lunes, 22 de diciembre de 2014

El maullido del gato Capitulo 4



Min, puso los ojos en blanco cuando Jun volvió tropezar nuevamente. El chico era un completo desastre a pie. No habían caminado más que unos pocos metros, cuando éste se había estrellado contra un cubo de basura, dejando un rastro de la misma a su paso.

Dos cubos de basura, un árbol y una anciana paseando a su perro, y Min, se preguntaba por qué había traído al joven con él, en lugar de dejarlo en el apartamento para el equipo de limpieza. Ni siquiera habían llegado a la siguiente calle.


El asesino estaba acostumbrado a moverse rápida y silenciosamente. Utilizaba el sigilo, la astucia y las habilidades de su profesión para desempeñar sus funciones. No se iba escondiendo detrás de los árboles. Infiernos, no lo hacía a menos que quisiera que alguien pensara que era tonto. Min, estaba empezando a preguntarse eso mismo del chico.

—Jun—le espetó en voz baja mientras se daba la vuelta para mirarlo—. Levanta los pies y mira por donde vas.

—Estoy intentándolo. —Jun buscó en su bolsillo y sacó sus llaves, volviéndose hacia ellos y apuntando hacia la calle de abajo—. No entiendo por qué estamos caminando. ¿No sería más fácil coger mi coche?

—Tomaremos el metro.

La cara del joven hombre era de un blanco pálido cuando se giró de nuevo para mirar a Min. Comenzó a negar poco a poco, sosteniendo su bolsa. —No, no, no puedo coger el metro. Hay tantas… muchas personas y…

—Jun, tomaremos el metro. —El asesino extendió su brazo y trató de tomarlo de la mano, pero el chico dio un paso atrás con más rapidez de la que Min habría creído posible si no lo hubiera visto con sus propios ojos—. ¡Jun!

—Realmente deberíamos coger mi coche. Incluso tiene el deposito lleno de gasolina. Siempre me aseguro de tenerlo lleno.

Jun se dio la vuelta y echó a andar hacia su coche. — Realmente nunca debes dejar que el deposito de gasolina baje de un cuarto, ya sabes. Es malo para el motor.

Min inclinó la cabeza hacia un lado mientras trataba de entender de qué planeta era el pequeño joven. Desde luego, no había nacido en la tierra. Bueno, incluso si lo hubiera hecho, Min, puso en duda que los pies del tipo jamás tocaran el suelo. Su cabeza estaba demasiado alta en las nubes.

¿Tal vez su comportamiento se debía a la falta de oxígeno en su cerebro?

La peligrosa realidad de los movimientos de Jun, pronto se filtraron a través del confundido cerebro de Min. Vio con horror como éste extendía su brazo y apuntaba con un pequeño dispositivo negro al coche a unos seis metros.

Min dejó caer el trasportín con la gata y corrió tras el chico, sabiendo de alguna manera que nunca alcanzaría al hombre con el tiempo suficiente, cuando oyó el clic distintivo del botón y a continuación, a Jun, murmurar algo acerca de que la electrónica no funcionaba cuando debía hacerlo.

La ráfaga de llamas de la explosión del coche alcanzó al joven al mismo tiempo que lo hacía Min. Éste agarró a Jun por la cintura y lo tiró al duro asfalto. Oyó el gruñido del chico cuando todo su peso se desparramaba encima de él.

Las llamaradas fueron intensas y lamieron la piel de Min. La explosión había sido tan fuerte que el ruido hizo que los tímpanos del asesino palpitaran. Se dio cuenta del dolor en su espalda, que estaba cubierta de los cristales del parabrisas. No lo sorprendería descubrir que había sufrido algunas quemaduras.

Miró al pequeño hombre atrapado bajo él. Además del susto en la cara de Jun, parecía ileso. Min pasó la mano por un lado del pálido rostro.

—¿Estás bien? ¿Te duele alguna parte?

—Mi coche explotó —susurró Jun. Levantó el mando a distancia de su coche y se lo mostró a Min—. Sólo trataba de abrir la puerta. No tenía la intención de hacerlo estallar.

Las suaves palabras del joven alertaron a Min del peligro en el que se encontraban. Además del hecho de que el equipo de limpieza estaría allí en cualquier momento para hacerse cargo de los dos muertos de arriba, alguien había puesto una bomba en el coche de Jun.

