó. 

Acomodó al novato sobre el sofá y se dirigió al cuarto de baño. Buscó algunas gasas y vendas, y empapó con agua una toalla. Ya de nuevo en el salón, se puso de rodillas entre las piernas de Jun y empezó a desabotonarle la camisa. Sin mirarlo, le dijo con su tono opaco de policía: 

—¿Por qué no me vas contando la historia mientras esperamos? 
Jun respiró hondo unas cuantas veces, e hizo un gesto de dolor cuando Min intentaba quitarle la manga llena de sangre que cubría su hombro. Dejando que su superior deslizara la camisa por el brazo, habló con cansancio en su voz: 

—Conocí a Kyu en una casa de acogida cuando el tenía dieciocho y yo dieciséis. Tanto sus padres como los míos nos dejaron en adopción cuando nacimos. Él estaba solo, pero yo por lo menos tenía a Bum. Nos hicimos amigos y… algo más. Aunque nunca fuimos exclusivos. —Jun inspiró fuerte cuando Min comenzó a limpiarle la herida con la toalla mojada—. Veíamos a otros, y cuando nos apetecía, nos liábamos entre nosotros. Así estuvimos durante un año. Entonces conocí a BonHwa. No tenía ni idea de a qué se dedicaba realmente. Siempre me dijo que era representante de ropa de marca. 

—¿Dónde lo conociste? —preguntó el inspector jefe mientras se acercaba a la herida para poder limpiarla mejor. Aquello hizo que Jun tuviera que separar un poco las piernas, ya que las caderas de Min se encajaron más entre sus muslos.

—En la fiesta de un amigo de Kyu y mío. Desde el principio, a Kyu no le gustó. Decía que había algo en él que no encajaba… Maldito cabrón… Parece que después de todo sí que le encajó. —Jun paró durante unos segundos cuando Jung Min puso una mano en su costado y lo giró levemente para poder ver su espalda—. A lo largo de un año estuve viéndome con él. Kyu y yo íbamos a las fiestas que organizaba en su chalet de la playa, y algunas veces también vino Bum. 

—¿Has tomado drogas alguna vez? —La voz de Jung Min era profunda. 

—Algún que otro porro, pero poco más —dijo algo sonriente—. En una de esas fiestas, sin querer me colé en una habitación y fui testigo de cómo BonHwa disparaba a bocajarro a un hombre… Me quedé tan petrificado que no fui capaz de salir a tiempo de la habitación y me vio. A parte del hombre muerto, también había maletines de dinero y bolsas de coca. Me dijo que si se me ocurría decir algo o ir a la policía mataría a mi hermano. La verdad es que después de ver lo sesos de aquel tipo desparramados por la habitación, te puedo asegurar que no tuve dudas en creer que lo haría. 

Jung Min cogió las gasas y las vendas, y empezó a cubrir el hombro del novato. —¿Seguiste viéndolo después de aquello? 

—Él me obligó. Me tenía cogido completamente por los huevos. Si iba a la policía, mataba a mi hermano; si lo abandonaba, mataba a mi hermano… Pero al cabo de dos meses ya no soportaba que me tocara. Era superior a mis fuerzas. Llegué incluso a vomitar alguna que otra vez cuando terminaba conmigo… Cogí a mi hermano y me largué de la ciudad. Pero no tardó en encontrarme y… —Su voz se apagó— y… mató a Bum justo enfrente de mí. 

Min lo miró. Unas ganas enfermizas de besarlo nublaron casi todo su raciocinio. Sólo su instinto policial lo detuvo. El novato siguió hablando: 

»—Aún hoy no sé cómo, pero conseguí escaparme antes que me matara a mí también, y me fui lejos… muy lejos. —Su tono se endureció con una rabia que parecía que salía del mismo infierno—: Decidí que quería verlo sufrir, agonizar, y me propuse conseguirlo. Me metí en la academia de policía y no levanté los codos hasta que me saqué las oposiciones. Ya dentro, me presentaba a todas las promociones internas para poder llegar a ser inspector y dirigir una operación. Hace un año lo conseguí, y me volqué de lleno en arruinarle la vida al cabrón. Conocía algunos nombres y lugares donde solían hacer los intercambios, así que en sólo seis meses, mi grupo y yo logramos pillarlo. Nunca supo que yo estuve detrás de su detención. Lo prefería así. Pensaba hacérselo saber cuándo se celebrara el juicio y ya estuviera entre rejas. Pero el hijo de puta tiene abogados muy buenos que han conseguido sacarlo por estúpidos tecnicismos judiciales. 

Jung Min había terminado de vendarle el hombro y lo miraba fijo. Cuando el día en que conoció al novato se hizo la pregunta acerca de qué forma había “perseverado” para acabar con una banda de narcotraficantes en menos de seis meses, nunca se imaginó esto: estudiar durante cinco años para hacerse con el puesto de inspector y poder dar caza al asesino de su hermano. Aquella “perseverancia” y sangre fría de su compañero le ponía los pelos de punta. Pero se centró en lo que realmente importaba en esos momentos. 

—Si Kyu estaba en lo cierto, Hyun ya se habrá encargado de decirle a BonHwa que tú estás detrás de todo. 

—Lo sé…

—Vendrá a por ti.

—Lo sé —repitió Jun.

Se sostuvieron la mirada durante largos segundos. Una idea se estaba formando en la cabeza de Min. Una por la que jamás habría optado en caso de que la persona que estuviera en peligro fuera cualquier otro compañero o un civil. Una que le llenaba de temor, pero a la vez hacía que “la sensación” brincara con sólo pensarlo. 

Se oyeron los sonidos de una ambulancia y Jung Min no necesitó más tiempo para analizar lo que tenía en mente: 



—Te vienes a mi casa conmigo.



La ambulancia llegó y todo fue un caos. Se llevaron a Jun dentro para curarle y coserle la herida. No hubo necesidad de intervenir quirúrgicamente debido a que la bala había traspasado el hombro y no tenían que extraerla. Jae llegó seguido de la policía forense, los cuales se pusieron a sacar fotos del cuerpo de Kyu y a examinarlo. 

