martes, 26 de agosto de 2014

Arcoiris Sensitivo Epilogo



Jung Min volvió a tener un déjà-vu. Parecía mentira que treinta horas atrás había estado casi en la misma situación, sólo que esta vez su compañero se debatía entre la vida y la muerte. 

La ambulancia llegó justo cuando Jun cerró los ojos. Los sanitarios lo metieron en ella en menos de un minuto y se lo llevaron hacia el hospital. 
Él tuvo que quedarse con Jae para la detención oficial de El Calvo. Se dirigió a la Comisaría y rellenó el correspondiente informe de los hechos junto con el registro del narcotraficante, algo bastante difícil de llevar a cabo, ya que en su mente sólo había una cosa: su novato. 

Cuando acabó con todo, se dirigió al hospital. El médico le informó que el estado de Jun era grave aunque estable. Como muy bien había supuesto, la bala no llegó a dañar ningún órgano importante, pero tuvieron que intervenirle porque el proyectil se había alojado cerca de los intestinos y había riesgo de hemorragia interna. 
Cuando pudo entrar a la Unidad de Cuidados Intensivos, todos los pelos de su piel se erizaron y un sudor frío caló sus huesos. 


Jun era un completo lío de cables y tubos. Sus ojos permanecían cerrados mientras un aparato pegado a su nariz lo ayudaba a respirar. Un súbito deseo de perderse en el café de los ojos de su compañero lo recorrió. Quería sus ojos, anhelaba su boca, ansiaba su polla, necesitaba sus desesperantes sonrisas, deseaba sus locuaces comentarios, y era muy probable que no tuviera nada de aquello.
Todo lo que habían planeado había quedado en papel mojado. ¡Oh, sí! La intención era atraer a BonHwa hacia el novato, pero ni mucho menos esperaba llegar a este final. Había posibilidades de ello, por supuesto, aunque Jung Min nunca imaginó que dolería tanto. ¡Dolía! ¡Joder! ¡Dolía! 

“La sensación” emergió con furia. Sus ojos empezaron a cargarse de rabia e ira mientras recorría el cuerpo cableado de Jun, y tomó una decisión: BonHwa debía dejar de existir. De nada serviría encarcelarlo, pues ya había comprobado que, incluso desde la cárcel, seguía adelante con su negocio ilegal de droga sin tener reparos a la hora de mandar gente para eliminar “baches” en el camino. Además, mientras el jefe de “Los Viejos” siguiera vivo, su novato estaría en peligro, contando con que saliera de ésta. Aunque siendo egoísta, él mismo también acabaría con el cuerpo agujereado sólo por el hecho de permanecer junto a su compañero.
Después de todo, las ocho horas que estuvieron estudiando las distintas posibilidades de atraer a BonHwa no caerían en el olvido. Jung Min sabía dónde se encontraba en aquellos momentos y los instantes del día en los que solía quedarse solo, todo gracias al extenso conocimiento que Jun tenía acerca de la forma de actuar del narcotraficante. 

Pero debía cambiar algunos de los pasos que habían acordado seguir, pues su intención no era apresar a BonWha… sino matarlo. 

¿Y qué suponía esto para él? Él, que siempre había seguido las reglas. Él, que siempre detuvo las peleas de sus compañeros de colegio para que no llegasen a hacerse daño, ya que no era muy amigo de la violencia. Él, que siempre había tenido un férreo sentido del deber y la legalidad durante sus diez años de carrera profesional como policía. Y ahora llegaba a su vida un niñato mocoso engreído de mierda, haciendo que incluso sus más firmes principios cayeran despeñados por un precipicio sólo por mantenerlo a salvo, vivo, seguro… junto a él. 

Echándole una última mirada al cuerpo inerte de su compañero, y armándose de valor para lo que estaba a punto de hacer, salió del hospital camino de su casa. Una vez en ella, cogió unos pantalones, una camisa, y un pasamontañas negro, y puso rumbo a uno de los barrios más bajos de la ciudad. Sabía que no tendría problemas en encontrar a Cho, un antiguo traficante de armas al que hizo un favor rebajándole la condena cuando le sugirió que testificara contra una banda organizada de los países del este, además de que fue él quien se encargó de protegerlo hasta que el juicio se celebró. Imaginaba que ya no participaba en el negocio de las armas a gran escala, pero estaba bastante seguro que sabría cómo conseguirle una que tuviese borrado el número de serie.