El asesino no sabía si la bomba había sido puesta en el vehículo para matarlo a él, o para eliminar a Jun. Sabía que tenían que salir de allí rápidamente. Al descubierto eran como unos patitos de feria. Cualquiera podría dispararles.

Hizo una mueca cuando se puso en pie y le dio una mano a Jun. —Vamos, bebé, tenemos que recoger a Precious y encontrar un lugar seguro para ocultarnos.

—¿Ocultarnos? —murmuró Jun al tiempo que cogía la mano de Min y se levantaba—. ¿Por qué necesitamos… ¡Oh Precious!

Min parpadeó cuando Jun se separó de él y corrió de vuelta a donde estaba la gata maullando. No había sabía que realmente fuera posible que un hombre completamente adulto le canturreara y murmurara a un gato durante todo el camino. Jun lo hizo.

El chico actuaba como si acabara de descubrir las joyas de la corona, cuando abrió el trasportín y sacó al felino. En cierto modo, era entrañable. Jun realmente parecía cuidar a su gata.

En otras palabras, eso desconcertaba a Min. Era sólo una maldita gata gorda. Tal vez era porque el asesino nunca había tenido una mascota antes, ya que no veía realmente para qué servían. Comían, dormían, y hacían caca. De acuerdo con Jun, además destrozaban las almohadas. ¿Para qué una?

Pero por alguna razón que Min no entendía, sostener a la gata y apretarlo contra su pecho hacía que el joven se sintiera mejor. Sin duda, lo calmaba. Podía ver como un poco de color volvía a la cara de Jun.

El asesino sacudió la cabeza cuando se agachó para recoger la mochila y llevarla hacia el hombre. La situó al lado del trasportín de la gata y se puso en cuclillas a su lado.

—Jun, tenemos que irnos.

—¿Irnos?

—El equipo de limpieza está llegando, ¿recuerdas?

La frente de Jun se arrugó cuando miró más allá del hombre al coche en llamas. —¿Serán capaces de limpiar eso?

Min miró por encima del hombro y vio la destrucción detrás de él. Meneó lentamente la cabeza. —No, no creo que ni siquiera el equipo de limpieza pueda limpiarlo.

—¿Estarán enojados conmigo?

Volvió a mirar a Jun. Podía ver los surcos en la preocupada frente y la forma en la que el chico se mordía el labio inferior. Min no pudo evitar sonreír. Era adorable incluso cuando estaba nervioso. Tal vez eso era lo que lo hacía tan atractivo para él.

Eso, y la forma descarada en la que follaron.

—No vamos a estar aquí, por lo que los limpiadores nunca sabrán que estás involucrado —Min se impulsó y se puso de pie tendiéndole la mano una vez más—. Vamos, Jun, pon de nuevo a Precious en su trasportín para que podamos irnos.

Sorprendentemente, Jun hizo exactamente lo que le ordenó. Le dio a Precious un rápido beso y un abrazo, la gata maulló en protesta, cuando la metió en el trasportín. Una vez que la puerta estuvo cerrada, se puso en pie.

—Está bien, estoy listo.

Min decidió no decir una palabra más, hasta que pudiera sacar a Jun de allí. Agarró el trasportín y le entregó a Jun su mochila. Una vez la tuvo colgada de su hombro, el asesino lo tomó del brazo y comenzó a tirar de él por la acera y lejos de la destrucción.

Todavía no tenía idea de hacia dónde se dirigirían, siempre y cuando estuvieran lejos del apartamento de Jun. Necesitaba averiguar quién estaba tratando de matar a uno de ellos o a los dos y por qué.

La asignación a la que Min había sido enviado se había echado a perder desde el principio. El objetivo que había ido a eliminar no estaba en el sitio donde inteligencia dijo que estaría. En su lugar, el asesino se había encontrado con varios hombres armados que claramente lo esperaban.

Había habido algunos disparos, eliminando a algunos de ellos antes de escapar por una pequeña ventana que lo llevó al aparcamiento donde Jun tenía su coche. Saltando al vehículo del joven que le pareció era la única vía de escape en ese momento.

Min le había dado un vistazo a la cartera de Jun antes de dejarlo, memorizando su nombre y dirección. Que estuviera justo ahí cuando necesitaba escapar parecía demasiada coincidencia. Quería saber donde estaría el hombre para poder encontrarlo más tarde.