Jung Min le contó a su comisario todo lo ocurrido en aquel largo día, omitiendo por supuesto la parte relacionada con BonHwa y Bum, ya que el inspector jefe estaba seguro que Jae se negaría en rotundo a que el novato siguiera en el caso y estuviera bajo su tutela. Bueno, su comisario y la ley de protección de testigos. Jung Min no iba a dejar a manos de ese programa la vida de Jun. Sabía de sobra los fallos y las lagunas que había en él. 

Una vez que el cuerpo de Kyu fue retirado para trasladarlo a la morgue y hacerle la autopsia, Jae se despidió de ellos, no sin antes decirles que estuvieran a primera hora en la Comisaria para rellenar el correspondiente informe de los hechos. 


Cuando se quedaron solos, Jung Min no tardó en hablar: 

—Coge alguna ropa y cosas de aseo, y larguémonos de aquí. 

—Yo no he dicho que me vaya a ir contigo —dijo Jun encarándolo. 

El inspector jefe se irguió sobre el novato, sacándole unos cuantos centímetros de altura, pero un brillo pícaro cruzó su rostro. —No. Me. Toques. Los. Cojones… JUN. 

Jun le devolvió una sonrisa traviesa mientras se giraba hacia la puerta de su cuarto murmurando: —Mamón. 

Cuando llegaron a la casa de Jung Min, dejó a Jun en el sofá y se metió en la cocina para preparar sopa caliente. Al volver al salón con los dos platos, el novato estaba sentado en la misma posición en que lo había dejado, mirando al vacío y con sus ojos ligeramente cerrados.

—El medicamento que te han puesto es fuerte. Cuando termines la sopa vete a dormir y descansa. 

—Gracias —agradeció Jun, cogiendo el plato y empezando a comer. 

Jung Min lo miró atentamente mientras comía. Sabía que su compañero necesitaba descansar, no pensar, no recordar, pero su instinto policial estaba muy instaurando en él, y le pedía a gritos empaparse de toda la información posible sin dejar nada en el tintero. 

—¿Qué pasó con Kyu cuando te fuiste? 

Jun terminó de tragar la cucharada de sopa que tenía en la boca y, sin dejar esa mirada ausente, le contestó: —En cuanto me fui lo llamé. No quería que BonHwa lo localizase e intensase sacarle información acerca de mí, o algo peor… que lo matara también. Le conté lo que ocurrió y estuvo conmigo unos cuantos días. 

Luego me alejé… Durante estos cincos años lo habré visto unas dos o tres veces. 

—Se metió la cuchara en la boca de forma automática mientras seguía hablando—. Quería dejar atrás todo lo que tenía que ver con mi vida anterior… Min, quizás él tenía razón… lo abandoné… lo dejé solo… Nunca tuvo a nadie… yo fui lo más parecido a un amigo, a un amante… Él realmente quería a Bum. —Rió para sus adentros con tristeza—. Lo llamaba “su osito”. 

El corazón se Jung Min se empequeñeció al oír aquel apodo de cariño hacia su hermana, y se mordió el labio. Al ver el estado casi inerte que su compañero tenía, le retiró el plato e, hincándose de rodillas para llegar a la mesa, lo puso sobre ella. 

En ese momento, sintió que una mano lo agarraba del pecho de su camisa. De un tirón, quedó justo enfrente del novato con sus caderas entre las piernas de éste. Ya no tenía la mirada perdida; el color café de los ojos era denso, destilando brillos de furia, deseo, rencor, pasión. 

—Bésame. —Su voz sonó como un gemido desesperado—. Fóllame —susurró mientras hacía que sus frentes chocasen—. Haz que me olvide de todo, Minnie… 

—Jun… 

El nombre de su compañero murió en la boca del mismo cuando éste lo agarró del cuello y lo atrajo hacia él. Sus labios chocaron, y de nuevo “la sensación” abarcó todo su ser. El novato los abrió y deslizó su lengua en el interior, embriagando a su superior con su sabor. Tímidamente, Min juntó sus lenguas........



El nombre de su compañero murió en la boca del mismo cuando éste lo agarró del cuello y lo atrajo hacia él. Sus labios chocaron, y de nuevo “la sensación” abarcó todo su ser. El novato los abrió y deslizó su lengua en el interior, embriagando a su superior con su sabor. Tímidamente, Jung Min juntó sus lenguas, y la resbaladiza sensación se filtró por todos sus nervios. Con un movimiento innato, meneó sus caderas hacia delante y sus miembros se rozaron. A pesar de la suavidad del acto, las dos pollas estaban completamente erectas y llenas, lo que hizo que ambos gimieran mientras el beso comenzaba a ser más demandante. 

El inspector jefe lo cogió de la cintura acercándolo más a él, queriendo volver a sentir el roce de aquel gran regalo de la naturaleza que portaba su compañero. En respuesta, Jun le apretó del cuello, haciendo que sus bocas se devorasen, que sus dientes se mordisqueasen, y que en vez de tragar sus salivas, las engullesen. 

El animal que hibernaba en Jung Min despertó ante la dominante necesidad del uno por el otro, y apretó sus cuerpos sin apenas dejar espacio entre ellos. Un gemido de dolor salió de la boca del novato mientras el inspector jefe le mordía con ansia el labio. Jung Min notó el temblor en los brazos de su compañero, en especial el izquierdo, y se apartó unos centímetros. 

—¿Duele?


—Un poco —contestó Jun con una sonrisa juguetona brotando de sus labios—, pero lo soportaré. 

Su animal interior se desperezó completamente, y agarrándolo por las nalgas lo elevó junto con él y lo encajó en sus caderas. Su compañero se sostuvo del cuello con el brazo derecho mientras atacaba la boca de su superior sin descanso. Con su novato en brazos, se encaminó hacia el dormitorio abriendo la puerta de una patada. Se dirigió a la cama, puso sus rodillas sobre ella y, con una delicadeza impropia de él, lo dejó caer sobre el colchón. Se cernió sobre el cuerpo a la vez que deslizaba su lengua por la vigorosa piel del cuello. 

Jun lo estiró para darle un mejor acceso a todos los pequeños mordiscos y codiciosas lamidas que recibía. En un abrir y cerrar de ojos, su camiseta estaba siendo arrastrada por su cabeza y brazos. Silbó con algo de dolor cuando la tela rozó su herida, pero sólo duró un instante. En cuanto se vio libre de ella, sus manos agarraron el cuero cabelludo de su jefe mientras éste descendía por su pecho hasta llegar a sus pezones. Jadeó casi desesperado al sentir la traviesa lengua bordearlos, chuparlos, y pellizcarlos con dientes hambrientos. 