En cuanto llegó al barrio, se dirigió al bar dónde sabía que lo encontraría y no tardó en divisarlo. Tras los escuetos saludos y los políticamente correctos “¿Cómo estás?” y “¿Qué es de tu vida?”, Jung Min fue al grano, pues no podía permitirse perder mucho tiempo. Sabía que BonHwa se haría cargo del “cabo suelto” incluso estando aún postrado en una cama de hospital rodeado de policías. 

—Necesito una pistola con silenciador. Me da igual el calibre, sólo quiero que no tenga el número de serie para que no pueda ser rastreada. 

La cara de Cho era un auténtico poema. —¿Qué se trae entre manos el impoluto inspector de policía? —preguntó sonriendo irónicamente. 

—Kyuhyun —dijo Jung Min con voz ronca y dominante—, sé que puedes conseguírmela y por ello también sé que podrías estar entre rejas con sólo una palabra mía. Así que hagamos un trato: yo no hablo, y tú no hablas.

Kyuhyun lo miró pensativo durante unos segundos. —La tendré lista en una hora. Nos reuniremos en mi casa. 

Jung Min permaneció en el bar, bebiendo una Coca-Cola tras otra, repasando sin descanso todos los pasos que llevaría a cabo. Después de sesenta minutos exactos, se dirigió a la calle dónde sabía que vivía Kyuhyun. Éste le dio la pistola tal y como si la había pedido: con silenciador y con el número de serie borrado. Se despidió de él con un áspero “gracias”. Respiró profundamente, cogió su coche y condujo durante una hora y media hasta la casa de la playa donde Jun le había dicho que le gustaba pasar el tiempo libre a BonHwa. 

Según su compañero, el jefe de “Los Viejos” solía disfrutar completamente solo de un baño en el jacuzzi antes de la hora de cenar, más o menos sobre las ocho de la noche. En el momento que Jung Min aparcó su coche unas manzanas más abajo de la casa eran las siete y media, y la oscuridad ya se cernía sobre la calle. Se quitó sus ropas y se puso las que había traído de su casa. Jun le había señalado dónde estaban colocadas cada una de las cámaras que vigilaban el lugar, con lo que, haciendo de tripas corazón –y echando a un lado todos los pensamientos de honestidad, legalidad y justicia–, cubrió su cabeza con el pasamontañas antes de adentrarse en la propiedad por uno de los puntos muertos que no alcanzaban a grabar las cámaras. 

Por suerte, el jacuzzi estaba situado en un aledaño construido en la parte trasera de la casa, con lo que no tendría que entrar estrictamente en ella. Además, el novato le aseguró que sólo dos hombres vigilaban el lugar y que ambos siempre solían estar en la puerta de entrada. Esquivando las cámaras, se acercó a una de las ventanas del anexo donde esperaba encontrar a BonHwa tomando su baño, observándolo por primera vez. 

Ya lo había visto en las fotos que su compañero le mostró en el despacho, pero al verlo en persona “la sensación” lo martirizó. Sólo pensar que aquellas regordetas manos habían tocado la firme piel de su novato, casi hizo que olvidara el plan a seguir y quisiera irrumpir como un loco esquizofrénico en la habitación. Se controló lo mejor que pudo y estudió al sujeto. Era un hombre más bien bajo, de pelo castaño y ojos oscuros. Los pocos músculos que poseía eran tapados por varias capas de grasa, aunque no llegaban a darle un aspecto grueso. En ese mismo momento, BonHwa se dio la vuelta y comenzó enjabonar su cuerpo medio sumergido en el agua del jacuzzi. 

Jung Min vio su oportunidad sin necesidad de esperar más. La puerta de entrada al aledaño estaba situada justo enfrente del jacuzzi, pero en ese momento el narcotraficante le daba la espalda. La abrió sin emitir sonido alguno. En tres pasos, estaba viendo la cabellera castaña y unos cuantos pelos mojados que cubrían los hombros de BonHwa. 

Su corazón bombeó con fuerza, sintiendo la rápida circulación de su sangre navegando por sus venas. No era la primera vez que dispararía a un hombre, pero siempre había sido en defensa propia o cuando las cosas se salían de lo estipulado en una operación. Aquello era asesinato a sangre fría. El sujeto al que apuntaba no estaba armado y, por ello, en clara desventaja de poder defenderse. Aunque aquello no tenía nada que ver con lo que era justo o no, si se miraba desde un punto de vista ético. Oficialmente, sería asesinato en toda regla. Extraoficialmente, era justicia moral. Debía morir por todos aquellos chicos intoxicados, debía morir por el joven fallecido, debía morir por Bum, debía morir por el estado de vida o muerte en el que había dejado a su compañero, y debía morir porque él no viviría tranquilo hasta ver sus huesos bajo tierra.