Esperó un rato, haciéndole un seguimiento a Jun. Después de observar su apartamento durante una hora, había subido al piso con la intención de averiguar si éste estaba implicado. Min, no sabía si tendría que matarlo o no cuando llamó a la puerta.

Todavía no estaba seguro, aunque, si iba a matarlo, Min no podía entender por qué estaba arrastrándolo consigo por la calle, como si los perros del infierno fueran tras ellos. Lo lógico sería dejar a Jun para quien estuviera detrás o para el equipo de limpieza.

Pero no podía hacerlo. Min mentalmente se golpeó a sí mismo en la parte posterior de la cabeza. Debería estar usando su cerebro correctamente en estos momentos. Jun era una responsabilidad enorme. El hombre apenas podía funcionar en el mundo normal. Probablemente haría que terminaran siendo asesinados.

Y, sin embargo la idea de que alguien tocara un solo pelo  de la cabeza de Jun era suficiente para que Min viera rojo. Simplemente no lo entendía. Era verdad que Jun era un pequeño pedazo caliente. El hombre había sido hecho para el sexo. ¿Pero aun así, era lo suficientemente bueno como para que lo arrastrara con él?

El férreo control de Min en el brazo del hombre decía que sí.




Min cerró la puerta detrás de él en el motel y se giró para inclinarse contra la misma, dejando salir su primer suspiro de alivio desde hacia un par de horas. Estaban finalmente fuera de las calles y a cubierto, incluso si era en un motel de los que alquilaban habitaciones por horas.

Oyó un gruñido y por primera vez se echó a reír al ver caer a Jun de cara en la única cama que había en la habitación. Habría apostado cualquier cosa a que si el chico supiera el tiempo que llevaban puestas la colcha y las sábanas de la cama, no se acercaría ni a un kilómetro de ellas.

—¿Cansado, bebé?

Jun se quejó y asintió, sin siquiera levantar la cabeza de la cama. el asesino se rio entre dientes mientras se acercaba para sentarse en la cama junto a él. Frunció el ceño durante un instante mientras se veía a sí mismo darle palmaditas a la espalda del hombre, como si quisiera calmarlo.

Min no había consolado a nadie en su vida.

Realmente estaba empezando a perderse. Se levantó y se dirigió hacia el cuarto de baño. Tal vez una ducha fría lo haría sentirse mejor. Tenía que tener la cabeza clara y decidir qué iba a hacer a continuación, ya que, en este momento, todo en lo que podía pensar era en el maldito Jun de nuevo.

—Voy a tomar una ducha —dijo cuando se detuvo en la puerta del baño—. Mantente alejado de las ventanas y no le abras la puerta a nadie.

Jun simplemente gruñó. Min miró al hombre estando de acuerdo y entró al baño. Por mucho que quería cerrar la puerta y esconderse del mundo durante unos pocos minutos, no podía soportar la idea de no poder escuchar si alguien intentara entrar y dañar al pequeño editor.

Puso su arma en la encimera del lavabo y poco a poco se quitó la ropa. Se metió en la ducha y abrió la llave del agua, Min trató de averiguar cómo su vida había ido tan mal en tan solo unas pocas horas.

Había perdido a su objetivo, y nunca perdía a uno. Y el único testigo de su actividad se encontraba actualmente con su cara en la cama en la habitación de al lado. Para colmo de males, en lugar de eliminarlo como debería haber hecho, lo protegía, a él.

Y a su gorda gata.

Se encontró a sí mismo haciendo cosas que nunca había hecho, como dejar un testigo vivo. Follarlo y consolarlo. Esas habían sido sus acciones. Y no estaba dispuesto a seguir en esa dirección. Ya estaba empezando a haber agujeros en la fuerte armadura que había erigido en torno a él años atrás.

A pesar de lo que era, el caos parecía seguirlo, a él y a su gorda gata dondequiera que fuera, a Min en realidad le gustaba el chico. Jun era peculiar. Bueno, la verdad, era más extraño que un perro verde. Pero, curiosamente, eso era lo que le gustaba de él.

Jun estaba lejos de los hombres comunes que Min solía tener a su alrededor, además de su mirada. No tenía ni un solo hueso egoísta en su cuerpo. Min dudaba que el joven siquiera imaginara lo hermoso que era.