Jung Min se dejaba guiar por sus deseos e impulsos. Nunca había saboreado los pezones de un hombre, pero cuando éstos se irguieron al contacto de su lengua, “la sensación” se enorgulleció de sí misma escuchando el placer de su compañero. 

Terminó con uno y comenzó con el otro, a la vez que sus manos recorrían la dura piel surcada de firmes músculos, los cuales se sentían muy diferentes a las suaves y dulces curvas de una mujer. 

Siguió besando el pecho, abdomen y vientre, hasta que su boca se topó con los pantalones. Por acto reflejo, sus ojos se fijaron en la excepcional silueta que se marcaba en los vaqueros. Un pensamiento sacudió su cuerpo: «¿Y ahora qué hago?... ¿Le desabrocho los pantalones y… y…? Yo nunca he… nunca me he comido una…». 

Su compañero intuyó su dilema sexual. Puso una mano en cada una de sus mejillas e hizo que lo mirara. Empezó a sonreírle con ese brillo sensual en sus ojos.

—Ven aquí. —Y obligó a Jung Min a arrastrarse a lo largo de su cuerpo hasta quedar pegado contra su pecho. 

—Jun, yo… 

—Shhh… —siseó Hyung Jun rozando sus labios, mientras bajaba las manos hasta dar con el cinturón del pantalón de Jung Min , desabrochándolo sin dejar de mirarlo. 

El inspector jefe se apoyó sobre sus manos para darle un mejor acceso. Cuando la tela cubrió hasta la mitad de sus nalgas, el novato metió la mano dentro de sus calzoncillos y acarició toda la longitud de su más que dispuesto eje. El gemido no se hizo esperar, e inclinó su cabeza hacia atrás para dejarlo salir en toda su plenitud. Jun abrazó con las piernas sus caderas, consiguiendo que las venas de sus brazos se mostraran por el esfuerzo de sostenerse sobre el colchón. 

Empezó un vaivén lento, acompasado con las idas y venidas de la mano que envolvía su polla. Miró hacia abajo a su compañero, que lo observaba mordiéndose el labio, y el súbito deseo de ser él quien lo mordiera hizo que se estrellara contra su boca. El calor que envolvía sus caderas al estar rodeado de unos muslos, guió a éstas a moverse por sí solas y comenzó a embestir la entrepierna de Jun, aún con los pantalones puestos. 

Se rozaban, se mordían, gemían, jadeaban, hasta que la polla de Jung Min dio un tirón avisándole que necesitaba más, mucho más. Se levantó y se apoyó sobre sus rodillas. Con dedos rápidos, desabrochó los pantalones de Jun y tiró de ellos junto con los calzoncillos hasta dejarlo completamente desnudo. Se bajó un poco los suyos para liberar completamente su necesitada polla. Volvió a tumbarse sobre su compañero, golpeando de nuevo sus entrepiernas y sintiendo el húmedo calor que ambas desprendían. Entre besos, el novato susurró: 

—¿Quieres follarme? 

—Síii… —contestó Min alargando el jadeo. 

Jun metió dos de sus dedos entre sus bocas y los introdujo en la de su superior. 

Éste los recibió con algo de sorpresa, pero empezó a empaparlos con saliva, rodeando cada uno con su lengua, sintiendo la aspereza en ellos. Al cabo de unos segundos, el novato los retiró, y con su otra mano apartó el cuerpo de Jung Min haciendo que volviera a quedar de rodillas sobre el colchón. Jun separó más sus piernas y llevó los dedos lubricados justo a su grieta. El inspector jefe observaba –sin perder detalle– cómo aquella mano se ocultaba entre las nalgas, cómo los dedos iban desapareciendo, y cómo su compañero gemía más alto con cada centímetro que hundía en él mismo. Ni siquiera había prestado atención al monumento colosal que descansaba sobre uno de los muslos, grande, gorda, y pulsante. 

Aquella visión de su novato dándose placer a sí mismo, sedujo completamente a “la sensación”, la cual se estremecía dentro de él con un claro signo de querer explorar y devorar de todas las maneras y formas posibles el cuerpo que tenía a su merced. 
Jung Min veía los dedos entrar y salir, brillantes por su propia saliva y por algún otro líquido más que le hacía morderse el labio con deseo. 

Jun los retiró y, con su rostro perlado en sudor y sus mejillas sonrosadas, miró lascivamente a Jung Min . 

—Ahora… fóllame ahora.

A pesar de que su mente sólo tenía cabida para la palabra “fóllame” que había pronunciado su compañero, de repente se acordó de un condón. Se inclinó hacia su mesita de noche y sacó una caja con varios de ellos. Cogió uno, lanzó la caja al suelo, abrió con los dientes el envoltorio, y se lo colocó sobre su eje a punto de explotar. Miró algo dubitativo a Jun. Básicamente tendría que ser lo mismo follarse a un hombre que a una mujer. Sencillamente consistía en meter y sacar, pero estaba nervioso, inquieto, asustado. Su compañero sonrió con lujuria y, cogiéndole del cuello, lo volvió a tumbar sobre él. Se acomodó con las piernas alrededor de Jung Min y agarró la polla enfundada en el condón para guiarla a su entrada. Mirándolo fijamente, le dijo: 

»—Sólo ve despacio. —Empezó a introducirse la punta mientras gemía suave sin dejar de mirarlo—. Tú tampoco es que vayas descalzo ahí abajo. —Rió bajo y jadeó fuerte al meter unos cuantos centímetros más. 

Jung Min observaba la cara de placer de su compañero: el color café denso y líquido por el gozo que sentía, la boca entreabierta inspirando y espirando un aliento cargado de gusto y excitación. Aquello, junto con “la sensación” concentrada completamente en el empalamiento al que sometía a su novato, lo hizo dejarse ir. 

Agarró los cabellos de Jun con ambas manos y se impulsó hasta que la mitad de su polla estuvo cubierta por las calientes paredes interiores. 