Levantó el brazo empuñando la pistola que Kyuhyun le había proporcionado y retiró el seguro. En cuanto el clic hizo eco en la habitación, BonHwa se volvió, haciendo que ondas de agua rebosaran por los filos del jacuzzi y cayeran al suelo del baño. 

Los ojos oscuros se clavaron en él, taladrándolo, mientras un rostro frío carente de asombro o sorpresa lo estudiaba. Quería levantarse el pasamontañas y que el hijo de puta viera la cara de la persona que iba a mandarlo a la otra vida. Quería decirle que jamás volvería a hacerle daño ni a Jun ni a ningún otro joven. Quería escuchar su voz suplicando, implorando por su vida, dándole aunque fuese una mínima explicación de su proceder para que él mismo sintiera que lo que estaba a punto de hacer tenía un sentido legal. Pero no lo hizo. No se descubrió ni intentó obligarlo a hablar. Apuntó a la cabeza, y a la misma vez que apretó el gatillo, cerró los ojos. 

Cuando sus pulmones decidieron mandarle aire de nuevo, levantó los párpados. El cuerpo de BonHwa yacía sumergido bajo el agua, con su cara oculta tras una mancha oscura de sangre que flotaba en el jacuzzi. Líquido rojo se esparcía por los azulejos de la pared, junto con algunos restos de cerebro. 

Jung Min parpadeó un par de veces y, en menos de dos minutos, recogió el casquillo de la bala, salió de la habitación, cruzó el patio trasero evitando la trayectoria de las cámaras, volvió a salir por el mismo lugar que entró y se dirigió a su coche. 

Durante la hora y media de regreso a su casa fue un completo zombi. No apartaba los ojos de la carretera, pero su mente divagaba entre imágenes de sangre flotando, trozos de cerebro y el cuerpo de Jun cubierto de cables. 

Una vez en su hogar, encendió la chimenea, se desvistió y arrojó las ropas a las llamas. Conocía un lugar de fragua donde no tendría problemas para desintegrar la pistola. Se duchó, volvió a vestirse con su habitual traje de chaqueta y condujo de nuevo hacia el hospital. Jun seguía entubado y sedado. Los médicos le dijeron que pasaría por lo menos otros tres días en la Unidad de Cuidados Intensivos, todo dependiendo de su evolución. 

Las siguientes setenta y dos horas fueron un completo infierno. Al día siguiente de que “ajusticiara” a BonHwa, como él había preferido llamarlo, unos informantes de la policía avisaron a su comisario de que el jefe de “Los Viejos” había sido asesinado. 

Todo apuntaba a un ajuste de cuentas entre bandas rivales, y Jung Min no podía estar más aliviado porque las investigaciones fueran en ese sentido. 

En cuanto El Calvo supo del asesinato de su jefe, empezó a despotricar contra unos y otros, con la clara intención de rebajar la condena que ya recaía sobre él. Sabía que con su jefe muerto, la parte de la banda que no había sido apresada anteriormente, iría cayendo en picado junto con los abogados. Inculpó a Hyun Joong de vender él mismo Arcoíris en Joong's, incluso metió en el ajo al Leprechaun. Ambos fueron arrestados en el registro que se hizo en el pub al día siguiente de la confesión de El Calvo. 

Entre todo aquel circo, Jung Min quedó con Laura para decirle que había conocido a otra persona. Ella no se lo tomó demasiado bien, pero le aseguró que algo así se temía, ya que en las últimas semanas no parecía él mismo. El inspector jefe pensó que no podía estar más en lo cierto. 

La evolución de Jun era constante pero lenta. Al cuarto día, lo trasladaron a una habitación fuera de la Unidad de Cuidados Intensivos. Jung Min estaba nervioso. 

Aún no había visto ni hablado con él desde aquella fatídica tarde en su casa que casi lo pierde, y no sabía muy bien cómo actuar. Le había confesado algunas cosas en su lecho de muerte que ni él mismo se había detenido a analizar, pero sabía muy bien que estaban ahí, ya que “la sensación” se encargaba de recordárselo cada vez que su mente se dejaba arrastrar por las palabras, gestos y deseos que habían compartido durante aquellas semanas. 