El asesino sacudió la cabeza y se acercó para cerrar el agua. Le hubiera gustado lavarse el pelo con un champú y quitarse la suciedad, pero en las habitaciones de un motel por horas no proporcionaban este tipo de servicios. Al menos había conseguido quitarse la mayor parte de la mugre de su cuerpo.

Agarró la toalla limpia que encontró y comenzó a secarse. Sabía que necesitaba quitarse los pequeños trozos de vidrio de su espalda antes de vestirse. Dándole la espalda al espejo, Min pudo ver varios cortes pequeños en su espalda, algunos pedazos podría sacárselos él mismo, pero con otros iba a necesitar ayuda.

Hizo lo que pudo, haciendo una mueca cada vez que sacaba un pequeño trozo de su espalda. Cuando no pudo llegar a más, supo que tendría que pedirle a Jun que viniera al cuarto de baño. Min odiaba pedir ayuda. Eso lo hacía dependiente de otra persona, y no le gustaba tener que depender de nadie, ni siquiera del joven.

—Jun, ¿puedes venir aquí?

Un momento después, un rostro de ojos soñolientos apareció junto al marco de la puerta del baño. —¿Sí?

—Tengo algunos trozos de cristales en la espalda debido a la explosión —le dijo Min, dándole la espalda a Jun—. ¿Puedes quitármelos?

—Ah, te has hecho daño —susurró Jun.

Min miró por encima de su hombro cuando oyó la preocupación en la voz del pequeño hombre. Frunció el ceño. No podía recordar la última vez que había oído a alguien preocuparse por él. ¿Alguna vez alguien lo había hecho?

Creció en una serie de casas de acogida por lo que no había tenido muchas ocasiones de relacionarse con nadie. Lo mejor es que nunca esperó más que un par de noches de mutuo placer y un apretón de manos cuando seguía su camino.

Nunca había tenido a alguien que se preocupara de lo que le pasaba. Min, no sabía exactamente cómo reaccionar ante el suave toque de las manos de Jun sobre su espalda, mientras éste sacaba cuidadosamente cada trozo de cristal.

No estaba acostumbrado a los gentiles toques, ni siquiera durante el sexo. Siempre era caliente y animal, como cuando se folló al chico en la ducha. No fue gentil.

¿Quién lo hacía gentilmente?

—Creo que ya están todos —dijo Jun, finalmente—. ¿Tienes algo con lo que pueda limpiarte los cortes? No quiero que se te infecten, y si bien no son muy profundos, no sabes lo que puede haber en ellos desde que hice explotar mi coche. Y las infecciones puede ser muy malas.

Min se volvió para mirarlo, señalando su cara seria. —Jun, no hiciste explotar tu coche.

—Oh, es dulce de tu parte decir eso, pero yo…

¿Dulce? ¡Caray!

—Jun. —El asesino agarró los brazos de Jun y le dio una pequeña sacudida—. No hiciste estallar tu coche. Te lo juro.

—Pero... —Jun arrugó su frente, mientras sus ojos se movían a izquierda y derecha antes de volver a centrarse en la cara de Min—. Hice clic en el mando a distancia, y el coche explotó. Sé que lo hice. No fue mi intención hacerlo, claro está. Me gustaba ese coche, y desde luego, no habría hecho ninguna cosa para hacerte daño, pero…

—Jun, alguien puso una bomba en tu coche. Explotó al desbloquear el cierre centralizado.

—¿Pero por qué?

—Eso es algo que me gustaría saber también. —Min dejó caer las manos de los brazos del joven y las cruzó sobre su pecho. Arqueó una ceja y le dio su mirada más severa—. ¿Hay algo que quieras decirme, Jun?

El asesino no podía entender lo que éste podía haberle hecho a alguien para que hicieran estallar su coche.

hombre era editor de textos, no un diseñador de misiles. No tenía ni un hueso de maldad en su cuerpo, y el espionaje no era algo que cualquier pudiera hacer si no tenían algún tipo de naturaleza agresiva.

Min era la prueba viviente de eso.

—¿Y bien?

Jun sacudió la cabeza. —No, no, no creo que haya nada que quiera decirte.

—Inténtalo de nuevo.

Tenía sentido para Min. No se había puesto del todo a encajar las piezas todavía, pero sabía muy en el fondo que Jun estaba involucrado de alguna manera. Estaba empezando a pensar que los hombres del apartamento y la bomba no eran por él después de todo.

Alguien iba tras Jun.


Continuara.....................

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