»—Aaahhh… ¡Joder, Min!... aaahhh… 

Sólo oír su nombre encendió al animal de su interior, y haciendo caso omiso a la petición de ir despacio mientras se ayudaba de sus manos enredadas en los pelos de su compañero para hacer más fuerza, se metió de lleno en el interior que lo calentaba. Los ojos de Jun se expandieron completamente, y cuando estaba abriendo su boca para soltar lo que seguro sería un insulto por la poca consideración de su superior, éste se abalanzó sobre él y le comió duramente los labios. 

Los sollozos del novato eran devorados por Jung Min al igual que el agujero que atornillaba una y otra vez. No contralaba sus embestidas, sólo quería sentir más y más de aquella sublime y apoteósica fricción que lo quemaba. Era increíble lo pronto que había pasado de estar asustado y nervioso, a ser un bruto sin cerebro que sólo quería follar, y follar, sentir a su compañero, embriagarse de él… ser uno sólo. 

Con sus bocas aún pegadas, miró a Jun. Éste seguía gimiendo con algo de dolor mientras de sus ojos acuosos bajaban dos finas lágrimas que resbalaban por sus mejillas hasta llegar al cuello. 

—Perdóname… —murmuró Jung Min sin dejar de embestir—. Junnie, perdóname… no puedo… 

Quería decirle que era incapaz de parar, que no quería hacerle esto, pero que su animal interior le pedía a gritos hacerlo suyo hasta marcarlo como si fuera el puto alfa de una manada. 

—No paresss… no… sigue… más… másss… —dijo entre gemidos el novato, agarrándolo con fuerza del cuello. 

Aquella súplica fue lo único que necesitó el inspector jefe para acabar siendo una bestia surgida del mismísimo infierno. La fuerza que ejerció en los cabellos de Jun hizo que éste inclinase su cabeza hacia el colchón. Jung Min taladró, perforó, y machacó el cuerpo de su compañero, haciendo que los músculos de éste ondularan bajo él. Los choques de carne contra carne retumbaron en la habitación al igual que en una película pornográfica reservada sólo a los más fuertes de corazón. Los muelles de la cama rechinaban como si estuviesen a punto de ceder y hacer que ambos cayesen junto con el colchón. Si aquello ocurriese, el inspector jefe daba por sentado que seguiría incrustando sus caderas entre los muslos de su novato. 

Jung Min respiraba de forma ronca y Jun gritaba con cada dura embestida. “La sensación” y su animal interior se unieron, consiguiendo que un rugido digno de un ser de las tinieblas saliera de su garganta cuando se corrió llenando el condón chorro tras chorro. Un gemido lastimero y un líquido que manchaba su abdomen a borbotones, le dijeron que Jun también había conseguido liberarse de su carga. 

Ocultó su rostro en el cuello del novato, con el corazón bombeando cien veces por segundo, y con las manos aún enredadas en los cabellos de su compañero. Éste lo abrazaba por inercia, mientras se calmaba soltando respiraciones seguidas y profundas. Se quedaron unos cuantos minutos en aquella posición, acompasando sus enloquecidos corazones, entrando en un estado de somnolencia que ambos acogieron sin rechistar. 

Cuando Jung Min empezaba a notar que el sueño lo invadía, sintió que una mano se metía entre sus caderas y agarraba su flácida polla. Tras los dos segundos que necesitó para despertar a su mente, se irguió sobre sus brazos y miró a su compañero. Los ojos de éste se entrecerraban por el sueño que también lo llamaba, pero mostraba una sonrisa de lado a lado. Desenterró el eje de su interior, desenfundó el condón, y lo tiró al suelo. 

—¿Puedo dormir aquí? —preguntó Jun con voz dormida. 

«¿Podía? ¿Sería un gilipollas integral si lo mando al cuarto de invitados?». El inspector jefe lo miró mientras su compañero cerraba los ojos completamente vencido por el sueño. Se tumbó a su lado, observando cómo el pecho subía y bajaba con cada respiración, y se quedó dormido con aquel rítmico sonido. 

A la mañana siguiente, se despertó estirándose como un gato. Se sentía bien, realmente bien, inmejorable. Cuando estaba terminando de crujir sus huesos y músculos, su pierna chocó contra algo duro y miró hacia el otro lado de la cama. 

Parpadeó unas cuantas veces al ver el cuerpo de Jun tumbado bocabajo, con la sábana cubriendo la mitad de sus nalgas, y parte de su rostro oculto tras uno de sus bíceps. Recorrió con los ojos la espalda llena de músculos, desde los hombros hasta la perfecta curva que hacía al llegar a los montículos del culo. Una réplica del orgasmo de la noche anterior explotó en su vientre, haciendo que todo su cuerpo se estremeciera al recordarlo y sentirlo de nuevo. 

Tenían que ir a la Comisaría para hacer el informe de la muerte de Kyu, así que se levantó y fue directo a la cocina para hacer café. Cuando estaba poniendo la cafetera en una bandeja con la intención de llevárselo a su compañero, éste apareció en el umbral de la puerta, con sus calzoncillos puestos y con una de esas provocadoras sonrisas que ya no le parecían tan desesperantes. La venda que cubría su herida estaba manchada con pequeños puntos de sangre. 

—¿Pensabas llevármelo a la cama? —Jung Min miró hacia la bandeja que sostenía en sus manos y luego posó sus ojos en el novato, levantando sus cejas de forma interrogante—. ¡Vaya! Tendría que haber dejado que me follaras antes. —El cuerpo del inspector jefe dio una sacudida de sorpresa por las palabras de su compañero—. ¿Qué más vas a hacerme si sigo dejando que tortures mi culo como lo hiciste ayer? —preguntó mientras se acercaba con cara de hambre sexual. 

Jung Min no sabía cómo reaccionar ante aquello. Lo primero que se le vino a la mente es que ya tenían que estar en la Comisaría, y dejó a un lado el cosquilleo que empezó a sentir bajando por su vientre hasta culminar en sus hinchadas pelotas. Puso la bandeja en la encimera de la cocina y se volvió hacia el novato. 

—Voy a ducharme. Bébete el café mientras termino y luego te duchas tú. Tenemos que ver a Jae ya y rellenar el informe de lo que pasó ayer —dijo con cara de inspector jefe de la Brigada de Estupefacientes de la Policía Nacional. Jun hizo unpuchero y cogió su café. 