Al entrar en la habitación, se encontró con que Jun no estaba sólo. Jae lo acompañaba sentado en una silla justo al lado de la cama donde permanecía postrado, ya sin cables ni tubos, pero con una vía en su mano derecha. Su pelo estaba algo revuelto, dándole un aspecto más juvenil y más pícaro del que ya de por sí tenía. Pero al mirarlo a los ojos, su corazón se ablandó y no pudo evitar sonreír abiertamente. 

—¡Park! ¡Llegas en el momento justo! —exclamó Jae bastante más contento de lo que era habitual—. Estaba a punto de contarle a nuestro pequeño héroe que la operación Terminator ha sido un completo éxito gracias a los dos.

El inspector jefe cogió una silla y la colocó justo al lado de su comisario, quedando a la altura de los pies de la cama donde el novato observaba cada uno de sus movimientos. Se miraron por varios segundos, con ojos anhelantes, hasta que Jae comenzó a hablar de nuevo:

»—Como te iba diciendo, Kim, cuando aquel tipo te disparó, Park llamó a la ambulancia y enseguida te trajeron aquí. Nosotros dos nos quedamos para la detención y el registro del tipo. Pensábamos que, aunque tuviéramos al segundo al mando de BonHwa, no diría ni una palabra, y nos sería imposible inculparlo de algo. ¡Pero cuál es nuestra sorpresa, que cuando ya nos veíamos como al principio, uno de nuestros informantes nos cuenta que BonHwa ha sido asesinado en el jacuzzi de su casa! 

Si las miradas quemasen, Jung Min ya estaría más que carbonizado. En cuanto el novato escuchó “BonHwa”, “asesinado” y “jacuzzi”, giró su cabeza desde su comisario hacia su inmediato superior. El café de los ojos, que tanto había echado de menos el inspector jefe, lo fulminaba, y parecía que iba a echar humo como lo haría una taza de café bien caliente. En ese mismo instante, Jung Min supo que su pequeño secreto había sido descubierto por su audaz novato. 

»—Parece ser que ha sido un ajuste de cuentas entre bandas que intentaban hacerse con el mercado de la cocaína. En fin, que tras la muerte de su jefe, hemos ido apresando a casi todos los que quedaban de la banda, incluso a Hyun Joong. 

Bueno —dijo Jae mientras se levantaba—, voy a volver a la Comisaria para terminar con el papeleo. Los dejo solos, que seguro tendréis que hablar de muchas cosas. 

—Y sonriendo hacia Kim, terminó diciendo—: Vas a tener que lamerle mucho el culo a tu jefe, chico, te ha salvado el pellejo. 

Jung Min rodó los ojos riendo para sí mismo. Algún día tendría que proponerle a su comisario que se convirtiera en telépata profesional. Cuando se quedaron solos, el novato seguía quemándolo con la mirada. Como un niño de cinco años, el inspector jefe apretó sus labios y miró hacia la pared. 

—Podrías haber muerto —dijo Jun con voz cortante y enfadada.

—Y tú lo harías tarde o temprano si él siguiera vivo —le contrarrestó Jung Min volviendo a mirarlo. 

Silencio.....

—Has arriesgado mucho sólo por una polla andante cargada de hormonas post-adolescentes casi recién salida de la academia. —La voz de Jun sonó bribona, pero sin dejar el enfado en ella. 

Jung Min no pudo hacer nada más que reír ante el comentario. Parecía increíble que tantas cosas hubieran pasado desde que esa misma frase la pronunciara en el despacho de Jae el día que conoció al novato… definitivamente, su novato. Los ojos de Jun se clavaron en los suyos, haciendo que “la sensación” comenzara a brincar. 

Su rostro se puso serio, y de nuevo su mente envió a sus labios lo que estaba pensando: 

—Y lo volvería a hacer sin dudar. 
Jun empezó a sonreír. Sus ojos brillaban con picardía, y la sonrisa de su boca era la lujuria en persona. —Tienes un problema… jefe. 

Acercándose poco a poco hacia su novato, e igualando su rostro de lascivia, le preguntó: —¿Sí? ¿Y cuál es… Junnie? 