Cuando ambos estuvieron aseados y vestidos, subieron al coche y pusieron rumbo a la Comisaría. Lo poco que hablaron durante el trayecto se centró en cómo iban a elaborar el informe. Antes que llegasen a su destino, Jung Min quiso advertirle de algo: 

—Jae no conoce tu historia con BonHwa. Sabe que es el capo que está detrás de Arcoíris, pero nada más, y así debe seguir siendo. ¿Lo entiendes? 

—No Min, no lo entiendo —dijo Jun mirándolo con el ceño fruncido desde el asiento del copiloto—. ¿Por qué no puede saberlo? 

—Porque entonces te metería en el programa de protección de testigos y ni loco dejaría que vivieses conmigo cuando la operación aún está abierta. 

—¿Y por qué no quieres que me meta en el programa? —preguntó sonriendo. 

—Porque no saben proteger —murmuró secamente. 

—¿Y tú sí, Minnie? —Se inclinó sobre su asiento hasta que sus labios rozaron la oreja de Jung Min —. ¿Esa es tu manera de proteger a un testigo? ¿Follándotelo hasta que no te queden fuerzas ni para respirar? —El inspector jefe cerró sus ojos sólo un instante antes de volver a abrirlos y fijarlos de nuevo en la carretera, pero no respondió a la pregunta—. Y después criticas mi forma de tantear a los contactos… —terminó diciendo socarronamente mientras regresaba a su asiento.

Jung Min estuvo a punto de decirle “tú me lo pediste”, pero llegaron al parking de la Comisaria. Aparcó y se encaminaron hacia ella. Una vez dentro, fueron directos al despacho de su comisario. Volvieron a relatarle los hechos del día anterior y rellenaron los correspondientes informes. 

—Recopilemos —dijo Jae una vez que terminaron con todo el papeleo—. Cho BonHwa, hombre blanco, coreano de treinta y cinco años. Jefe de la banda “Los Viejos”. Llevaba unos ocho años haciéndose cargo de la distribución de coca y éxtasis en la ciudad, pero su banda fue desmantelada y puesta entre rejas hace un mes gracias al inspector Jun, aunque se le encarceló por la cocaína, no por Arcoíris. Kim Kyu Jong Pareja, hombre blanco, Coreano de veintitrés años, se unió a la banda de “Los Viejos” hace alrededor de unos tres años. Estuvo el último año y medio en Colombia encargándose del traslado de la nueva droga a Corea, pero volvió hace un mes cuando sus compinches fueron apresados. Se ocupó de la distribución de Arcoíris en el pub Joong's hasta su fallecimiento ocurrido ayer. 

Kim Hyun Joong, hombre blanco, coreano de cuarenta años. Regenta un club de striptease gay, y deja a conciencia que Arcoíris se distribuya en su bar. Heo Young Saeng, hombre blanco, coreano de veinte años. Es el encargado de vender la droga al consumidor final en el club Joong's. Hace dos días, BonHwa salió de la cárcel debido a un error judicial, o eso quieren hacernos creer sus abogados. 

«Un resumen muy detallado —pensó Jung Min —. Obviando por supuesto la parte en la que el jefe de la banda quiere muerto al inspector Kim por el hecho de haberlo dejado plantado como amante cuando asesinó a su hermano delante de sus narices». 

»—Por fin sabemos quién está detrás de la comercialización de Arcoíris, pero eso no lo hace más fácil. Si este cabrón ha conseguido salir en tan sólo un mes a pesar de todas las pruebas que había contra él, apresarlo de nuevo nos va costar sudor y lágrimas. Kim, tú ya lo has investigado y sabes todo lo que hay que saber de él y su banda. Eso por lo menos nos ayudará en algo. Así que ahora más que nunca necesito que trabajen codo con codo. Tenemos la confesión de Kyu, quién distribuía Arcoíris en Joong's a sabiendas del dueño, con lo cual eso nos da vía libre para una orden de registro. Hace una hora se la he pedido al juez, y supongo que la tendremos mañana mismo sobre la mesa. Así que vayan preparando el registro. 

Park y Kim se levantaron de los mullidos sillones y salieron del despacho. Con voz muy baja, el novato le dijo a su superior: 

—Ven a mi despacho, hablaremos allí. —El inspector jefe lo miró con desconcierto pero lo siguió. Una vez dentro, Jun apoyó sus caderas en el escritorio y cruzó sus brazos sobre su pecho—. No se va a dejar coger, Min, sobre todo sabiendo que yo estoy detrás y que lo conseguí una vez. Va a desaparecer por un tiempo. Dejará de actuar y distribuir Arcoíris hasta que las cosas se calmen o nos cansemos de buscar una aguja en un pajar. Además, lo conozco bien, es un cabrón sin escrúpulos. También se encargará de hacer saber a la policía que yo tuve con él algo más que una simple relación de poli-ladrón, consiguiendo que me abran un expediente o me aparten de la operación. Esa era una de las razones por las que tampoco quería que supiera de mí cuando lo atrapé por primera vez. 

—¿Y qué propones que hagamos entonces? No sabemos dónde puede estar ahora mismo. 

Los ojos de Jun se cerraron hasta dejar sólo dos finas líneas por las que se filtraba el profundo color café, dándole un aspecto feroz que Jung Min nunca había visto en su novato. 

—Pero yo sí lo sé. 

—Jun… —El tono de voz de Jung Min iba con un claro deje de advertencia—: ¿Pretendes ir a por él? ¿Sin el consentimiento de Jae? ¿Sin preparar un asalto? 

—No voy a ir a por él… voy a hacer que él venga a mí.
Durante varios segundos, sólo las respiraciones de ambos hombres se escuchaban en la habitación. 

—¿Vas a ponerte como cebo? —El inspector jefe dio unos pasos hasta quedar justo enfrente de su compañero. 

—Acabará encontrándome, Min, o manchando mi nombre en el Cuerpo, o… o…
La voz de Jun bajó, al igual que lo hicieron sus ojos. Jung Min dio un paso más y puso un dedo bajo la barbilla haciendo que levantara la mirada hacia él. —¿O?

—O puede que incluso vaya a por ti… Sabrá que hay algo entre los dos. Averiguará que vivo contigo… y te utilizará como intercambio. 

“La sensación” lo llamó. No era una sola, sino muchas juntas y entrelazadas entre sí: miedo, afecto, precaución, cariño, peligro, proteger, astucia. No pensó que estaba en la Comisaría, no pensó que en cualquier momento podría entrar alguien y verlos. No pensó, sólo sintió. Acercó su rostro al de Jun y besó sus labios, poco a poco, con parsimonia, deleitándose en el calor y la textura, bebiendo las suaves respiraciones. Los mordió con sus propios labios, sin utilizar los dientes o meter su lengua. Sólo necesitaba sentirlos, palparlos, para tranquilizar al enjambre de abejas que pinchaban por cada una de las sensaciones que aguijoneaban su cuerpo en aquel momento. Cuando se separó, Jun lo miraba con decisión. 

—Tiene que haber otra manera… —dijo esperanzado Jung Min. 

—No la hay, Min… no la hay. Quiero acabar con esto. Llevo cinco años muriendo por dentro. Tengo que acabar con esto. ¡Necesito terminar con esto!

Tras varios segundos de silencio, el inspector jefe habló: —¿Y qué es lo que planeas? 

Pasaron el resto del día encerrados en el despacho, repasando la vida de BonHwa, estudiando todos sus puntos débiles, analizando cada una de sus posesiones, sus colaboradores, sus familiares, confeccionando un plan que llevar a cabo para hacer que el hijo de puta llegara a su compañero. Cuando acabaron, Jung Min tenía más información del jefe de “Los Viejos” que de su propia vida. 

—No estoy seguro de todo esto, Jun. Hay muchas cosas que podrían salir mal, eso contando con que Jae no se entere, ya que cortaría nuestros huevos y estaríamos fuera del Cuerpo antes que cante un gallo. 

Jun lo miró durante un largo rato de forma pensativa. —Min, sabes que no podemos involucrar al equipo. Muchas de las cosas que vamos a hacer están fuera de los límites de la ley. De todas formas… —El novato suavizó su expresión—, tú no tienes que hacerlo… Esto sólo es mío, Minnie. Soy yo quien tiene que acabar con esto.

Cierto, él no tenía por qué enfrascarse en aquella misión, que en algunos puntos podría llegar a ser suicida. Pero el sentimiento de protección y apego que se había instaurado en el inspector jefe hacía que la balanza se inclinara hacia el lado de estar junto a su compañero, su novato. 

Al acabar la jornada laboral, fueron directos a la casa de Jung Min para preparar el registro en el pub Joong's. Aquello tan sólo era el principio del plan elaborado para hacer que BonHwa acabara buscando a Jun. 

El novato se dirigió a la ducha y el inspector jefe se dispuso a hacer la cena. 

Empezó a preguntarse qué había ocurrido con él. Siempre había hecho las cosas al pie de la letra, siguiendo las reglas en su trabajo y en su estable y ordenada vida. 

Nunca obró de forma indecorosa o ilícita, y en apenas tres semanas, había conseguido una paja en unos servicios públicos, una mamada en un sofá, una follada en un coche, y casi descuartiza el somier de su cama por follar como un demonio poseído a su compañero. Eso sin contar con que estaba a punto de saltarse varias de las normas vigentes en la Constitución y en el Código Civil por ayudarlo en su cruzada. 

Escuchó el sonido del agua caer en la ducha y no entendió por qué, pero “la sensación” empezó a picarle. Varias imágenes de su compañero inundaron su mente: desnudo, resbaladizo por el agua, su firme piel brillante por el líquido cayendo, moldeando cada uno de sus fuertes y duros músculos; músculos que había tocado, que había besado, que había hecho temblar con cada choque de su cuerpo contra el suyo. 

Cuando se quiso dar cuenta, ya estaba parado frente a la puerta del baño, viendo como el vapor se filtraba a través de ella. La abrió con decisión y se adentró. El calor que inundaba su cuerpo se fundió con el que se desprendía de la habitación. 

Aquello ayudó a que su mente no analizara demasiado el movimiento que su mano hizo cuando corrió la cortina de la ducha. Un Jun desnudo, mojado, enjabonado y resbaladizo, lo miraba con las cejas levantadas. 

Jung Min se mordió su labio inferior perdiéndose en el brillo de las negras y largas pestañas que permanecían juntas y gruesas por el efecto del agua. El café de sus ojos era claro y lo miraba de forma mansa, tranquilizadora. Agarró su camisa y se despojó de ella por su cabeza. Sin dejar de mirar a su compañero, se desabrochó los pantalones dejándolos caer junto con sus calzoncillos sobre sus pies. Uno tras otro, los metió en la bañera mientras encaraba a Jun. Sus manos se movieron por sí solas posándose en la mojada y caliente cintura. Los únicos sonidos que lo rodeaban eran el caer del agua y sus profundas respiraciones. 

Llevó una de sus manos al empapado cabello del novato enredando sus dedos en ellos, acercándolo hasta sentir los húmedos labios contra los suyos. Con sólo el primer toque, sus bocas se abrieron y sus lenguas se encontraron. Los brazos de Jun envolvieron su cuello, haciendo que sus cuerpos desnudos y escurridizos se estrellaran. El hambre carnal habló por sí sola, y pronto estaban comiéndose, devorándose, consumiéndose el uno en el otro. 

Min agarró los muslos de su novato abriéndolos ligeramente y lo empotró en los azulejos del baño. Empezó a deslizarse por el cuello, dejando un rastro de saliva que era borrada por los pequeños chorros de agua que caían de la alcachofa situada a pocos centímetros sobre ellos. Las manos de Jun permanecían en los cabellos de su compañero, guiando el camino descendente que éste hacía sobre su cuerpo. Al llegar a los pezones, el novato dejó caer su cabeza hacia la pared y exhaló con placer. Ahora entendía la cara de satisfacción de las mujeres cuando eran tocadas o chupadas en aquellos puntos tan erógenos. 

Min siguió bajando, enredando la lengua en los vellos que circulaban su ombligo. 