Jun también había acortado el espacio entre ellos, y cuando sus narices se tocaron, le contestó: —Que estás irremediablemente —Sacó su lengua y lamió con la punta el labio superior de Jung Min—, enteramente —Hizo lo mismo con el inferior—, y completamente —Giró su cabeza para poder rozar sus bocas— colado por mí… Minnie. —Y lo besó. 

Jung Min recibió con gusto el beso. Le importó una mierda la chulería que mostró su compañero, pues sabía de sobra que aquello era “ciertamente” verdad. Al fin y al cabo, “la sensación” que lo acompañó desde el primer momento que lo vio no era más que eso: se había enamorado de su compañero. 

A los tres días le dieron el alta. Por lo intenso de la operación Terminator, Jae les había ofrecido dos semanas de vacaciones extras. El inspector jefe se había encargado de traer algunas cosas de la casa de Jun a la suya: mudas de ropa, libros, y CD´s de música. No estaba muy seguro de lo que estaba haciendo, pero “su querida amiga” lo guiaba en todos sus actos, y ya que por fin sabía lo que significaba, decidió empezar a hacerle caso. Aunque lo que sí era un hecho, es que cuando Jae supiera de su relación, los separaría, laboralmente hablando. No tenía nada que ver con las preferencias sexuales de cada uno, sino porque las parejas entre compañeros no estaban permitidas en el Cuerpo, por motivos obviamente funcionales. 

En cuanto el novato puso los pies en la entrada, dijo con sorna: 
—¿Qué pasa? ¿Es que vivo aquí y yo no me he enterado? ¿O es que has decido robar todos mis hobbies? —Señaló todas sus cosas que se apilaban sobre la mesa del salón. 

—El médico ha dicho que necesitas unos cuantos cuidados y algún que otro “mimo”. Así que he decidido que lo mejor es que te sientas como en casa —le respondió Jung Min sonriéndole. 

—¿Sabes? —Jun empezó a acercarse a él—. Si quieres que me sienta como en casa, debo avisarte de algo. —El inspector jefe levantó una ceja interrogante—. Necesito masturbarme tres veces al día… como mínimo. 

Jung Min rió. —No creo que el médico lo apruebe, aún estás convaleciente. 

—Entonces problema resuelto: tú te encargas —dijo con una sonrisa de oreja a oreja. 

El inspector jefe se mordió los labios con fuerza sin dejar de sonreír, cogiendo la mano de Jun para guiarlo hacia la habitación. Hizo que se sentara sobre la cama, se arrodilló en el suelo entre sus piernas, y comenzó a desabrocharle los pantalones. El novato lo miraba con sexo en su cara, separando un poco sus muslos cuando su jefe rozó con los dedos su polla medio dura. 

Un deseo por saborear, probar, degustar, aquel monumento –que debería ser catalogado como Patrimonio de la Humanidad según Jung Min–, llevaba en la mente del inspector varios días. Hacía dos noches incluso había soñado que toda su boca era llenada por la gorda y dura carne de su novato. Todo aquello seguía siendo nuevo para él: los sentimientos hacia un hombre, haberse follado a uno, haberse dejado follar por uno, el deseo imperante de querer chupar una polla. Pero nada de eso iba a detener las ganas casi enfermizas de llevarse aquel mástil a la boca.

Rodeándola con una mano, la cual ya sabía que no iba a poder cerrar completamente, empezó a acariciarla mirando a Jun cara a cara. 

—Creo que el médico estaba en lo cierto —dijo Jung Min muy bajo, poniendo su mano en la nuca de Jun y atrayéndolo hacia él. 

—¿Sí? ¿Por qué? —preguntó el novato rozando sus bocas, mientras aceleraba el masaje. 

—Porque si soy constante en esta clase de “mimos”, en menos de dos días voy a poder tenerte doblado sobre todas las superficies planas de nuestra casa, y me follaré tu culo como a ti te gusta: fuerte —Beso—, duro —Mordisco—. Y cuando acabe contigo en estas dos semanas, vas a tener que ir a la Comisaria con una almohada pegada al culo —Ambos rieron—

Jung Min se lamió su boca, y al segundo siguiente, tenía sus labios rodeando la gorda cabeza de la polla de Jun. La punta de su lengua recogió el líquido que salía de la rendija, haciendo que sus papilas gustativas explotaran por el sabor salado. 

Nunca se puso a pensar cómo sabría el semen, pero jamás imaginó que pudiera llegar a gustarle. Con ganas de más, estiró sus labios y enterró unos cuantos centímetros en su boca. El gemido de Jun le dijo que no debía estar haciéndolo demasiado mal. 