Una vez que estuvo de rodillas, la barbilla de Min rozaba la punta de su dura polla con cada lamida a su vientre, desesperándolo hasta el punto de querer empuñar su eje y enterrarlo en la boca hasta que su capullo quedara encerrado entre las amígdalas de su compañero. Y eso fue exactamente lo que hizo. Agarró la mandíbula entre sus dedos pulgar e índice, sostuvo su polla en su otra mano y, mirando a Min a través de los ojos del animal que llevaba dentro, pasó la punta por los labios instándole a abrirlos. Jun intuyó perfectamente la intención de su superior. Curvó su boca con lujuria y lascivia, la abrió y sacó su lengua, dándole la bienvenida a la caliente y mojada carne.

Jung Min le sonrió de vuelta, mostrando en su cara el deseo que lo invadía, y deslizó la punta de su eje por la dispuesta lengua, sin dejar de agarrar el mentón del novato. Éste jugueteó con ella, bordeándola, acariciándola, ensalivándola, hasta que la atrapó con sus labios y la deslizó a través de su garganta. El inspector jefe no quitó el agarre de su mano en la barbilla, es más, lo afianzó, mientras que la otra volvía a sujetar los cabellos y guiaba los rítmicos movimientos. 

Las manos de Min calentaban sus muslos y, a pesar del exquisito placer que inundaba sus sentidos –que lo tenía vagando entre la realidad y el mejor sueño erótico de su vida–, sintió que los dedos mojados de su compañero subían hasta topar con la unión de sus nalgas. Llevado por aquella vorágine sexual, levantó una de sus piernas y colocó su pie en el filo de la bañera para darle mejor acceso. 

Primero entró uno, haciendo que un gemido cruzara su garganta, y cuando aún estaba digiriendo a aquel intruso, otro lo acompañó. Estaba tan ensimismado en el deslizamiento de aquellos dedos en su interior, que apenas se percató que Min había dejado su polla libre y ahora se encargaba de sus huevos. Relamió uno, chupó el otro, y volvió a succionar el primero al mismo tiempo que los dedos seguían su curso. 

Más pronto que tarde, sintió el vacío en su agujero, pero sus ojos se abrieron como platos al notar que los dedos eran reemplazados por la lengua de Min. Las manos de éste separaron sus nalgas, y la barba de pocos días raspaba sus mejillas con cada movimiento que la mandíbula hacía al chupar y lamer su ya estirada entrada. 

Su agujero pulsaba, latía, palpitaba, mientras que su boca gemía, jadea y respiraba sin control. Cuando estaba sintiendo que su cuerpo y su polla iban a explotar, su compañero se levantó, lo agarró de sus arañadas nalgas, y lo encajó en las caderas. 

—Voy a follarte, Junnie —dijo Jung Min juntando sus frentes—. Voy a meterme tan dentro de ti que vas a desear no haberme dejado probarte el otro día en tu cama. 

Obteniendo un suspiro ronco como respuesta, el novato alineó su polla con la entrada de su novato y la penetró sin miramientos. La cabeza de Jun chocó contra los azulejos y gritó dominado por el dolor y el placer, aunque en un primer momento fue sólo dolor, pues podía sentir la resistencia de su agujero ante el monstruo que lo perforaba. Se agarró como pudo de los hombros de su compañero para no resbalarse por la húmeda pared. Sin embargo, aquello parecía algo improbable, ya que las duras embestidas lo mantenían más que incrustando en ella. 

No pudo, no aguantó. Las mordidas que le propinaba Min en el cuello, el incesante martilleo en su culo –que como muy bien había dicho Min siempre tocaba su próstata en cada acometida–, y el roce del vientre musculoso en su llorosa polla, le hicieron chillar a todo pulmón su orgasmo. Jun regó su abdomen, el de su compañero, y ambos pechos con caños y caños de semen. Cuando aún estaba disfrutando de su nirvana, Jung Min se salió de su interior, lo desencajó de sus caderas y lo colocó de pie en la bañera. Agarrándolo del cuello, lo besó con furia mientras sentía que la mano de Min bombeaba su propio eje, haciendo que cada sacudida chocara contra su abdomen. El caliente esperma salió disparado de la polla de su compañero y bañó de nuevo su vientre. 

Se quedaron por varios segundos de pie sobre la bañera, Jung Min abrazado a la cintura de Jun, y éste con los brazos alrededor del cuello de su superior. 

—¡Joder! —El inspector jefe respiraba hondo mientras intentaba hablar—: ¡Joder! 

—Sí, eso es exactamente lo que hemos hecho. —La voz de Jun sonaba apagada por tener la boca oculta en el cuello de Min, pero la risa era bastante evidente. 

Jung Min se sentía como… como nunca se había sentido antes en sus treinta y tres años. Su cuerpo aún vibraba por lo acontecido hacía escasos minutos y “su querida amiga” brincaba, se acurrucaba y volvía a brincar. Dejándose llevar por el momento y el calor del cuerpo de su compañero, apretó un poco su abrazo sobre él y le acarició el rostro con su mejilla. La respuesta de Jun fue un suspiro de puro gusto. 

Tras algún que otro arrumaco más, terminaron de ducharse juntos, sonriendo como tontos cada vez que sus miradas se cruzaban. Se pusieron ropas cómodas y se prepararon algo de cena. Cuando llegó la hora de irse a dormir, Jun no volvió a preguntar dónde podía hacerlo, sencillamente siguió a su superior hasta su dormitorio, se desvistió y se metió en la cama junto a él. Ambos se quedaron dormidos al instante, mientras sus ojos se miraban y sus párpados se cerraban poco a poco, envueltos en el calor de ambos cuerpos. 

A mitad de la noche, un movimiento algo brusco en el colchón hizo abrir los ojos a Jung Min. Lo primero que vio fue la cara de su compañero tan cerca de la suya que tuvo que parpadear y retirarse un poco para poder enfocar incluso con la oscuridad de la noche cerniéndose sobre la habitación. El inspector jefe no veía con nitidez, pero sí escuchó claramente el siseo: 

—Shhh… Hay alguien en el salón —dijo Jun con apenas un hilo de voz. 

El cuerpo de Jung Min se tensó y todos sus instintos policiales se pusieron en alerta. A la misma vez, los dos hombres se deslizaron de la cama, se pusieron los pantalones que habían tirado al suelo hacía escasas horas y cogieron sus pistolas. 

Se colocaron uno a cada lado de la puerta del dormitorio, pero a pesar de la poca visibilidad, el brillo en los ojos de cada uno les decía que estaban preparados.