Pero había un pequeño problema: era incapaz de tragar todo aquello. Sus labios estaban tensados al máximo. Sentía la punta acariciar su campanilla y aún le faltaba por meterse la mitad de aquel monstruo. Cuando estaba empezando a notar los inequívocos síntomas de un desagradable vómito, Jun lo retiró. 

—¿Quién te crees, jefe? —preguntó sonriente pero con ojos agradables—. ¿Uno de esos que se meten las espadas hasta la garganta? —Jung Min no sabía si reírse, morirse de la vergüenza, o estrujarle la polla al mocoso hasta reventársela—. Ven aquí. —El novato hizo que se levantara. Le desabrochó los pantalones y se los bajó junto con los calzoncillos. Se tumbó sobre el colchón, haciendo un gesto con su mano para que se acercara—. Sube a la cama pero date la vuelta. Yo también quiero intentar ser un tragador de espadas. 

El inspector jefe juró que cuando terminase con él en aquella habitación, asesinaría al niñato. Bromas aparte, sabía lo que su compañero quería hacer, y no estaba dispuesto a perder la oportunidad de ser chupado mientras chupaba. Colocó sus piernas a ambos lados de la cabeza de Jun y cubrió el cuerpo con el suyo hasta tener la enorme polla justo enfrente. Bajó un poco los pantalones que aprisionaban el miembro y empuñó la base con una mano. Cuando estaba abriendo su boca con la intención de volver a sentir la caliente carne, las manos de Jun agarraron sus nalgas, quien le hizo descender unos centímetros hasta que la punta de su polla chocó contra la garganta. Ni siquiera se había dado cuenta que Jun se la había tragado de un tirón. 

Su compañero empezó a bajar y a subir por su eje, deslizando la lengua por la vena que lo atravesaba. Aquello hizo que Jung Min pensara que tardaría muy poco en llegar a su clímax. Volvió a abrir sus labios y empezó a chupar. El miembro de Jun entraba y salía de su boca sólo hasta la mitad, ya que era incapaz de llegar más lejos. Se lo sacaba de la boca para después lamerlo desde la punta hasta la base. A veces lo mordisqueaba, otras lo bombeaba. Hacía todo aquello mientras Jun tragaba y tragaba. 

El novato sintió un dedo bordear su entrada y, por acto reflejo, arremetió contra él. La punta atravesó su agujero, haciendo que un gemido saliera de su boca pero que sonara ahogado debido a la anaconda que tenía en ella. El dedo no tardó en atravesarlo hasta llegar a tocar su próstata, y más jadeos calentaron la polla de su compañero. 

Empezó a mover sus caderas hacia abajo para follar la boca de Min, y hacia arriba para ser follado por el dedo, mientras masajeaba y devoraba con ansias el eje entre sus manos. Lo sintió tensarse en su boca, y casi se atragantó cuando el primer chorro de semen se estrelló contra su garganta. Otros cuantos lo siguieron recubriendo las paredes de su boca. No supo por qué, pero no dejó escapar ni uno de ellos. Fue tragándolos poco a poco, ayudándose de su lengua. 

Min aceleró el ritmo tanto en la mamada como en el dedo, tocando insistentemente su punto G, y Jun se derramó en el gaznate del novato gritando su liberación a todo pulmón. Aun temblando, se recostó al lado de Min poniendo una mano sobre el pecho y una pierna sobre los muslos, mientras terminaban de calmar sus respiraciones. Su compañero giró su cabeza y lo miró. Su rostro estaba serio y sus ojos brillaban con un claro signo de gratitud.

—Gracias —dijo pronunciando cada sílaba nítidamente.
En un primer momento, Jung Min pensó que se refería a lo que que acaban de compartir, pero la devoción con la que lo miraba le dijo que aquel “gracias” tenía otro fondo: el haberlo liberado del peso que llevaba desde la muerte de su hermano. 

—Ya te lo he dicho… volvería a hacerlo. 

—¿Sabes? —Una pequeña sonrisa empezó a dibujarse en su rostro—. Creo que podría llegar a enamorarme de ti. 

Jung Min le devolvió la sonrisa. —Te llevo ventaja, novato… yo ya lo estoy. 

...................................Fin....................................

1 comentario:

  1. Hermosooooooo!!!!!😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭

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