Jung Min puso la mano en el pomo y lo giró silenciosamente. Dejando abierto sólo un resquicio, divisó la sombra de un cuerpo alto y robusto que deambulaba por el salón. Hizo señas al novato para que se acercara, y ambos observaron a través de la puerta. Cuando el hombre se puso al alcance de la vista de los dos inspectores, Jun ahogó un respiro.

—Es El Calvo —dijo susurrando—, la mano derecha de BonHwa. Si está aquí es porque el cabrón me quiere muerto ya y no quiere fallos, si no mandaría a alguien menos importante. Salió de la cárcel junto con BonHwa. Nunca hubiera dejado que se pudriera allí. —Jung Min recorrió al hombre de arriba abajo. Vestía todo de negro y llevaba una pistola en su mano derecha—. Vendrá a nosotros. Entrará en la habitación. Ven. —El novato volvió a cerrar la puerta con cautela y cogió la mano de Jung Min para llevarlo devuelta a la cama—. Tú quédate aquí tumbado, disimula que duermes. Yo me quedaré detrás de la puerta. Te cubriré. 

El inspector jefe hizo lo que su compañero le ordenó y Jun tomó su posición. Al cabo de un minuto, en el cual Jung Min juraría que su corazón había estallado, se oyó un suave clic en la puerta. Ésta se abrió con sigilo y una oscura cabeza apareció, seguida de un pie y la mano que portaba la pistola. Jung Min observó con los ojos entrecerrados cómo el hombre terminó de traspasar la puerta y se adentró unos pasos en la habitación. De repente, la luz se encendió, y guiado por su instinto se levantó de la cama y apuntó su pistola al narcotraficante, a la misma vez que Jun empuñaba la suya contra la sien del hombre y éste hacía lo mismo hacia Jung Min. 

—Allanamiento de morada, Calvo, eso son unos seis meses. Tenencia ilícita de armas, con eso te puede caer un año. Y si añadimos también apuntar con un arma a un inspector de policía con la intención de matarlo, te puedo asegurar que no vas a salir en una temporada, y ni siquiera tus putos abogados de mierda van a conseguir sacarte esta vez. —El novato dijo todo aquello sin quitar sus ojos furiosos de la nuca del hombre. 

—Y qué más da lo que me pase a mí, Junnie. —El narcotraficante pronunció el diminutivo del nombre de Kim con algo de sorna—. De una manera u otra vas a acabar bajo tierra. 

La tensión era palpable en la habitación. A pesar de mirar de reojo al novato, El Calvo no dejaba de apuntar a Jung Min. Éste hacía lo mismo mientras Jun encañonaba la cabeza del hombre. 

—Entrégate, Calvo, o serás tú el que sea comida para gusanos —gruñó el novato.

—¡Y una mierda!

El corazón de Jung Min dejó de latir cuando vio cómo la mano que apuntaba hacia él se dirigió con rapidez al estómago de Jun. Sin pensarlo dos veces, detonó su arma y la bala dio de lleno en el hombro del narcotraficante. A la misma vez que la sangre del hombre manchaba su mano, sintió otro líquido salpicar su camisa. En un primer momento, creyó que El Calvo había cambiado de opinión y decidió borrarlo a él de la faz de la tierra en vez de a su compañero. Pero cuando un gruñido áspero salió de la garganta del novato y se agarró el vientre en agonía, supo quién fue el destinatario del disparo. La mente del inspector jefe hizo clic y se puso en modo policía. Prioridades, debía actuar según ellas. 

La primera: desarmar al sospechoso. Estando éste aún convaleciente por el dolor en su brazo, Jung Min aprovechó el momento y, con un estudiado juego de piernas, hizo que resbalara y cayera al suelo. Le dio una patada a la mano que sostenía la pistola y ésta voló por la habitación hasta caer rodando por el suelo. Lo obligó a girar sobre sí mismo, se sentó a horcajadas sobre su trasero, y aprisionó los brazos en la espalda. Estirando una mano hacia la mesita de noche, alcanzó las esposas que estaban sobre ella y las cerró alrededor de las muñecas del hombre. 

La segunda: cerciorarse del estado de su compañero. Dejó a El Calvo esposado de cara al suelo y voló hacia el novato. Éste se revolvía con el antebrazo sujetando su estómago. En su rostro sólo había dolor, y cuando Jung Min llegó a él, se derrumbó sobre la cama. El inspector jefe se sentó a su lado. Con la mayor suavidad posible, retiró la mano de la herida e hizo un rápido chequeo. La sangre no era demasiado oscura, con lo cual sabía que la bala no había afectado a ningún órgano vital, pero aquello tampoco era un alivio, ya que una hemorragia interna mataría a su compañero de igual manera que un páncreas reventado. 

La tercera: llamar a la ambulancia. Volvió a acercarse a la mesita de noche y cogió su móvil. En menos de dos minutos marcó el número de emergencias, le contó a la mujer que asistió el teléfono toda la perorata que necesitaba, y llamó a su comisario explicándole lo ocurrido. 

En cuanto terminó, volvió su atención a Jun, que mantenía sus ojos brillosos y entrecerrados, mientras su respiración salía a duras penas. “La sensación” lo mató. Sintió su corazón empequeñecerse, estrujarse. «¡No puedes morir! ¡No puedes morir!». La desesperación de sus pensamientos se filtró a su boca, y su mente llevó cada palabra a sus labios: 

—¡No puedes morir, Jun! ¡No puedes morir! —Su voz sonaba quebrada, casi al borde del llanto—: ¡No me dejes, Junnie! ¡No me dejes! —Agarró con ambas manos la cabeza de Kim—. No ahora que te he encontrado. No ahora que sé lo que quiero. 

—Los ojos del novato se iban cerrando poco a poco, pero parecía que captaba algunas de las palabras de su superior—. Te quiero en mi vida, Jun. Te quiero en el trabajo, como mi compañero. Y te quiero aquí, en mi casa, viviendo conmigo. —Juntó sus frentes y medio sollozando dijo—: Persevera… persevera por mí, Junnie… 

Un pequeño quejido hizo que volviera a mirar a su novato. El café de los ojos apenas se veía tras las dos finas líneas que eran sus ojos. Antes de cerrarlos completamente, una de sus tantas sonrisas se delineó en sus labios. 

...................................Fin....................................

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